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Resulta evidente que el Gobierno socialcomunista padece un trastorno de personalidad múltiple, derivado de su heterogénea composición y estrafalarios apoyos. Por ello no puede extrañar a nadie que este Gobierno Frankenstein haya perdido cualquier atisbo de sentido común, lo cual, como inevitable corolario, le ha llevado a ir de locura legislativa en locura legislativa, hasta alcanzar las más altas cotas de enajenación mental al incluir en el ordenamiento jurídico español una perversa ideología como es la ideología de género, mediante la promulgación de la llamada “ley trans” impulsada desde el Ministerio de Igualdad por una  perturbada psíquica de la talla de Irene Montero.

La ideología de género -firmemente asentada en el corazón del “pensamiento woke” surgido en las universidades norteamericanas y promovido por las élites globalistas- básicamente considera el sexo no como una hecho biológico sino como una cuestión circunscrita a las preferencias psicológicas de los individuos. De esta forma, elimina el sexo biológico, siendo el sexo autopercibido lo que determina la condición sexual de cada uno. En consecuencia, en lo relativo al sexo el ser humano deja de tener una dimensión física, para quedar reducido a una entidad meramente sociocultural, lo cual supone en la práctica que los individuos no solo tengan el derecho a sentirse hombre o mujer o ninguna de las dos cosas de manera discrecional, sino que también tengan el derecho a cambiar de sexo, convirtiéndose en transexuales, por entender irracionalmente que han nacido en un cuerpo equivocado.

La “ley trans” eleva la ideología de género a la categoría de ley de tal forma que a partir de su entrada en vigor todo individuo mayor de 14 años puede acudir al Registro Civil y cambiar nominalmente de sexo, para lo cual no resulta necesario tener un informe médico o psicológico ni seguir ningún tipo de tratamiento, sino que tan solo tiene que rellenar un formulario en el que deja constancia de su disconformidad con el sexo que le fue asignado al nacer en función de sus caracteres sexuales, debiendo ratificar su decisión en el plazo máximo de tres meses.  A su vez la “ley trans” consagra la autodeterminación de género y la transición sexual, estableciendo tres tramos etarios para hacerlo: entre los 12 y los 14 años se puede comenzar la transición siempre que tenga un aval judicial; entre los 14 y los 16 años solo se necesita el consentimiento de los progenitores legales; y a partir de los 16 años no se requiere requisito alguno más allá de la expresa voluntad del interesado. Quiere ello decir que a partir de los 12 años todo individuo tiene el derecho si así lo desea a ser tratado con fármacos bloqueantes de la pubertad, recibir tratamiento hormonal y finalmente, una vez concluida la pubertad, someterse a una intervención quirúrgica de cambio de sexo, sin que en todo este proceso puedan interferir los progenitores ni los psicólogos y psiquiatras, ya que de hacerlo pueden ser penalizados con multas de hasta 150.000 euros.

Evidentemente de una ideología perversa solo pueden surgir leyes infames y esto es exactamente lo acontecido en el caso de la ideología de género y la “ley trans”, como es fácilmente demostrable si se analiza la cuestión con una dosis mínima de rigor.

Así, en primer lugar, cabe señalar que la ideología de género es un disparate anticientífico ya que desde el punto de vista biológico las especies con reproducción sexual, como es el caso de la especie humana, se caracterizan inequívocamente por la existencia de individuos masculinos y femeninos, que se diferencian por su dotación genética, su morfología y su fisiología, siendo la existencia de ambos sexos condición “sine qua non” para la procreación. En consecuencia, la existencia real del sexo biológico no es una cuestión sujeta a disquisiciones filosóficas ni a planteamientos ideológicos, sino que es un hecho empíricamente demostrable y científicamente incuestionable.

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En segundo lugar, la “ley trans” acosa a la infancia ya que intenta condicionar el desarrollo psicológico de los menores cuando éstos todavía no han madurado ni física ni psíquicamente , promocionando, mediante el adoctrinamiento en la escuela, una visión distorsionada de la propia realidad corporal y sexual, llegando al punto de promover la transexualidad como la mejor forma de superar las inseguridades de índole sexual que con relativa frecuencia acompañan al proceso de maduración psicofísica que acontece en las etapas precoces de la vida. De esta forma, como señala el Dr. Víctor Pérez, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, “la creciente presión social que están sufriendo niños y adolescentes está provocando un boom de la transexualidad, por creer que el tránsito al otro sexo es la solución a sus problemas, cuando en realidad sufren otro tipo de trastornos que necesitan ser diagnosticados y tratados, algo que la ley niega a los jóvenes y prohíbe a médicos y psicólogos”. Un ejemplo aleccionador de esta situación es el cierre por parte de las autoridades sanitarias del Reino Unido de la Clínica Tavistock dedicada al desarrollo de la identidad de género, debido a que el 75% de los más de 9.000 menores atendidos presentaban diferentes tipos de trastornos psicológicos de base, algunos de ellos derivados de haber sufrido maltrato familiar o padecido acoso escolar.

