22/11/2024 06:08
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Entrevistamos al escritor José Sierra sobre su libro Sobre la pandemia y la política. El presente libro es una continuidad de las tesis del anterior trabajo: Orden cultural versus Orden digital…pero adaptadas y concretadas a la situación derivada de la declaración mundial de pandemia y a la aceleración de algunos de los procesos que allí ya se describían. (Parte 1)

Un libro sobre la pandemia y la política… no podía haber un tema más actual.

En estos momentos la pandemia parece competir con otro acontecimiento mundial: la expectativa de conflicto o no entre Rusia y Ucrania.

La pandemia nos trae la muerte y la guerra también. Pero ambos acontecimientos parecen estar afectados por el mismo síntoma: su descafeinización conceptual. Estamos ante una pandemia (casi) sin muertes y ante una guerra anunciada pero que no tiene lugar.

En ese sentido, creo, no sería muy correcto hablar ni de pandemia ni de guerra (hasta que llegue el momento en que se desate la muerte en proporciones bíblicas).

Se habla mucho de pandemia, por ejemplo, cuando en realidad detrás o al margen del fenómeno vírico solo te encuentras con una inmensa simulación técnica que determina el comportamiento de la población (el miedo), que moviliza a los colectivos de la salud (la vacunación) y que hace actuar a los Estados (imponiendo medidas restrictivas económicas y limitando derechos fundamentales).

No podemos sostener que todo sea una gran mentira, porque hay algunos muertos, la vacunación de la población ha alcanzado niveles asombrosos y las medidas limitativas económicas y jurídicas han campado a sus anchas durante estos casi dos últimos años.

Sin duda, no se trata de los efectos provocados por un virus que haya aparecido de pronto y que irrumpe en nuestras vidas y que parece tener una extraordinaria capacidad de adaptación taumatúrgicas a situaciones adversas. El virus es prácticamente innocuo. Lo que estamos viviendo no es más que el resultado, asombroso, de una simulación técnica, de una ficción virtual a nivel global que está arrasando y determinándolo todo.

No es un problema sanitario sino de otro orden, es decir, del advenimiento acelerado de un orden digital que ya estaba en ciernes.

De hecho han conseguido que no se hable de otra cosa.

La pandemia ha generado su propia narrativa, que es como su misma justificación, convertida en relato mítico y ha invocado a sus creyentes.

Es evidente que la fuente de formación del mito ya no es únicamente atributo del Estado a través del correspondiente ministerio o consejerías de sanidad.

Puede señalarse, directamente, a los medios de comunicación; también a los supuestos expertos y demás profesionales de la salud que han dado credibilidad al relato y lo han fomentado (aunque eso supusiera contradicciones permanentes); y, en medida decisiva, a la mayor parte de la población que ha asumido y actualizado, con su indolencia miedosa, el discurso endiosado del virus.

En ese sentido, estamos en presencia del virus de la información. Todos lo querían desde los mass media hasta cualquier individuo y cada uno ha hecho del fenómeno lo que ha creído oportuno: unos se lo creen y lo fomenta, otros no se lo creen y lo estigmatiza.

Lo que debe de constatarse en esta situación, la de la pandemia, es las ansias de la población de satisfacer su íntima e interna necesidad de creer impulsada por el miedo, el pánico y el terror de perder la vida. Hay mucho de comportamiento religioso en eso del virus, con sus prácticas patéticas (como la de llevar mascarilla en medio del campo o la de inocularse una pócima de eficacia incierta de forma regular… y ya van cuatro), seguramente porque desde que Dios ya no rige nuestra existencia no se ha sabido asimilar la orfandad trascendental.

Pero también es verdad que este fenómeno de la llamada pandemia tiene los días contados.

Creo que ha habido varios objetivos importantes y todos ellos se han alcanzado en mayor o en menor grado, sin perjuicio de su entera realización en un futuro cercano. Momento en el cual debe de plantearse el final del relato de la pandemia para ir favoreciendo y desarrollando otros fenómenos que gocen de las mismas características y que tiendan a reforzar las mismas finalidades que el relato del virus.

Primer objetivo alcanzado: Se ha producido un negocio inmenso para las grandes farmacéuticas y, sobre todo, se ha formado en la población un grupo elevadísimo de adictos o yonquis de nueva generación 1.0 (aquí entran todos los enfermos imaginarios o hipocondríacos, los que están vencidos por el miedo y la ignorancia, y toda esa turbamulta de creyentes del virus de todo tipo y condición) que mantendrán, con sus exigencias ilimitadas de requerimientos de ‘salud’, los beneficios futuros de las empresas farmacéuticas.

Se ha alcanzado, sin duda, el objetivo de hacer dependiente a la mayoría de la población de los medicamentos artificiales génicos y los de síntesis química.

Segundo objetivo logrado: Se ha constatado, incluso en contra de toda lógica política de liberación colectiva o individual, la total y absoluta aceptación por parte de la población de las restricciones y limitaciones económicas, jurídicas, emocionales, psicológicas… y, por tanto, se ha asumido una nueva clase de poder (incluso político) y del Estado ya no basado en la fuerza, en la violencia o en lo físico.

Ahora el poder ha transformado su naturaleza en poder integral, virtual y artificial, que impide que sea desobedecido.

Tercer objetivo alcanzado: Se ha señalado durante la pandemia qué sectores de la producción y de los servicios van a ser exterminados sin miramientos y qué otros van a seguir como esenciales. Ya no hay problema para aceptar de grado las próximas medidas como la desaparición del dinero en efectivo, la precariedad permanente en el trabajo por cuenta ajena, la percepción de una ‘paguita’ por no hacer nada…

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La máquina, con la automatización acelerada que se implementará por todas partes, ya está en perfectas condiciones de expulsar al sujeto de todos los procesos de servicios y de producción innecesarios.

