21/11/2024 15:03

Bendala

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Se cumplen 84 años del final de nuestra contienda 1936-39; de la guerra civil, de la Cruzada. El final de cualquier guerra hay que celebrarlo si se conserva siquiera un mínimo de humanidad, pues significa siempre el final de ímprobos sufrimientos. La cuestión es saber si la guerra fue justa y necesaria y, consecuentemente, sus inevitables desastres asumibles.

Lo primero que debemos hacer es, ante todo, situarnos en la época, en el contexto, y no cometer el error de juzgar conforme a nuestros parámetros actuales; y menos aún de los ideológicos. Las guerras, como hechos históricos que son, deben estudiarse y juzgarse conforme a las pruebas disponibles y al momento, de ahí la necesidad de desprenderse de orejeras, especialmente ideológicas, partidistas o sectarias. De ahí la obligación de armarse de valor intelectual y más aún moral. Sólo así la verdad saldrá a nuestro paso.

En nuestra contienda 1936-39 se enfrentaron dos bandos bien definidos.

Por un lado, los partidarios del denominado Frente Popular que la deseaban y buscaron desde siempre por ser el paso último para la Revolución que, fracasada en Octubre de 1934, tenían ya lista en 1936, mucho mejor preparada y a punto de iniciar, mediante la cual perseguían su objetivo final que era la imposición de la dictadura del proletariado marxista-leninista –eliminación física incluida de cualquiera que, según ellos, se opusiera– con la cual creían que iban a liberar a España como les decían que lo había sido la URSS, de la cual, además, iban a convertirla en satélite y vanguardia en Occidente.

Por el otro, los que con diversas, distintas y hasta contrapuestas concepciones ideológicas –monárquicos, republicanos de variada especie (entre ellos los falangistas republicanos por acérrimos antimonárquicos) o liberales–, no estaban dispuestos a lo anterior.

España arrastraba desde hacía siglos una grave deriva rebosante de errores, despropósitos y no pocas y muy altas traiciones que se agudizaron durante el XIX –ese que quisiéramos borrar de nuestra historia–, que la hizo pieza predilecta de la Revolución marxista-leninista internacionalista (socialista o comunistas). Desde comienzos del siglo XX, sus partidarios, propios y foráneos, no dejaron de dar los pasos para alcanzar su triunfo: creación del caos, destrucción de las estructuras, derribo de la monarquía, sustitución por una república democrática y conversión de ésta a otra de corte totalitario por revolucionaria y socialista-soviética.

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Y lo habrían conseguido si no se les hubiera ido la mano y hubieran pretendido hacerlo como lo hicieron, es decir, en muy poco tiempo y mediante la agitación de todo tipo, y principalmente por el terror. Ese fue su gran error; del cual no sólo han aprendido, sino que lo han corregido eficazmente como hoy vemos. Porque su objetivo era tan claro que provocó la reacción al existir aún una gran masa de españoles que, conscientes de lo que se les venía encima, prefirieron arriesgar vida y hacienda antes que dejarse sojuzgar por la peor de las tiranías conocidas hasta hoy, la marxista-leninista. De que tenían la razón da fe la historia de la propia URSS, de los países del Este europeo tras la II Guerra Mundial y la de todos los que –todavía hoy, aún con formas al uso– han probado en qué consiste tal “liberación”: en ríos de sangre y toneladas de miseria.

Se adelantó pues la reacción que, aunque liderada por militares –como no podía ser de otra forma y además conforme a la más estricta legalidad republicana vigente–, fue sobre todo civil y popular, un levantamiento espontáneo como aquel del 2 de Mayo de 1808, sólo que en vez de contra un enemigo exterior, lo fue contra uno interior; eso sí, ambos iguales en contra de un tirano extranjero: uno contra Napoleón, y el otro contra Stalin.

Las pruebas históricas y documentales existentes, que son abrumadoras, lo avalan. Es más. Dicho levantamiento popular no fue contra el régimen republicano salvo en los residuos monárquicos existentes, muy exiguos ya entonces, y en los grupos tradicionalistas que por sí solos carecían de influencia salvo en alguna provincia y, aún así, defendían un proyecto del todo inviable carente del apoyo popular general necesario. El levantamiento lo fue sólo y exclusivamente contra el Gobierno ilegal e ilegítimo, antidemocrático, totalitario y extranjerizante del Frente Popular.

