21/11/2024 19:34
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Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, …

El PSOE, en tantas cosas culpable, lo es sobremanera en defraudar las ilusiones que se crearon al inicio de la Transición, cuando una sociedad bien estructurada social y económicamente -como era la española de los años 70- se hallaba abierta a cualquier empresa futura de verdadero progreso.

Cuando uno hace memoria de aquella época y contempla la actual, no puede dejar de evocar los melancólicos versos de Quevedo, porque lo que hoy observamos es una desmoralización de la vida pública y privada que, desde los comienzos de la Transición, se ve sepultada por una espesa capa de desilusión y miseria moral.

Asombra la naturaleza falaz de los socialistas, su capacidad para la mentira, para la vileza más sucia de que pueden ser capaces los seres humanos. Tiempos hubo en los que el propio Felipe González, impostor paradigmático, se colocaba el casco para bajar al pozo de La Camocha, o bien aseguraba que «el Partido Socialista seguirá fiel a su programa básico: conquistar irreversiblemente una sociedad en la cual la explotación del hombre por el hombre desaparecerá. Una sociedad sin clases. El partido no va a renunciar nunca a esa meta».

«No estamos dispuestos a ceder en nuestros principios», insistía. Y, por ejemplo, «nuestros principios» consistían por entonces en negarse demagógicamente a la flexibilización de las plantillas. ¿Es posible?, se dirá algún ingenuo, si es que aún quedan incautos. Aquella era la música, una música efímera que no llegó a tocar ninguna orquesta, porque en cuanto tuvieron ocasión de medrar en los primeros escalones del poder, vendieron a bajísimo precio sus teóricas creencias ideológicas.

Y comenzaron a enarbolar la bandera del «todo vale» y a despreciar el mundo de los valores, en general, arrumbando en el vagón de los sobejos «nuestros principios». Enseguida, carentes de cualquier escrúpulo moral, se les vio moverse como múridos por alcantarillas, y con ello comenzaron a desmoralizar y desengañar a una sociedad que, asentada ya en el bienestar del período franquista y convencida por la propaganda socialista, pensaba alcanzar la prosperidad eterna.

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Dicha sociedad, por el contrario, pronto se adaptó a los cantos de sirena de una atmósfera hedonista de abusos y latrocinios, de despilfarros, mordidas y nepotismos, y el pan nuestro de cada día eran los enchufes, los fraudes, las cabildadas, las extralimitaciones y las ilegalidades. Es decir, enseguida comenzó la patrimonialización partidista del Estado, la ocupación de España y su consecuente derribo.

Porque lo cierto es que jamás el PSOE ha renunciado a su proyecto, que de ningún modo ha sido el de mejorar al ser humano, sino el de depredarlo, ni el de elevar el progreso de la patria, sino el de destruirla. Ahora, casi cinco décadas después, gracias al uso y al abuso de las mayorías absolutas en soledad o de la mano de los restantes frentepopulistas, y anulados los poderes judiciales, militares, educativos y culturales, España ha sido privada de libertad y se halla en absoluta bancarrota. Al contrario que los socialistas y sus cómplices, todos los cuales se bañan en oro con absoluta arrogancia, dada su impunidad.

Y el pueblo sin enterarse, pues todos estos años se ha mostrado alegre y confiado, entretenido como estaba con un modo de vida de goces vulgares y ajeno al de la ciencia, la cultura y la ideología política verdaderas. Los españoles nos hemos dejado condenar gustosos por estos tahúres, contentos de que gracias a ellos no viniera el dóberman y nos desgarrara.

Ahora, el comportamiento político de Feijoo, ante el hundimiento de la nación -economía, manipulación parlamentaria y del Poder Judicial, recorte de libertades, corrupción asfixiante, leyes abominables, fraudes electorales- es el de un inútil, incapaz de actuar ante el gravísimo deterioro constitucional y democrático. El de un inútil o, mejor, el de un cómplice del régimen personal y corrupto que desde la Moncloa preside Pedro Sánchez, o el de un títere globalista al servicio y a sueldo de los amos.

Aunque lo normal es que el señor Feijoo haya sumado en su haber político todas estas circunstancias, aun así, resulta difícil de explicar cómo puede, a estas alturas y en plena contrariedad del régimen despótico de Sánchez, seguir dándole cobertura moral y negarse a la moción de censura planteada por VOX. De manera que, si se le exigen a Sánchez responsabilidades políticas y jurídicas por los atropellos de su mandato, habrá que hacer lo mismo con este inútil PP, que tanto mal ha hecho también a España.

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No lo creo, pero si por mor de este obstáculo causado por algunos jueces, las cosas se le torcieran al PSOE y al Gobierno frentepopulista de Sánchez, los socialcomunistas, con el visto bueno de los amos y para no perder el proyecto, pueden dar un paso atrás y dejarse descabalgar del Gobierno, que no del poder, como ya han hecho en otras ocasiones.

Pero el derribo de España es un objetivo que no abandonarán nunca, salvo que desaparezcan. Y los socialcomunistas españoles no desaparecerán mientras nuestros enemigos tengan más poder que nuestros amigos. El caso es que los socialcomunistas nunca se han quedado sin proyecto. Su proyecto es acabar con España, y, una vez más, están a punto de conseguirlo, con el consentimiento del Rey, de los jueces y de los militares, sobre todo.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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