24/11/2024 07:16
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A la gente le gusta que la engañen. Un pueblo sin memoria está perdido. Unas cuantas generaciones de la sociedad española actual no quieren tener memoria para no recordar su vil actitud ante los asesinatos terroristas y su cobarde comportamiento con las víctimas, a las que abandonó a su suerte. Un pueblo que actúa así, con vileza, indiferencia y pavura, y que se deja engañar una, dos, tres…, cien veces por los asesinos y sus cómplices, no puede luego quejarse.

Mientras no haya una rebeldía sociocultural y cívica, el pueblo español va a seguir teniendo el Gobierno que merece y que le corresponde, porque en España la libertad casi siempre ha sido una carta otorgada desde arriba y no una conquista arrancada desde abajo. Algo que se ha exacerbado en la actualidad, gracias a la nefanda Transición.

Por desgracia, salvo el paréntesis franquista, el pueblo español, en general, se ha mostrado irracional en los últimos siglos, y se ha dejado adoctrinar en el desprecio a la razón y a la inteligencia, y así está predestinado a acabar adorando las cadenas. El error de unos cuantos fue negarse a aceptar que esta querida tierra nuestra no posee cura por sí misma, ítem más como se halla abandonada a los ismos pervertidores y a las tenebrosas congregaciones y cofradías desde hace más de doscientos años.

Si no, ¿cómo unos ciudadanos mínimamente dignos pueden tener adicción, pertenecer o votar a unos partidos que fomentan toda clase de corrupciones, como son los de la casta?  Porque si por canonizar entendemos exaltar o bendecir, aquí estamos dando por buenas las malas intenciones y los peores hechos, y puede afirmarse que los electores españoles, tal vez ayudados por la mala conciencia e incluso por los pucherazos electorales, canonizan a los frentepopulistas y a sus amos, y a sus cómplices -PP- de la derecha.

Dentro de la partidocracia los políticos se reparten los roles correspondientes, entre los cuales algunos destacables son el de portavoz y el de capataz de diputados y desvergonzado tratante de votos. Aproximándose las nuevas elecciones, si el gobernante es hábil, vaciará la mente del pueblo y llenará su estómago mientras aún quede algo con qué llenarlo; y con migajas disfrazadas de banquetes, como han venido haciéndolo hasta ahora, debilitará su sentido crítico y procurará que no tenga conocimientos ni deseos de tenerlos, y que los sabios no puedan gobernar, si es que se presentan a la ocasión, que no es el caso.

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Aunque la supuesta moderación de los liberticidas, sus reiteradas apelaciones al diálogo, su impostada democracia, hayan sido demasiado expuestas a la verdad y harto publicitadas para saber que no son sinceras, no dejarán de mentir y delinquir, y con sus falacias y transgresiones seguirán escandalizando; siempre de daño en daño y de mal en peor, que un abismo llama a otro.

Porque, como les va la bolsa y la vida en ello, estos mediocres e ignorantes vasallos del diablo, que bajo su máscara ocultan toda la maldad del infierno, van a seguir tratando de hacer pasar por doctrina democrática su sectarismo, requiriendo y exigiendo adoración, ya que la impunidad de que disfrutan les impide caer en la cuenta de que la farsa ha de acabarse algún día.

Contra toda lógica, estos políticos y sus enchufados ocupan las instituciones o gobiernan, desde hace cuatro décadas largas, no para tener el mayor sacrificio, sino para comer el mejor bocado; no para preocuparse de las necesidades y desventuras del pueblo, sino para convivir familiarmente con delincuentes y parásitos o para comportarse como ellos. Ellos forman parte de un Sistema putrefacto que un elector cívico debería estar dispuesto a derribar, no a sacralizar mediante falsificadas elecciones.

Pero los votantes de esta casta partidocrática, que al parecer no pueden ni quieren aceptar la verdad de su condición, prefieren hundirse en el mismo barco que sus reelegidos, aunque con ello se hunda la patria, como si así no reconocieran ante la historia su gravísima culpa en la abominable Transición. Y al verse señalados directa y públicamente por cualquier individuo, asociación, grupo o partido que parezca honesto, acaben negando su voz y su voto a quien les ha descubierto. Porque sólo el sabio es capaz de amar a quien le reprende con justicia.

La sociedad española, que vota una vez tras otra mirando hacia otro lado o escondiendo la cabeza bajo el ala, es culpable. Por acción y omisión. Tan culpable como el Rey, como el Ejército, como la Justicia, como la Intelectualidad, como la Educación. También los propios ciudadanos han engrandecido con su apoyo a esos hombres repugnantes que dominan la escena política e institucional, y por eso han caído en la siniestra esclavitud. Cada uno de esos ciudadanos camina con pasos de zorro, pero en conjunto su mente es vana, porque atiende, además de a sus mezquinos intereses, a la lengua y a las palabras de los hombres astutos, y no a sus obras.

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Yo soy un admirador entusiasta del sufragio universal -decía Ganivet, allá por los 90 del XIX- con una sola condición: la de que nadie vote. Ganivet -según comentaba Ignacio Ruiz Quintano, en uno de sus breves artículos en el ABC de hace seis o siete años- estaba contra las elecciones porque para adueñarse de la voluntad de las masas hay que poner en circulación ideas muy toscas y asequibles, y como los hombres mejor dotados no se prestan a ir por las calles diciendo majaderías, acaban triunfando aquellos a quienes las demagogias les salen como cosa natural.

Es obvio que todos defendemos o deberíamos defender una sociedad mejor, más justa y preparada cultural y profesionalmente, en la que las desigualdades sociales y económicas sean mínimas y proporcionadas, pero sólo los ignaros, los delincuentes y los demagogos son capaces de propugnar una sociedad verdaderamente libre y en progreso bajo este Sistema amenazador que llevamos décadas padeciendo. Lo malo es que las tonterías y falacias dichas con la convicción del iluminado, o con la desvergüenza del fullero, son peligrosamente contagiosas; ítem más entre tahúres y sectarios. Y da igual que éstos ocupen un estrado social arriba o abajo.

 

 

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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