23/11/2024 13:58
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 Vaya este cuento dedicado a todos aquellos que ante el anhelo de progreso que    

          las gentes demandan, no  ofrecen  otra respuesta

            distinta a la que  la muerte a todos nos brinda

 

Lentamente y entre comentarios susurrantes, iban saliendo del aula-salón los asistentes a la acción formativa donde se había desarrollado la primera parte de la sesión matinal del curso programado por un importante laboratorio, dentro de su plan anual de promoción de sus productos en el entorno del personal sanitario. Fuera ya, a lo largo de una galería, se extendía una mesa sobre la cual había dos bandejas; una con galletas y otra con barritas de  pan integral, tres grandes jarras cerradas en su parte superior a modo de termo, cada una de las cuales tenía un pequeño letrerito que especificaba su contenido   -té, café y leche- cuatro montoncitos de vasos de plástico, una cesta con cucharillas y cuchillos del mismo material, tres paquetes de servilletas de papel, dos recipientes, uno con azucarillos y otro con sobrecitos de sacarina, dos grandes platos, uno con mermelada de ciruela y otro con pequeños paquetes de mantequilla. En el centro se exhibía un florero con claveles rojos y ramas con hojas verdes de aligustre.

En torno de aquella mesa se fueron forjando pequeños grupos, cuyos componentes charlaban mientras iban tomando el frugal y reconfortante piscolabis.

Alejandro de Rocamora i Verdaguer era, del centro en el que trabajaba, el único asistente al curso, por lo que tardó unos momentos en incorporarse a uno de aquellos grupos, no ya por interés especial alguno, sino más bien por no quedar en solitario, dando una imagen de retraimiento y carencia de habilidades sociales. Alejandro se incorporó a un grupo de cuatro colegas, tres hombres y una mujer, con alguno de los cuales ya había coincidido en actividades similares en alguna que otra ocasión.

Aquella mujer -Hortensia Vigíl de Sandoval y Sotomayor- hablaba con una gran seguridad. Todos sus interlocutores escuchaban extremadamente atentos, respondiendo en silencio, solo con movimientos afirmativos de cabeza y mirada tan absorta como admirativa. Todos tenían en su mano derecha un vaso de plástico y en la izquierda una cucharilla del mismo material con la que, dando vueltas al contenido del vaso trataban de disolver el edulcorante en el mismo.

 -“Es por un mínimo de respeto a la condición humana…La dignidad del individuo lo exige a voces…Es aberrante que no se haya dado un paso rotundo y definitivo desde el espectro legislativo en este ámbito…Seguir así constituye un atentado al progreso y un aferrarse a la Edad de Piedra”. Frases de este jaez se iban sucediendo en los labios de Hortensia Vigil de Sandoval y Sotomayor, gran defensora de que fuera incorporada a los códigos jurídicos la regulación de la actividad clínica en lo concerniente a los procesos eutanásicos. Sus compañeros de grupo bebían con deleite admirado aquellas palabras tan apasionadas como doctas.

Alejandro de Rocamora i Verdaguer, en un instante en el que el torrente argumental cesó por parte de aquella mujer, después de tomar un sorbito de café, dijo, más por lograr una mayor integración en el grupo, que por tener interés personal en el tema que se trataba:

-El problema es el de siempre en España. Siempre hemos perdido el tren del progreso. La falta de previsión ha sido, en todo momento, una constante en este país. La falta de previsión. La indolencia siempre.

Todos asintieron. Todos movieron afirmativamente sus cabezas. Todos hicieron ver en sus gestos que pertenecían a un segmento humano que por su altura en lo social, por la intensidad en lo educativo, por lo profundo de su formación, por su capacitación científica, y por su amplitud cultural, se encontraban como reos amordazados en un país de tan primitiva y retrograda mentalidad como España.

Alejandro de Rocamora i Verdaguer ya se había integrado. Una sensación de profunda satisfacción invadía los entresijos de todo su ser. Aquellos colegas, todos más jóvenes que él, ratificaban afirmativamente sus palabras. Eso era lo único que le había llevado a intervenir. Era evidente que lo había conseguido. Borracho de entusiasmo continuó su discurso.

-Es más, todos estamos convencidos de que la eutanasia será regulada por las leyes. Todos. De eso no hay ninguna duda. Y además muy pronto. Pero mientras tanto que hacemos. Nada. Absolutamente nada.

Hortensia Vigil de Sandoval y Sotomayor, la mujer que hacía tan solo unos instantes acaparaba la atención con su brillante disertación, asentía con su gesto y con su voz repetía el sonsonete:

-Claro…claro…claro…claro…

Alejandro, ebrio de éxito en su intimidad, se preguntó llevando su mirada al techo y mostrando las palmas de sus manos.

-¿Es que no es hora ya de ir pensando en una red de mataderos…?