Con el final de la contienda 1936-39 España se salvó de convertirse en lo que Lenin profetizó, bien que erróneamente: el primer país socialista-soviético y revolucionario después de la URSS. Así de simple, así de claro y así de evidente. Los alzados eran un conjunto como hemos dicho heterogéneo, muy diverso, incluso con sensibilidades contrapuestas, carentes además de un objetivo político claro, y menos aún único ni determinado, estando tan sólo animados por alcanzar un fin: evitar el triunfo de la inmediata Revolución frentepopulista. Lo que vino tras la victoria ni estaba previsto, ni nadie contaba con ello. Fue sólo producto de las circunstancias de toda clase de aquel momento, tanto de las propias españolas, como de las internacionales; y, eso sí, de un consenso único , extraordinario y unánime sin precedentes pues contó incluso con el apoyo de los que habían combatido en el bando frentepopulista y por haberlo conocido de cerca y sufrido, abominaban.

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Si nuestra contienda 1936-39 fue justa y necesaria, a la vista está y a las pruebas me remito.

En cuanto a lo que vino después, hay que dejar bien sentado que a los gobernantes, como a los gobiernos, se les debe juzgar no por sus palabras, sino por sus hechos, es decir, por cómo cogieron a su nación y cómo la dejaron en todos los aspectos. Al mismo tiempo, las guerras, sus sufrimientos, avalan a los vencedores sólo si la gestión de la victoria y de la subsiguiente paz beneficia a la nación y a la inmensa mayoría de su pueblo; si demuestran con hechos ser mejores y hacerlo mucho mejor que lo que se impidió. Nada humano es perfecto, pero las pruebas en favor o en contra son siempre tozudas permitiéndonos juzgar sin posibilidad de error; eso sí, siempre que lo hagamos con la coherencia y el valor intelectual que debemos, y sin orejeras de ninguna clase que nos impidan ver la totalidad y la realidad de los hechos incuestionables.

 

Autor

Francisco Bendala Ayuso
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Geppetto

La desunión fratricida de la sociedad española se venia arrastrando desde la guerra contra los franceses de 1808 y el huevo envenenado que el régimen francés nos dejo en Cádiz, la masonica Constitucion de 1812, base de la destrucción de España y de todas las revoluciones, guerras civiles, motines, asonadas, asesinatos, latrocinios politicos y conspiraciones que terminaron en fusilamientos y rotura a la unidad nacional. Situacion esta que que produjo que los movimientos separatistas-masonios llevaran a los Virreinatos, convertidos en provincias por ese desquiciado regimen que vino en llamarse liberal, a la secesion y posterior ruina. Una constitucion que sustituyo los ancestrales modos de gobierno español por otro en el que los politicos, en nomrbre del pueblo,se aproparon de la soberania nacional hundiendola en este hervidero enloquecido en el que, a dia de hoy, aun estamos.
La Guerra civil o de liberación de 1936 no fue mas que el ultimo coletazo de esa deriva social, que en manos de políticos venales, se convirtió en fuente de desastres sin cuento que destrozaron España desde dentro.
La llegada de la II República fue un golpe de estado, la constitucion republicana una fuente de interminables problemas en los que los españoles sensatos se llevaron la peor parte mientras veían como de nuevo como los agitadores de siempre, ahora llamados socialistas,antes demócratas exaltados, incendiaban templos, colegios cristianos y que no lo eran, bibliotecas y cualquier cosa que oliera a civilización.
En 1934 los socialistas creyeron que su hora había llegado y aprovechando que el cobarde Gil Robles pedía tener representación en el gobierno de Lerroux, fueron a la revolución y la guerra civil, perdiéndola en toda la linea, aunque no siendo derrotados ya que el movimiento revolucionario y guerra civilista continuo hasta asfixiar a la sociedad española, sociedad que se dio cuenta, tarde como siempre, que o hacia frente al socialismo o perecía fisicamente, cosa que la decidió a echarse al monte fusil en mano antes de morir de un tiro en la nuca en cualquier cuneta, Los españoles comprendieron que les resultaba menos peligroso hacer frente a la revolucion que quedarse en casa como habian hecho hasta ese momento.

El socialismo junto a el comunismo, los separatismos, los anarquistas y demás tropa fueron a la guerra y afortunadamente la perdieron y también perdieron el brutal impulso revolucionario que el liberalismo había introducido en España en 1810, cerrando la larga etapa de revoluciones y guerras civiles que hasta 1936 habian asolado España
Desde la Victoria del bando Nacional en 1939 no hubo mas revueltas ni mas guerras civiles,Franco cosió las heridas, cohesiono la sociedad dándole los 40 años de paz que se necesitaban e impidió que la revolución volviera a florecer en España…hasta hoy

Pedro Navas

Buenos días.

