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Fernando Pessoa
La inteligencia como cuchillo ético que contiene la voluntad. Aquélla es activa, pensante, trabajadora; ésta desarrolla su trabajo en un rinconcito de la humillación, porque comprende que sólo es una enviada de las sílfides analíticas.
Sí, en esto pienso a estas horas.
Voluntad e inteligencia, constante terremoto de los Tiempos. Zozobra de los hombres.
Solemos inflamar con los trajes de las paciencias, pero luego llega el darle vueltas a las cosas, cuando las noches se vuelven espesas y duras, eternamente vacías. Un algo extraño repite cansino que debemos seguir viviendo. Lo examinas detenidamente, con la mano bajo la cara, sobre un amarillento almohadón de plumas. Sabes que la mañana está cerca. Miras de reojo a través de las cortinas y esa claridad va calando lenta hasta los ojos que todavía guardan el sueño. Cuentas los días que te sabes de memoria. La misma testuz cuando bajas al desayuno, el mismo sabor… Acaso algún detalle que se refugia en tu memoria y lo anotas en la libretita. Así trabaja Nando mientras le observo con su sombrero negro de ala ancha, un poquito inclinado como el ala rota de un ave.
―Me enseñaron a vivir dos veces. La que te cuento y la que escribo. Luego me encierro en el mutismo, por eso me llaman verde.
―Pero tú no crees en esto.
― ¡Ya!, como diría un buen costeño. Tienes razón, no creo. Sin embargo, Tonio, nos ha tocado el fondo del asunto. ¿Acaso supones que los demás no se engañan? Sólo tienes que observar la tristeza de sus rostros, el amargo sabor de sus bocas, los gestos aprendidos desde niños, los inútiles esfuerzos al sonreír sin ganas. Eso no es vivir. No merece la pena malgastar las palabras para expresar lo que no tiene nombre.
¡No!
El camarero se acercó con dos tazas blancas de café negro. Nando guardó la libretita en el bolsillo interior de su chaqueta. Quedamos en vernos a cada sorbo, para no perder la amistad de tantos años. Sorbo y abrazo. Sorbo y sonrisa. Sorbo y una cucharada dulce por la alegría de no sabernos solos.
Así compusimos un abalorio sin argumentos.
Borramos las imágenes. Solamente Nando y yo.
El mundo quedó afuera, lejos, tan lejos como el ancho de un cristal aventanado.
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