Se produjo un silencio frio, seco y mudo. Los cuerpos de sus interlocutores quedaron inmóviles, como estatuas de mármol vestidas tan solo con un espeso manto de estupor.

-Pero ¿¡qué dices!?- exclamaron, casi al unísono, sus cuatro interlocutores.

Alejandro se percató de que sus palabras no habían tenido la aceptación que él perseguía. Se azoró unos instantes. Hubo un leve balbuceo en su voz. Y tratando de arreglar tan embarazosa situación apostilló:

   -¡Bueno, hombre! Estamos entre profesionales. Yo digo mataderos por eso mismo, porque somos profesionales. Una cosa es como hablamos entre nosotros y otra muy diferente el cómo sea realizada la proyección al entorno social. Qué duda cabe que estas unidades habrían de tener una denominación que definiera con exactitud en lo etimológico, con veracidad en lo científico y con respeto en lo deontológico, la labor clínica que en su seno se llevara a término. Eso sí. Incorporadas al segmento sanitario…No sé…podría ser una cosa, así como unidades de categórica transitivización sustancial humana. Unidades CTSH. Las cuáles deberían estar a cargo de especialistas en transitivización. Especialidad incorporada a los programas universitarios de la UE, reconocida, como no puede ser de otro modo, por el Colegio…y dotadas de un corpus de técnicos que desempeñarían los puestos directos de producción.

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Todos respiraron profundamente. Todos afirmaron. Todos dijeron calladamente alguna cosa. Uno dijo: claro…claro…claro; otro: efectivamente; un tercero: por supuesto.

 A Hortensia Vigil de Sandoval y Sotomayor, la mujer del discurso brillante, se le pudo escuchar:

-Sí, sí, sí. ¡Qué duda cabe!

Hortensia Vigil de Sandoval y Sotomayor presidía una ONG cuyo objetivo era divulgar las excelencias de una muerte rápida, digna, barata y sin dolor. Pero en su fuero interno soñaba con lograr una Dirección General en el Ministerio de Sanidad.

Alejandro de Rocamora i Verdaguer regresó de nuevo a vivir la gozosa experiencia de aceptación exitosa por parte del grupo y continuó diciendo:

-Y como siempre, como antes os decía, en España perderemos el tren y terminaremos, como siempre, dependiendo tecnológicamente del exterior; porque, como es obvio, nadie se ha puesto a pensar seriamente en la correcta vertebración de una red de mataderos, si os parece mejor, vale, matizó condescendiente, unidades CTSH; pero ¿qué me decís en lo tocante al personal y al instrumental tecnológico?

Los que escuchaban, inclinaron sus rostros retrasándolos, entornaron sus párpados, y alzaron sus hombros mostrando su incomprensión ante tanta desidia.

-Porque no me digáis. El segmento directivo, eso sí, de los mataderos o unidades CTSH debería ser ocupado por nosotros, que tenemos una preparación idónea y formación encomiable para el desempeño de la función. Pero ¿qué se hace para ir preparando al cuerpo técnico, a los llamados a ocupar los puestos directos de producción…?

Los cuatro interlocutores volvieron a entornar sus párpados y susurrando con voz apagada dijeron casi al unísono:

-Nada…nada…nada.

Hortensia Vigíl de Sandoval y Sotomayor concluyó:

-Desgraciadamente, es así. Nada de nada. ¡Qué país! ¡Qué país! ¡Qué país!

Alejandro continuó:

-Y fijaos que en España disponemos de un sector laboral que con tan solo una actuación de I+D dirigida a la adaptación tecnológica a las nuevas exigencias del mercado laboral podrían, sus componentes, forjarse en cantera suministradora de excelentes profesionales técnicos de los mataderos o unidades CTSH. Un sector del cual carecen la casi totalidad de los países…Bueno, quizás en la Francia meridional existan algunos especialistas de este tipo…no se…en América…bueno…en Méjico sí tienen una buena dotación, en Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador, sí existen profesionales de este sector, pero muy pocos. España, sin lugar a dudas, es la nación con mayor plantilla de especialistas en este campo. Pero nadie, absolutamente nadie, inicia algo…hace algo…propone algo.

El gesto de ignorancia escrutadora había ido in crescendo en los componentes del grupo. Por su parte, Hortensia Vigil de Sandoval y Sotomayor, inquieta, sentía espoleada su curiosidad pues intuía que, de un momento a otro, podía surgir de los labios de Alejandro una idea que exponiéndola en los lugares adecuados, la podría acercar un pasito a la tan deseada Dirección General del Ministerio de Sanidad.

Con voz tenue y aterciopelada, dijo la que ya se veía dirigiendo todo un sector de indudable futuro en el Ministerio.

-Dime Alejandro ¿a qué sector laboral te refieres?