Le escribo este comentario público para exigirle una disculpa por el comentario despectivo y ruin, también público, que ha vertido usted esta mañana en Informa Radio sobre las Hermandades y Cofradías.

Esas personas cuya Fe usted desprecia, se dejan su vida y su hacienda no solo en enriquecer los ajuares de sus Titulares como piensa el ignorante común, sino también en llenar de comida los comedores sociales, de vida los bancos de sangre o de un hálito de Esperanza los hospitales.

Quizá algún dirigente de alguna de esas Hermandades está más interesado en medrar políticamente, por ejemplo, desenterrando a quien les devolvió la vida tras el terror rojo. No negaré la evidencia. Pero eso no es óbice para reconocer la labor de los millones de españoles que durante todo el año y desde hace siglos realizan esta labor y expresan su Fe como mejor saben y entienden en las calles de sus pueblos y ciudades cada Semana Santa.

El respeto se gana con el ejemplo caballero.

Hakenkreuz

Excelente artículo. Enhorabuena.

Partiendo del hecho de que matar es pecado mortal siempre (incluso Jesucristo ordenó a San Pedro envainar la espada en presencia de sus captores), mucho mayor pecado es el de la cobardía (Ap 21,8), que lleva al lago de fuego y azufre. De hecho el mismo Señor nos enseñó a no temer al que puede matar el cuerpo, pero nada puede contra el alma. Y los mártires católicos de aquella guerra y los que tomaron las armas en los frentes para defender a Dios, su Iglesia y a España, bien que lo interiorizaron.

Por otra parte, eso de cuestionarse la «justicia» de las guerras debería retrotraernos al Génesis y a la enemistad que Dios mismo estableció entre la estirpe de la mujer y la estirpe de la serpiente, o bien, al Nuevo Testamento, a la enemistad entre el trigo o Hijos de la Luz y la cizaña o hijos del Maligno. Si Dios mismo estableció esta enemistad, difícilmente el hombre más santo, no obstante también heredero del pecado original, podrá establecer la paz entre ellos. No es esto «justificación» de guerra, sino constatación de que la paz del mundo no es la Paz que Dios nos da. Y que entre estas estirpes siempre habrá guerra, manifiesta o solapada. Por tanto, plantearse la «justificación» de una guerra está fuera de un juicio profundo. Entre Dios y satanás no habrá paz jamás. Luego es de suponer que tampoco la habrá entre los que están con Cristo y los que están contra Él. Al menos, así nos lo enseña San Luis María Grignon de Montfort a los creyentes.

La defensa propia y de los seres amados, incluso vertiendo la sangre de los agresores en una guerra (recordemos que el propio Manifiesto Comunista de 1948 incita a los obreros rojos a la VIOLENCIA para alcanzar el poder), en virtud de la Infinita Misericordia de Dios infinitamente bondadoso, nunca puede ser un pecado como el de la cobardía (omisión de socorro a quien sufre y no puede defenderse) o el de asesinar a los seguidores de Cristo porque se les considera «retrógrados» y enemigos del «progreso», como sostenía el «inteligente» Azaña.

No obstante, en el bando perdedor de aquella Cruzada española, abundaba el elemento ignorante, analfabeto, miserable en materia y en fe e intimidado por los sanguinarios comisarios rojos que tildaban de «fascista» (algo peor que ser tildado de hereje en la Cristiandad) a todo el que no se sometiese a su dinámica de terror rojo inmisericorde, especialmente con las almas fieles y consagradas a Dios, aunque con todo el mundo con su holodomor, que causó más bajas que las propias de los frentes y la represión. Teniendo en cuenta esto, no es de extrañar que la culpabilidad de los rojos se limitase solamente a los que habían perpetrado delitos de sangre por propia orden (no mandados), absolviéndose a la inmensa mayoría que ninguna otra culpa tuvo, salvo la de cobardía puntual por ignorancia. Téngase en cuenta, por ejemplo, que muchos jornaleros extremeños y andaluces, quizá la mayoría, hubiese preferido un reparto de la propiedad entre los más pobres y haber podido así vender su excedente para vivir de la mejor manera posible, pero como para pedir propiedad repartida en medio del terror de CNT-FAI y UGT-PSOE que solo perseguían los koljoses del hambre y la destrucción de vidas y haciendas en España…

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