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Invento la palabra «mísica», como vocablo para designar sencillamente el estado genuinamente musical. Es decir, el estado que produce la música cuando se suma la mística. O la mística cuando procede de la música. En lo formal, el vocablo funde o mezcla, pues, la mística y la música.

            En el diccionario de la RAE se define la “música” como el “arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente».

Por su parte, la palabra «mística» se define como “la actividad espiritual que aspira a conseguir la unión o el contacto del alma con la divinidad por diversos medios (ascetismo, devoción, amor, contemplación, etc.)”.

La mística es principal o esencialmente religiosa, pero también cabe hablar (sin ser posiblemente necesario) de una mística artística. La mística laica nos llevaría a explorar las posibilidades del propio arte como forma de espiritualidad o incluso de religión. Arte y religión se relacionan, esencialmente, desde siempre. Singular es que en la propia Grecia Antigua se evolucionó hacia una espiritualidad religiosa de tipo artístico. Los dioses cumplieron una función, al final, más de este tipo artístico, o moral, que propiamente religiosa. Para Platón son aquellas son referencias morales; habla de forma más convincente de demiurgo; otros lo hacen refiriéndose al panteísmo; y en Aristóteles está ya definida la visión que posteriormente asume el Cristianismo, lejos de los dioses de antaño.

Pero, pese al arraigo social del Cristianismo, siguió manifestándose una presencia abrumadora de los viejos dioses principalmente como manifestación artística. Esto significa o bien algo artístico, o bien algo al servicio del culto religioso.

  1. Burkert, en su libro Cultos mistéricos antiguos, Editorial Trotta, citando un escrito de Dion de Prusia o Dion Crisóstomo, afirma que, si se llevara a un hombre a un lugar místico, a un lugar abrumador por su belleza y grandiosidad, para que contemple visiones místicas y escuche sonidos de este tipo, con la luz y la oscuridad sucediéndose en cambios repentinos, mientras ocurren otras cosas innumerables, ¿no llegaría a suponer este hombre que hay un sentido y un nivel más sabios en todo lo que ocurre incluso si viniera de la mayor barbarie?

Pese a la relación que hemos hecho con la mística laica (por extender lo más posible el significado de la palabra “mísica”),  el propio Cristianismo acoge perfectamente esta versión que proponemos de la «mísica», ya que, pese a los matices o erudiciones precedentes, el punto de partida es que la mística es ante todo religiosa. Por su parte, la música, en la versión mayoritaria incluso de los primeros pensadores de religión, no es incompatible con esta.

Ahora bien, lo que interesa aquí destacar es que la “mísica” es algo poético-estético o musical. La mísica es el estado, en general, que produce la música de interés. Es, por tanto, la aspiración de querer ser la música de las cosas que se ven, a través de un proceso musical o, lo que es lo mismo, místico. Es convertirse en sonido, o traducir la realidad en esta perspectiva musical. La música es la solución porque es mísica. Al final ayuda solo, porque solución no hay. La «mísica» es, sobre todo, un estado poético-musical. Siguiendo con los juegos de palabras, en la mísica se produce un estado de catástasis o culminante, pero a modo de un derrumbe o catábasis cuando golpea la música. Mísica-catástasis-catábasis.

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Santiago González-Varas Ibáñez
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