Los tres hombres que completaban el grupo, clavaron sus miradas en Alejandro. La atención mecía el ambiente con nanas de interrogantes y ansiosas esperas a una contestación aclaratoria.

-Venga, Alejandro. Venga hombre….Dinos…Venga.

-Pues los puntilleros de las plazas de toros.

Un rayo recorrió de cabeza a pies los cuerpos de los cuatro interlocutores de Alejandro. Un puñal desorbitó sus ojos. Una marejada inmensa estremeció sus vientres. Los cuatro corazones descansaron unos levísimos instantes de su constante latir. Un silencio tenso y eléctrico, amarró los cuatro espíritus con un alambre de estupefacción…

-Pero ¡¡¡¿¿¿Qué brutalidad estás diciendo???!!!-exclamó Hortensia..

-¡¡¡Tú estás loco!!!-aseveró uno.

– ¿No hablarás en serio? -interrogó otro.

-Anda, anda…anda. ¡¡¡No digas bobadas!!! -dijo el cuarto.

Alejandro intuía que el descanso entre las dos sesiones docentes matinales estaba a punto de concluir y le producía un gran desasosiego, que aquellos cuatro colegas se fueran con una imagen de él, tan detestable, como sus exclamaciones hacían ver.

-Bueno…bueno…bueno.

Tratando de tranquilizar a los componentes del grupo dijo pausadamente Alejandro:        -Volvemos a las cuestiones meramente idiomáticas…a los matices estrictamente lingüísticos…Como antes, cuando denominé anticipadamente a las unidades CTSH como mataderos. Estamos en las mismas. Os habéis quedado con lo meramente fonético y no habéis penetrado en lo semántico. Habéis tomado la palabra y no el concepto. La letra y no el mensaje. ¿¡Como, pero como, habéis podido pensar una cosa así!?  ¡Señor…Señor! -doliéndose, se quejaba Alejandro.

El gesto de concentrada atención regresó al semblante de los miembros del grupo. La mirada de los cuatro interlocutores de Alejandro se volvió a sembrar de interrogaciones expectantes. Hortensia Vigil de Sandoval y Sotomayor, allá, en lontananza de sus recónditas fantasías, vio renacer con refulgentes fulgores la imagen de una Dirección General en el Ministerio de Sanidad, que tan solo hacía unos instantes había podido contemplar alejándose hasta perderse tras la lejanísima línea del horizonte de sus expectativas.

 -Yo, lo único que quiero llevar hasta vuestra atención -continuó diciendo Alejandro con tono de paciente maestro ante díscolos y atolondrados discípulos- es que nuestro país junto con otros, desde luego con menos dotación, ¿qué duda cabe?…dispone de una cantera de trabajadores que poseen una dilatada e intensa experiencia en transitivización animal, realizada bajo una gran presión ambiental, tanto de una multitud observadora de su actuar, como de unos profesionales cuyo éxito depende, en última instancia, del correcto ejercicio laboral de estos trabajadores. Que los llamamos puntilleros. Si, efectivamente, pero yo no hablo de ellos, yo hablo de estos trabajadores debidamente formados. Estos trabajadores, tras un eficiente programa de I+D dirigido a lograr la adecuada adaptación tecnológica, podrían quedar convertidos en auténticos especialistas en transitivización humana.

Prosiguió su explicación Alejandro con ánimo docente y sólidos argumentos -los puntilleros de las plazas de toros, debéis de tener en cuenta, que son personas que tienen superada en parte la formación teórica, pues en este campo bastaría con unas breves unidades didácticas dirigidas a la localización en el mapa morfológico de la corporalidad humana del bulbo raquídeo.

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Ni que decir tiene que estos trabajadores, las prácticas en fase animal las tienen de sobra superadas. Todo esto nos lleva a concluir que, tras el breve programa de I+D que antes os decía, los puntilleros de las plazas de toros podrían quedar convertidos en Técnicos Medios Operativo-Quirúrgicos en los Procesos de Categórica Transitivización Sustancial Humana. Los TEMEOQPCATRANSHUM. Tras cuya institucionalización constituirían en sí mismos, un símbolo de modernidad, una enseña progresista que nuestro país podría enarbolar con orgullo, un hito con auténtica proyección internacional, un salto sin precedentes hacia un futuro espléndido, un campo abierto a posibilidades insospechadas.

 -En fin…No sé…no sé -dijo uno de los interlocutores según se limpiaba el lagrimal de su ojo izquierdo con el dedo índice de su mano derecha.

-Quizás…quizás. Pero ¿qué sé yo? Es posible…Es algo muy complejo -dijo otro- carraspeando entre cada una de las palabras y acariciándose el mentón con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda, manteniendo su mirada perdida en un punto superior e indefinido del espacio.