En tercer lugar, la “ley trans” supone un ataque frontal a la familia ya que impide a los progenitores interactuar con el menor a su cargo que se declara trans y demandar asesoramiento psicológico para poder canalizar correctamente la situación. Ello de facto supone para los padres la pérdida de la tutela efectiva de sus hijos, la eliminación de la patria potestad y, en definitiva, la supresión de la responsabilidad educativa que de forma natural conlleva el hecho de tener descendencia. De esta forma, la familia deja de ser la estructura nuclear que posibilita el correcto desarrollo de la personalidad y facilita el proceso de socialización de infantes y adolescentes, quedando los menores en manos de un Estado con un poder omnímodo, que no hace sino recordarnos al Gran Hermano orwelliano que todo lo ve y todo lo controla.

En cuarto lugar, el cambio de sexo conlleva graves alteraciones psicológicas e importantes trastornos físicos, como han demostrado los diversos estudios realizados hasta la fecha. Así, a nivel físico nos encontramos con que los transexuales padecen esterilidad e insatisfacción sexual como consecuencia de la extirpación de sus órganos reproductivos y sexuales, a la vez que presentan un importante aumento de la incidencia de tumores debido a la hormonación crónica que inevitablemente requieren. Por su parte, en la esfera psicológica vemos como hasta el 70% de los transexuales han necesitado recibir atención psicológica por múltiples trastornos psíquicos, como ansiedad, depresión, obsesiones compulsivas o bipolaridad, mientras que su tasa de suicidios e intentos autolíticos es tres veces superior a la de la población general, viniendo todo ello a demostrar que el cambio de sexo no constituye la solución adecuada para resolver sus problemas, sino más bien todo lo contrario.

En quinto lugar, la ley trans es misógina y feminicida, ya que, como han declarado incluso ilustres feministas como Amelia Valcárcel o Lidia Falcón, la ideología de género, al eliminar la existencia del sexo biológico, provoca un borramiento de la mujer y deja en agua de borrajas la lucha mantenida por el movimiento feminista. Pero es que, además, el hecho de que se pueda cambiar registralmente de sexo sin ningún tipo de requisito hace que violadores, pederastas y maltratadores puedan declararse mujer con el riesgo vital que ello conlleva para las verdaderas mujeres. Asimismo, un ejemplo paradigmático de lo que puede suceder con la aplicación de la “ley trans” lo encontramos en un ámbito como el deportivo donde la situación de la mujer puede volverse insostenible, ya que todo hombre con resultados discretos en competiciones masculinas tiene la posibilidad de declararse mujer y participar en competiciones femeninas con total garantía de éxito dada la ventaja competitiva que su físico le proporciona, poniéndose así en riesgo de extinción el deporte profesional femenino. En consecuencia, la “ley trans” no solo no beneficia a las mujeres, sino que las deja indefensas ante un gran variedad de situaciones de la vida cotidiana.

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Por último, la “ley trans” es profundamente homófoba ya que al confundir deliberadamente sexo y género provoca que aquellos niños o adolescentes que presenten rolles de género que no se ajusten a los patrones establecidos para cada sexo sean inducidos a autopercibirse como transexuales, lo cual no deja de ser una barbaridad conceptual puesto que, por un lado, los rolles de género no tienen porque estar circunscritos a lo estipulado por la corriente cultural hegemónica, y, por otro lado, el hecho de tener un roll de género que no se corresponde con el propio sexo biológico simplemente puede ser la manifestación de una homosexualidad latente o patente, de tal forma que el sujeto no necesita hormonarse ni cambiarse quirúrgicamente de sexo, sino que tan solo requiere vivir libremente conforme a su orientación sexual.

En conclusión, instalado en la irracionalidad más absoluta e impulsado por el dogmatismo más recalcitrante, el Gobierno socialcomunista pretende que la sociedad en su conjunto comulgue con ruedas de molino y acepte de forma acrítica el hecho de que los seres humanos, al igual que los ángeles, no tienen sexo, sin caer en la consideración de que para ese absurdo viaje no se necesitan alforjas, sino más bien unas imponentes tragaderas intelectuales de las que muchos afortunadamente carecemos.

 

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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