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Como se deja sentir claramente en sus artículos y a lo largo del libro “Soy un superviviente”, Barmine mostró gran preocupación por la desinformación de la ciudadanía occidental acerca de la realidad soviética, y su testimonio serviría para quitar la venda a muchos ingenuos que hasta entonces no habían sido conscientes de la amenaza del comunismo.

En un artículo publicado en octubre de 1944 en Reader’s Digest, Barmine ya había identificado y señalado este problema en los Estados Unidos: “La situación actual es una curiosa paradoja. Estados Unidos está librando una lucha a muerte contra el totalitarismo nazi. Todas sus energías, trabajo, riqueza, miles de vidas están siendo sacrificadas para destruir este enemigo de la democracia. Mientras, al mismo tiempo, en la prensa, la radio, el Gobierno y entre los círculos liberales que se supone representan la conciencia vigilante de la nación, se está produciendo un desarme moral y psicológico frente a otra conspiración totalitaria –la de los comunistas– que amenaza nuestra democracia, si cabe, más seriamente. Es desalentador ver cómo nuestra intelectualidad de izquierda, influenciada por la sutil propaganda comunista, ha transformado el triunfo […] del pueblo ruso en un triunfo del régimen totalitario comunista. […] ¿qué diremos de los «demócratas» estadounidenses que, en lugar de animar al pueblo ruso esperando que pueda cosechar la recompensa de la libertad, elogian al régimen que los oprime y lo comparan favorablemente con nuestra forma de vida democrática? […] el crédito que se ha hurtado al pueblo ruso para dárselo al régimen totalitario soviético se está otorgando todavía más a los comunistas americanos, esos rabiosos aislacionistas durante el pacto Stalin-Hitler y ahora «patriotas», aunque sólo lo hayan sido desde que Hitler atacó a Rusia. […] (Esos “patriotas”) juegan, con la ayuda de altos funcionarios del New Deal, un papel cada vez más importante en la política estadounidense. […]”[1]

Volviendo al libro “Soy un superviviente”, Barmine denunció en él casos concretos de intoxicación por parte de los cómplices occidentales de la URSS, desmintiendo falsas informaciones y explicando el fin desestabilizador de algunas noticias y movimientos en el ámbito sindical y político.

Por ejemplo, resulta muy interesante la descripción del acercamiento del socialismo europeo al estalinismo a partir de los aparentes éxitos de la NEP[2] o del primer plan quinquenal[3]; perfectamente ilustrado en la “evolución” del socialista Van der Ginst, desde un primer encuentro en 1924 a uno posterior, ya en 1932: “Los viejos militantes de la Revolución, al enfrentarse con la abyección estalinista, mórbida al principio y monstruosa después, sentíamos la muerte en nuestras almas, implacablemente opuestas a la dictadura y a su burocracia. En cambio, los reformistas, los moderados, los liberales, después de haber sido violentos adversarios de la revolución en los días de sus grandes y sinceros sueños, se entusiasmaban ahora ante los éxitos de un estado totalitario”[4].

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Por otra parte, a propósito de la famosa Constitución soviética de 1936, Barmine explicaba: “Fuera de la URSS, la Constitución fue acogida con elogios por los elementos liberales y simpatizantes. Sirvió de argumento a los Frentes Populares e hizo posible la alianza de Stalin con las democracias contra Hitler. […] En sus seis años de vigencia, esta pretendida Constitución no ha sido más que un engaño […] (y respecto a Stalin) se ha producido, tanto en América como en Inglaterra, un movimiento sentimental que excusa sus delitos y hasta admira la brutal fuerza de su carácter”[5].

Así mismo, acerca del primer “proceso de Moscú”, en 1936, Barmine denunciaba: “Con la ayuda de la prensa liberal y de los elementos simpatizantes, Stalin pudo hacer creer al mundo que la guerra de exterminio que sostenía con sus rivales, sin más finalidad que la de conservar el Poder, era una lucha en defensa de la patria socialista contra un puñado de traidores”[6].