-Habría que madurar mucho la idea -dijo el tercero- y lo que es indudable es que habría que buscar apoyaturas en ciertas instancias -y con sus labios apretados concluyo con un tenue y prolongado: uuummmhhh.

Hortensia callaba. En sus adentros veía, por instantes alternativos a un ritmo extremadamente rápido, asomarse y esconderse a un quimérico y fantasmagórico sillón de Directora General del Ministerio de Sanidad, como si fuera un muñeco de guiñol, que juega ante una multitud de niños dichosos y divertidos que lo contemplan, al “ahora me veis…. ahora no me veis”.

Pasados unos instantes se pudo escuchar que de sus labios salían unos susurrantes sonidos que, los componentes del grupo quisieron interpretar sin seguridad alguna en las sensaciones auditivas percibidas, como:

– Buueeno…buueeno…buueeno.

Alejandro se percató de que sus interlocutores habían regresado a la senda de la atenta receptividad y prosiguió.

-Y esto, además, conllevaría una independencia tecnológica. Un no quedar hipotecados por los royalties a los que obliga la utilización de tecnologías foráneas. Un, por fin, hacer de nuestro país un solar de creación, de inventiva, de innovación. Un país con la mirada puesta en el futuro, en el progreso, dando por finalizados de un modo rotundo y categórico los tiempos en los que Unamuno, observando nuestro pasado científico-técnico hubo de exclamar aquel oscuro y vergonzante “¡que inventen ellos!”.

Y todo ello, aprovechando el manantial que brota de nuestras más ancestrales costumbres, de nuestras tradiciones, de nuestros más alejados y remotos orígenes, de ese diálogo, de esa danza rítmica, fúnebre y mágica que el hombre ibérico ha venido manteniendo con el toro desde hace milenios. El hito antropológico de mayor profundidad ancestral que conserva Europa: la Tauromaquia.

Los rostros de los que escuchaban a Alejandro se fueron sembrando con un sarpullido de interrogantes que ninguno verbalizaba. En sus espíritus brotaban gigantescos manantiales que vomitaban torrentes de preguntas que ninguno realizaba. Solo uno dijo:

-¿A qué te refieres?

-Es indudable, -prosiguió Alejandro imprimiendo a sus palabras un tono didáctico, un acento de pedagogo experimentado,  envolviendo su exposición argumental en una voz pastosa aunque nítida, grave aunque próxima -que los Técnicos Medios Operativo-Quirúrgicos en los Procesos de Categórica Transitivización Sustancial Humana -los TEMEOQPCATRANSHUM-  nacidos en virtud de un adecuado programa de I+D, dirigido al necesario reciclaje de los puntilleros de las plaza de toros, al objeto de adecuar sus destrezas laborales  a las nuevas demandas surgidas en el seno del mercado -recalcó solemne Alejandro- aportarían su instrumental básico: la puntilla. Herramienta que por supuesto, habría que ser sometida a una trasformación adaptada a los nuevos procesos productivos, dando origen al IBCTSH Instrumental Básico de Categórica Transitivización Sustancial Humana. Una herramienta que en sí misma es respetuosa con el ecosistema; una herramienta de altísimo valor ecológico; una herramienta cuya utilización no origina ningún tipo de desperdicio; una herramienta que, de por sí, no proyecta producto contaminante alguno al entorno; una herramienta cuya utilización queda incorporada a lo aconsejado por los más conspicuos estudiosos en lo concerniente al desarrollo sostenible y a la economía circular.

Un conserje paseando lentamente por la galería, iba comunicando con voz contenida que la segunda sesión matinal del curso iba a dar comienzo. Muy despacio fueron entrando en el salón-aula los asistentes.

A medida que se desarrollaba la sesión fue produciéndose un fenómeno del cual ninguno de los participantes en la acción formativa tomó conciencia.

El corazón de Hortensia Vigil de Sandoval y Sotomayor, muy lentamente, fue transformándose. Su víscera cardiaca fue tomando forma de ave rapaz nocturna. Pico curvo y garfiado, garras punzantes y atenazadas, ojos redondos de mirada fija e hipnótica. Plumaje tan suave, fino y deslizante que favorecía la aproximación a sus víctimas en sorpresivo silencio mortal.

Solo habían transcurrido treinta y cinco días, y superando todas sus expectativas, salía publicado en el Boletín Oficial del Estado el nombramiento de Hortensia Vigíl de Sandoval y Sotomayor como titular de la Secretaria de Estado para los procesos de Transitivización Radical Humana (T.R.H) que había sido creada en el último Consejo de Ministros.

La explicación que recibió Hortensia Vigíl de Sandoval y Sotomayor por el cambio del adjetivo sustancial, por el de radical fue que este último, le había parecido al Presidente del Gobierno más juvenil, más moderno, más vital, más progresista.

Autor

Juan José García Jiménez
Juan José García Jiménez
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