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Para André Horiou un partido político encarna una visión general o parcial de la sociedad, lo que quiere decir que los partidos políticos son la representación de la parte de la sociedad a la que sustituyen, por lo que también son la imagen externa e interna de unas virtudes y miserias que ya estaban en las personas que se afilian y conforman el mismo. Pudiéramos pensar que un partido político puede cambiar el espíritu del que se acerca a él, si dicho espíritu es bajo y mezquino, pero si estos partidos se conducen y anidan en lo que se denomina democracia liberal, hemos de recordar al profesor Del Valle cuando dice que dicha democracia liberal entraña una pluralidad incoherente de individuos que van hacia una unidad imposible, sin acciones y reacciones recíprocas y sin la forma de una suprema solidaridad.
Si los partidos políticos que nos ofrece el sistema actual lo componen hombres que aprovechan su posición y cargo en el partido para su propia ambición personal, cayendo en la ambición del beneficio económico, es porque dichas organizaciones no son útiles para cambiar el carácter por uno más elevado y superior. Si Aristóteles calificó al hombre, cuando alcanza la perfección, como el mejor de los animales, de la misma manera se convierte en el peor de todos cuando se aparta de la ley y de la justicia. Ni que decir que aquellos que se conducen por la corrupción no son mejores que los animales, sino meramente alimañas.
De ahí que resulte gracioso -si no fuera de lo que hablamos lo más serio para el comportamiento del hombre- escuchar cómo se arrojan el listón de la corrupción un partido a otro, cuando es la sociedad misma de la que procede el mal, es decir, que vivimos en una sociedad en la que la corrupción es la regla que rige nuestra vida. Unos partidos políticos que no respetan las instituciones que los ha creado conllevan en sí mismos el estigma de la corrupción, terminando por corromper las voluntades de aquellos que deberían defender. Si partidos políticos como los nuestros eliminan la independencia de los distintos poderes están corrompiendo el mismo sistema sobre el que se sustentan.
Ahora mismo sólo tenemos un único poder, el ejecutivo, y bajo su control se desarrolla el legislativo y el judicial, sin que esto haya sido corregido por el partido político, como es el PP, que se suponía era el defensor más claro de las instituciones. Pero este partido está inmerso en la corrupción como uno más. Corrupción generada por un sistema educativo que no transmite lo que es correcto y la búsqueda de la verdad, además también de decirla, conforme obligaban a sus súbditos los persas. Por el contrario, tenemos unos señores políticos que obligan a los ciudadanos a realizar determinados actos, a través de las leyes que dictan, comprobando que son los primeros que las incumplen, y cuando ello acaece, esa ley que ha debido ser dictada en los límites de la virtud, termina por no obligar y, en consecuencia, en el derecho del ciudadano a desobedecerla.
Dice Marco Aurelio que si un acto no es correcto, no se haga, y si no es verdad, no se diga. Pues aquí, en nuestro marco territorial y político, tenemos políticos que hacen lo incorrecto, tanto como tenemos políticos que no dicen nunca la verdad, y en algunos casos suman una y otra conducta. Estamos inmersos ahora en el caso Mediador, y lo que debería ser un escándalo general que nos llevara a terminar con el sistema político que ahora tenemos, lo aceptamos como uno más de los habidos hasta la fecha. Lo peor no es que la sociedad esté en un sopor impeditivo de un mínimo movimiento, sino que los gestores del propio partido político afectado por dicho caso, como es el PSOE, no haya dado el primer paso apartando de la militancia a todos y cada uno de los personajes cuyos nombres se conocen relacionados, directa o indirectamente, ni que como partido que gobierna, no facilite la investigación a los organismos correspondientes, en aras a una ocultación que lleva la sospecha.
Una sociedad debería estar conducida por los virtuosos, por aquellos que hacen lo que es correcto y dicen lo que es verdad. Cuenta Mariano Navarro Rubio en sus Memorias, que Franco quiso parar la instrucción del caso Matesa respecto de aquél, pero el Fiscal General -por entonces Fernando Herrero Tejedor- anunció su dimisión si no se le permitía el procesamiento del señor Navarro, con lo que Franco desistió de su intención permitiendo el curso de la instrucción. Claro es que eran otros personajes y otros tiempos, distintos a los actuales en lo que se hace lo que se no debe y no se dice lo que se debe.
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