Por otro lado, Barmine se refirió también al papel de las democracias capitalistas en el reforzamiento de la Unión Soviética contribuyendo a su industrialización: “Teniendo en cuenta el volumen de nuestras compras, los industriales aeronáuticos franceses firmaron con nosotros contratos de ayuda técnica en virtud de los cuales nuestros ingenieros quedaban autorizados a pasar algunos meses en las fábricas francesas y estudiar sus métodos. […] Además de esta enseñanza, los especialistas extranjeros debían ir a Rusia para aconsejarnos en la construcción de fábricas para producir nosotros mismos los aeroplanos. Puede decirse que el apoyo prestado por la industria francesa a la aviación rusa en su fase inicial fue muy grande, y que los fabricantes franceses comparten con América la satisfacción de habernos ayudado a conquistar el aire”[7].

A la vez que advertía la hipocresía de Stalin y los líderes de las democracias a la hora de engañar a sus respectivos súbditos con unos principios inexistentes. Es más, Barmine denunció la ceguera voluntaria del “civilizado” Occidente y la primacía de los intereses comerciales sobre la seguridad de sus propios ciudadanos: “[…] desde que la Unión Soviética entró en el círculo de las potencias respetables […] pues su producción de oro alcanzaba proporciones impresionantes […] los extranjeros, antes tan suspicaces, cerraron los ojos voluntariamente a la conducta incorrecta de las delegaciones oficiales. La GPU ha podido últimamente emplear sus diplomáticos y sus misiones comerciales no en promover huelgas o alentar movimientos obreros, como se la ha acusado, sino en realizar toda una insolente y brutal política de asesinatos ante los mismos ojos de la Policía extranjera. Las cosas ocurridas en Francia, Suiza, España y Méjico son la prueba de ello”[8].

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Ligado directamente a lo anterior, Barmine refiere los asesinatos de los líderes de la “Rusia Blanca” refugiados en Europa occidental: Piotr Wrangel, envenenado en Bruselas en 1928; Alexander Kutepov, raptado y asesinado en París el 26 de enero de 1930; Yevgueni Miller, sucesor del anterior, secuestrado en París el 22 de septiembre de 1937 y asesinado en Moscú el 11 de mayo de 1939. Crímenes muy sonados a los que habría que añadir, por supuesto, el asesinato de Trotsky en Méjico el 20 de agosto de 1940.

Por último, en el amplio análisis de las relaciones entre la URSS y Occidente ofrecido por Barmine, cabe mencionar también ciertas maniobras o actuaciones que no invitaban precisamente a reforzar unos lazos de confianza. Trapacerías como la comercialización fraudulenta de algunos productos industriales con licencia. Por ejemplo, en las fábricas Stalin de Moscú se construía el camión “Zis”, copia de un modelo americano; y en la fábrica Gorky se producían vehículos “según diseños facilitados por Henry Ford”. Concretamente fabricaban y exportaban desde 1934 el Modelo 1930 saltándose las cláusulas que lo prohibían[9]. Un caso anecdótico, si así se quiere ver, pero que, sin embargo, venía a reforzar la idea de que era una ingenuidad y un error confiar en el comunismo.

[1] “The new communist conspiracy”, Reader’s Digest, Nueva York, 1 de octubre de 1944. Léase el texto completo en: https://archive.org/details/barmine-alexander-the-new-communist-conspiracy-readers-digest-oct.-1944

[2] Nueva política económica. Impulsada por Lenin en 1921, contemplaba cierta liberalización de la economía tras el hundimiento de la producción agrícola e industrial provocado por las expropiaciones tras la Revolución.

[3] El primer plan quinquenal se desarrolló entre 1928 y 1932. Persiguió el aumento de la producción de materias primas estratégicas para la industria (acero, petróleo, carbón, hierro y electricidad) y de la producción agrícola a través de la colectivización forzosa del campesinado. Alcanzó parcialmente los  objetivos previstos, pero a expensas de un enorme coste humano. Le siguió un segundo plan quinquenal entre 1933 y 1937.

[4] Op. Cit., pp. 282-283. Constatación del eterno complejo del “socialismo moderado” respecto al comunismo, que explica la esperanza e inclinación del primero a la unión con el segundo y, a su vez, la propensión del comunismo a fagocitar a los socialistas menos firmes, radicales y “puros”.

[5] Ibíd., pp. 368-370.

[6] Ibíd., p. 404.

[7] Ibíd. 264-65.

[8] Ibíd., p. 288.

[9] Ibíd., p. 345.

Autor

Santiago Prieto
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