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Acudir a la FUENTE de nuestra FE Católica, que es la FE de la Revelación que Jesucristo hizo de sí mismo a sus Apósteles, de quien por ejemplo en la Carta a los Hebreos 1, 3 se nos dice que es “Luminaria de la Gloria”, el foco de luminiscencia incandescente ininterrumpida, todo él brotando Luz de Gloria. Y que en el mismo sentido y expresión nos cerciora el Apóstol y Evangelista San Juan en su Evangelio 1,1-5: “En principio (como Principio desde siempre) era el logos (el Verbo, traducido al latín y español). Y el Logos era cabe Dios. Y Dios era el Logos. Así era en principio (desde siempre) cabe Dios. Todo sobrevino por Él. Y fuera de Él nada surgió de lo que llegó a ser. En Él estaba la Vida y la Vida era la Luz de los hombres. Y la LUZ luce en la oscuridad y la oscuridad no la contuvo” …
Nos amplía revelada la Carta a los Hebreos: “Siendo LUMINARIA de la Gloria y ACUÑACIÓN de su consubstancialidad (hipóstasis) llevándolo todo en sí con la palabra de su potestad, habiendo realizado la purificación de los pecados, se asentó a la derecha de la majestad en los Cielos…”
Acuñación en la carne humana de nuestro Señor, de la consustancialidad del Verbo-Dios que por eso llamamos Cristo, es decir ungido en Sí mismo con la Divinidad que le es propia, diríamos que estativa porque es y está en él de manera nativa y no por adición posterior.
Es un troquelado de Dios, el Dios que nos es accesible, que se pudo ver y tocar y escuchar de viva voz suya. La auténtica Palabra de Dios que él pronunció con sonido humano y dicha por el ser humano físicamente que era Dios. Es Dios que se hizo accesible, nuestro Dios el que él reveló, nuestro Dios CATÓLICO. Que con la potencialidad de su palabra todo lo lleva en sí y por eso lo llamamos Panto-Crator, Todo-Poderoso. Que nos dejó abierta la posibilidad de la “purificación” de nuestros pecados instituyendo el Bautismo en Él, que lo es en agua de humanidad y Espíritu Santo. ¡Inmenso, enorme, definitivo! ¡Señor mío y Dios mío!, como exclamó el recalcitrante, pero al fin rendido, santo Tomás, el apóstol.
¿Acudir a las fuentes? Pues estas son y no hay otras que las del Nuevo Testamento entendidas, interpretadas, creídas, asumidas y vividas tal como nos viene dado por la línea de San Pedro, puesto como piedra de cimentación de la Iglesia a edificar a través de los tiempos. Una línea San Pedro que no siempre ni por todos sus sucesores en la investidura se siguió y que al presente es combatida desde todos los frentes principalmente por el fuego amigo y desde dentro. Debemos robustecernos y estar con las armas embutidas.
Ya el evangelista San Juan escribió: “Yo Juan, hermano vuestro y copartícipe en la tribulación, también en el Reino y la perseverancia en Jesús=Salvador, llegué a la isla de Patmos por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Me hallé en espíritu en el día dominical y detrás de mi escuché un gran sonido como de trompeta anunciando: Lo que ves, escríbelo en el LIBRO y mándalo a las siete comunidades eclesiales Éfeso, Esmirna, a Pérgamo, Tiátira, y a Sardes, Filadelfia, y a Laodicea.
Me volví para ver la voz que me hablaba y ya vuelto contemplé siete candelabros de oro y en medio al propio Hijo del Hombre revestido hasta los pies y ceñida hasta el pecho una banda de oro. Su cabeza y sus cabellos blancos y como lana blanca como la nieve. Sus ojos como llama de fuego. Sus pies igual que de oro y plata como en trabajo al fuego, y su voz como sonido de aguas masivas. Teniendo en su mano diestra siete estrellas y en su boca a la vista una espada de doble filo, y su vista como el sol brilla en todo su poder. Nada más verlo me eché a sus pies como muerto; pero me puso su mano derecha sobre mí, diciéndome: “No temas. Yo soy el primero y el último. Y el Viviente que fui muerto. Estoy vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del infierno…” (Ap. 1 -9,19)
No temer. Cristo nos toca porque estamos con él, al alcance de la mano. Principio y Fin. Portador de la Salvación en medio de los Siete Sacramentos de oro de la Gracia Santificante. Amén.
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