22/11/2024 13:18
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Su vida sentimental, su experiencia como soldado en Lepanto, su periodo de cautiverio con el turco, su estancia en la cárcel -en varias ocasiones- el complicado trabajo de cobrador de alcabalas, su dificultad para imponerse como escritor y la inseguridad económica que siempre le acompañó… No fue un triunfador, como Lope de Vega, ni un cortesano como Calderón; tampoco disfrutó de un seguro puesto eclesiástico, como Góngora. Vivió a la intemperie. Fue, sin duda, un hombre al que le salieron muchas cosas mal y ni su status social ni su reconocimiento como escritor estuvieron acorde con su genialidad. Su existencia no fue la de una asceta, sino la de un hombre mundano y seguramente algunos de sus actos no fueron del todo ejemplares.

Cervantes era oficialmente católico. Igual -se me dirá- que todos los autores de su tiempo en España. Ser católico, como ser partidario de la Corona, era una vigencia social aceptada universalmente. Incluso puede darse en caso, como en Lope de Vega, de una religiosidad fervorosa en su obra y una vida, en algunos momentos, escandalosa.

Pero en Cervantes, que, como todo el mundo, tiene que pagar tributo a los valores de su tiempo, ¿hay algo más? ¿Podemos hablar de valores cristianos en su obra? ¿Puede afirmarse que el cristianismo es un elemento importante de su cosmovisión?

En una obra tan compleja y variada como la suya, es difícil rastrear estas ideas. Voy a centrarme en un texto breve, pero fundamental. Hablo del prólogo que antepone a su última obra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Estas pocas páginas me parecen un documento precioso para conocer a su autor y (esto es una apreciación personal y muy osada) quizá único en la literatura universal. Este prólogo comienza con una dedicatoria a su protector D. Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos. Está fechado el 19 de abril de 1617. Cervantes muere, pocos días después, el 22.

Comienza parafraseando una coplilla tradicional:

Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, esta te escribo
.

Escribe, no sin humor, con un tono exento de dramatismo que va a mantener en todo el texto. Cervantes está lúcido y se sabe en los últimos momentos de su vida:

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Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir

La vida es impulso que se mantiene vivo hasta su final. Cervantes incluso, en esa situación extrema habla de sus proyectos: Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de Las semanas del jardín y del famoso BernardoTambién promete la segunda parte de La Galatea. Todo eso, si el cielo del diese vida, aunque reconoce que ya no sería ventura, sino milagro.

Esta actitud suya se relaciona con un aspecto importante de la filosofía moderna: el carácter proyectivo de la vida del que habla Ortega; Marías desarrolla la idea del carácter vectorial de la existencia humana. También podría servirnos de clave para entender a Don Quijote, que en el último trecho de su vida, después de tantos descalabros y fracasos, hace proyectos con su fiel Sancho de dedicarse a la vida pastoril.

Cervantes parece tener confianza en la otra vida, pero se despide de ésta con una melancolía que casi suena alegre:

Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós regocijados amigos; que me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida!” 1

Su vida, vista ahora en su conjunto con una mirada panorámica, le parece algo bueno, positivo. Cervantes no fue lo que se llama un hombre de éxito; más bien lo contrario. Si comparamos sus logros con sus extraordinarias cualidades, hay una clara desproporción. No obstante, la vida le ha parecido algo maravilloso, algo que “vale la pena” (una expresión que gustaba mucho a Julián Marías).

Me parece que esta actitud, más allá de un primario hedonismo de bon vivant, tiene un profundo sentido cristiano. El cristianismo considera el mundo como una valiosa creación que refleja la gloria de su creador. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno (Gn, 1, 31). Valorar desde las pequeñas cosas -humildes detalles de la naturaleza, por ejemplo- hasta la obra más excelsa de la creación, la vida humana. La visión cristiana no es una gnosis que busca la verdadera realidad tras la apariencia de este mundo, que es un inconsistente velo que tapa la realidad. Hay “otra” realidad que no es la de este mundo, pero no un nivel distinto de esta realidad, sino radicalmente otra; lo que llamamos lo sobrenatural. Toda la obra cervantina tiene ese sabor de delectación de la realidad, de complacencia con el mundo, que hace que hasta sus personajes más humildes, incluso los malvados, terminan resultándonos simpáticos.

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Hay otro rasgo cervantino que tiene la impronta cristiana: la alegría, la esperanza que no desaparece ni en los momentos más amargos. Si el mundo ha sido creado por Dios -y eso provoca la fruición que el hombre siente por él-; también el mundo es sostenido y conducido por Dios (Providencia), lo que provoca la esperanza y, como consecuencia, la alegría. El mundo es bello (Creación) y bueno (Providencia). Una parte significativa de la cultura contemporánea vive a contrapelo de estos valores: la desazón, la “nausea” (Sartre), el absurdo, el nihilismo.

Cervantes no es un escritor convencionalmente religioso, como su contemporáneo San Juan de la Cruz, pero está imbuido de la cosmovisión cristiana, que en toda su obra puede estar más o menos diluida, pero que está patente en ésta su última página.

Tomás Salas

1 Para los que gusten de las curiosidades literarias, indico que este fragmento se incorpora casi literalmente a un poema de Luis Cernuda. Cfr. mi artículo “Ecos cervantinos en un poema de Cernuda”: https://webs.ucm.es/info/especulo/numero38/ecoscer.htm

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