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Habrá quien aún no sepa que un monumento al Centenario de la Legión luce en la capital de España desde hace algunas semanas. Pues así es. Los actos conmemorativos del primer centenario de la fundación de La Legión se vieron  cancelados por coincidir con la pandemia, pero fuera de los cuarteles, se estaba gestando algo. Algo que no fuera una celebración efímera, sino que perdurara en el tiempo y nos trascendiera a los que vivimos esta generación. El Ejército de Tierra, con el beneplácito del Ministerio de Defensa, había encargado al escultor Salvador Amaya un gran monumento que rememorase a aquellos primeros legionarios, que sin saber muy bien donde iban y cuál sería su cometido, se alistaron en un cuerpo profesional creado para defender los territorios españoles en Africa. Las levas de soldados de reemplazo se hacían insoportables y allá por 1909, el envío de jóvenes y padres de familia a las guerras de África desembocó en la Semana Trágica de Barcelona. El germen de la creación de un cuerpo profesional empezó a gestarse, y así en 1920 tenemos al Ministro de la Guerra firmando el decreto fundacional y encargando a Millán Astray toda la operativa para formar un cuerpo de élite que se reveló como uno de los más laureados y comprometidos con la defensa de España.

En fin, todo esto viene en cualquier libro de historia. Lo que me trae hoy aquí es que mientras los ciudadanos normales, plenamente adaptados al siglo XXI, celebraban el nuevo año 2023 o dormían plácidamente la castaña correspondiente, un grupúsculo de gamberros pertenecientes a la izquierda más revolucionaria, se subía a una escalera en pleno Paseo de la Castellana y en la bayoneta que porta la escultura del legionario, pinchaban una cabeza de goma imitando un retrato de Franco mientras leían un manifiesto alentados por el periodista Peio Riaño, cuya cruzada personal contra el monumento es notoria desde hace años ya.

Y entonces me acordé. Me acordé de las palabras que el periodista sonsacó a un tal Juan Bordes, escultor (dicen) y académico de esa institución que perdió hace tiempo su razón de ser, llamada Real Academia española de Bellas Artes de San Fernando. Decía el bueno de Juan Bordes en eldiario.es que erigir un monumento a la Legión era echar gasolina al pueblo y que si la Comisión de monumentos de la Academia no emitía un informe en contra, dimitiría de su cargo. Y aquí me encuentro. Dudando de si una estatua echa gasolina al pueblo o la echan una panda de imberbes a los que no les afecta el precio de los combustibles y la cesta de la compra. Ayer fue una cabeza de goma de Franco pero majaras hay en todas partes, y váyase Ud. a saber lo que puede aparecer pinchado mañana. Y más después de comprobar el circo mediático montado y las pasiones revanchistas desatadas donde los de la verdad absoluta jalean con saña y animan al aquelarre de los pinchacabezas a seguir luchando contra el «fascismo» de un señor que murió hace casi cincuenta años. Y yo me acordé del incauto Juan Bordes, que al final va a pagar su inocencia y haber servido a los mezquinos intereses personales de un director de orquesta que bien poco se preocupa de cubrir las espaldas a quienes le sirven, con una dimisión de acuerdo a la palabra dada y con una rectificación sobre aquello de echar gasolina al pueblo… que erigir un monumento a la Legión era echar gasolina al pueblo y que si la Comisión de monumentos de la Academia no emitía un informe en contra, dimitiría de su cargo.

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Amanda Gonzalez
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