21/11/2024 20:02
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Pedro Sánchez, como sus antecesores Zapatero y González, como cualquier líder socialista que se precie y como muchos de sus seguidores y sus cómplices, incluido el PP, desprecia a España y a los españoles. En realidad, todos ellos son la caricatura y representación de lo que somos los españoles tal como ellos nos ven: uropeos provincianos, hedonistas adocenados sin otra ideología que la del carpe diem, localistas, patriotas de la insolidaridad y de la bazofia cultural, es decir, patriotas de lo pequeño y vulgar.

Pedro Sánchez, por el contrario, es patriota de lo grande: de la OTAN, de las agendas globalistas, de las poderosas mafias rosas y de esos otros engendros que conocemos como «la Europa de Bruselas» y «el grupo de Bilderberg».

Pero Pedro Sánchez, que está vencido en lo político, en lo económico, en lo cultural y en lo internacional, porque es un pigmeo humano, sin más facultades que las que le proporciona la ayuda de la plutocracia LGTBI, nunca se va a rendir ni a retirarse del juego mientras tenga el apoyo de esta última, que es quien maneja, en definitiva, los hilos de nuestra política, o sea, de nuestra sociedad.

Pedro Sánchez sólo es un resentido social y un buen mandado de los poderosos. Un peón más entre los utilizados por los financieros del club Bilderberg. Un diabólico bracero impuesto por las personalidades más influyentes del mundo, que está sirviendo a la perfección como instrumento del nuevo orden, dada su inquina a España y a la humanidad, y al que mantendrán en el poder mientras friegue, lave, barra y cocine a gusto de los amos.

A Pedro Sánchez, España se le ha quedado pequeña; ítem más porque, con sus permanentes golpes de Estado, está a punto de disolverla en la nada si algo o alguien no lo remedia urgentemente. Pedro Sánchez se ríe de los españoles con una risa envidiable, prepotente y narcisista, porque los ve, como digo, minúsculos, endebles, una masa imperceptible para su sensibilidad de agente de la universalidad, ese foro de banqueros empeñados en joder a España, a la civilización occidental y, más allá, al mundo.

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Nuestro demócrata Sánchez, es un esbirro más de los que calientan la paja a quienes desean poner huevos de acero sobre ese mundo en dilución que hemos conocido hasta ahora. Un jornalero a sueldo de los jefes, un hortera del reseteo que no deja de utilizar, contra la democracia natural, la grandilocuente -y falsa- convivencia democrática de la felicidad por decreto.

Pedro Sánchez, como demócrata improvisado que es, sólo se preocupa de los españoles para que le reelijan cada cuatro años, porque, como sus antecesores, González y Zapatero, todos ellos socialistas de estirpe, siempre ha preferido, contra lo que dice su propaganda, el mundo capitalista a la realidad obrera, la burocracia -atlantista o estalinista, según toque-, a la democracia verdadera, esa que se nutre de pequeñas grandes cosas, de mínimos y sagrados derechos.

Pedro Sánchez puede desoír a los fachas, a los conspiranoicos, a los agricultores y hasta a los pensionistas y a las amas de casa. Pero, aunque se lo proponga con la frivolidad de una ideología caduca y ominosa como la que utiliza, lo que no puede ignorar es la voz de la Historia, la palabra penúltima de los más sabios, ni los hechos de un hombre mítico, salvador de la patria, al que exhumó pretendiendo inútilmente acaparar su gloria.

Si nos fijamos bien en sus discursos y en sus actitudes, a Pedro Sánchez le sale su reprimido rencor hacia lo noble y excelente. Entre los plutócratas y sus militares atlantistas, este secuaz a sueldo, ha ido moldeando su odio para ponerlo definitivamente al servicio de la eficaz y programada destrucción de España. Como tiene madera satánica, a su naturaleza bolchevique no le ha sido difícil integrarse en las órdenes del liberalismo y del capitalismo más salvajes. Porque, ciertamente, comunismo y capitalismo, en el fondo, persiguen idénticos objetivos, pues son feroces enemigos del ser humano.

La víbora Pedro Sánchez se halla rodeada de otras víboras en su partido, en su Gobierno y en sus alianzas internas y externas. Víboras codiciosas, sedientas de poder y de sangre. Pedro Sánchez, siempre refocilándose en la malevolencia, pasará a la historia de la infamia por su habilidad para la catástrofe. No una catástrofe homérica, sino de mediocres. Una catástrofe ideológica y humana que devasta cualquier atisbo de legalidad, de libertad y de verdad.

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Pero la gran mayoría de esos españoles a los que desprecia profundamente no lo sabe, y seguirá votándole. O votará a sus cómplices. De lo que pueden estar seguros los españoles es de que Pedro Sánchez no va a rectificar, ni darse a razones, ni hacerse fraterno y prudente. A estas alturas, dado su perfil humano, su índole patológica y su proceso personal, ha llegado a un punto sin retorno, esa actitud en la que uno mismo se convierte en la causa, razón y justificación de todas las cosas.

Con el Mal ya desenmascarado, con los enemigos de España y de la verdad ya bien identificados y con su objetivo destructivo diáfanamente expuesto, los españoles de bien tienen una ocasión inmejorable para iniciar la regeneración. Y hay que utilizarla sin demora. Ojalá que la moción de censura anunciada por VOX marque el comienzo.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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