Cuarto objetivo: Lo presencial se retira de la escena y quedaremos frente a frente ante lo virtual. Todo eso impactará en nuestra forma de percibir y percibirnos. Se producirá una brutal sustitución, de grado o por la fuerza, de nuestras relaciones con el mundo, las cosas y las personas. A partir de este punto de inflexión antropológico que supone la eliminación de lo presencial (del mundo y de los demás), se convertirá en normal relacionarnos más y más íntimamente con una máquina que con otro sujeto.

Las implicaciones a que conduce ese hecho son inmensas y están sin analizar de forma exhaustiva salvo parcialmente y con aplicación de esquemas arcaicos de pensamiento insuficientes e inútiles para alcanzar suficiente luz.

En definitiva, para no hacer una enumeración exhaustiva, se ha alcanzado el objetivo central de convertir a la población en un recurso biótico y la pandemia ha sido el medio propicio para ello.

En el subtitulo distingue entre la vieja y la nueva política. ¿Qué es lo que distingue una de otra?

Esta pregunta exige una respuesta algo extensa. Pero voy a intentar sintetizar lo máximo posible la contestación.

La vieja política se limita a organizar a una colectividad definida formada por un conjunto de comunidades diversas. De entre todas las formas políticas posibles para alcanzar la toma de decisiones la vieja política, desde hace poco, ha adoptado el modelo de la representación democrática, modelo que presentan un progresivo vaciamiento hasta el punto en que, en estos momentos, ya no hay representado más que como excusa para justificar las elecciones regulares que cohabita con un representante que hace, literalmente, lo que le viene en gana con el voto.

No cabe duda que la vieja política, al menos desde el siglo XX y en unos lugares antes que en otros, precisa de la conformación de un tipo de sujeto preciso: el individuo de consumo, es decir aquel que piensa que puede elegir entre distintas opciones políticas del mismo modo como lo hace cuando elige entre una gama de productos o de servicios.

El individualismo de elección o de consumo sería, pues, la forma en que el sujeto expresa su dependencia y la subordinación al ‘todo’ en que está integrado (llámese estructura, sistema, capitalismo, etcétera).

Lo que caracteriza a este individuo en occidente es creer en el libre albedrío de forma absoluta, de modo que piensa que todos sus actos dependen de su propia voluntad.

En cambio la nueva política, la que parece que se irá imponiendo a partir de marzo de 2020 aceleradamente, tiene por finalidad ‘desorganizar’ lo que antes estaba ordenado conforme al modelo de la representación democrática, de la sociedad del bienestar y del consumo, de las formas de producción del capitalismo basado en la energía del carbono. Es decir, la nueva política aspira a desmantelar todos los elementos constitutivos de la sociedad conocida y todos los dispositivos que la identificaban y nos la hacía reconocible.

El tipo de individuo que precisa esta nueva situación, en este momento, es la de un individuo de transición entre lo analógico, que es de donde venimos, y lo digital, que sería hacia donde vamos. La verdad es que este individuo es indiferente a la representación política. Refractario a los hábitos, creencias, gustos, ideas, etcétera que animan al individuo de consumo, consumo que será eliminado y, por tanto, carece de todo sentido tener como centro de distinción del sujeto la ‘capacidad de elección’ cuando ya no habrá ofertas ni de bienes ni de servicios que adquirir.

Este individuo de transición está mediado por la tecnología digital sin la cual no podría ser definido ni reconocido. La digitalización no solo afecta a todo aquello que sea susceptible de ser convertido en información sino que, extendiendo su impacto binario, también digitaliza a todos los que se constituyen en nodos o puntos de la red en que discurre esa información: el sujeto se convierte en una terminal integrada, como un circuito integrado más, donde se almacena, se produce, se recibe y se transmite información.

Ese desmantelamiento de lo analógico es el que tenemos que analizar porque su eliminación implica que vendrá algo que lo va a sustituir. Por eso tendríamos que adelantarnos y ver, en lo posible, si podemos influir en el sentido de las transmutaciones tanto del poder como en el resto de los condicionantes de la existencia.

Tal vez deliro o se trata de una tarea imposible. Pero es lo que debería constituir la preocupación y la atención central de nuestra actividad teórica antes que seguir rumiando con categorías arcaicas que resultan inanes para explicar.

¿Cuáles son las metamorfosis más relevantes que se están produciendo en el ámbito del poder político y en el escenario del Estado como consecuencia del impacto de la tecnología digital y de la pandemia?

La tecnologización total de la existencia constituye la base de todas esas metamorfosis y que la pandemia, como medio, ha servido para hacer emerger y acelerar: la cultura de la enfermedad (que eliminará a los inservibles), la exterminación del trabajo frente a un capital automatizado y robotizado en todos los procesos de producción y de servicios (que eliminará al factor trabajo), la eliminación del ámbito de lo presencial frente a la potenciación de lo virtual (aislamiento, soledad, eliminación de la familia con el problema de la gestión de un sexo sin finalidad), la conversión de la existencia en una interrelación permanente y sustancial con programas y algoritmos de todo tipo (eliminación de la realidad, de las personas y de las cosas)…

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Lo digital no tiene más propósito que diseñar de raíz toda la existencia de las poblaciones.

Y es evidente que en el plano del poder y de su ejercicio las cosas no van a funcionar como antes.

Siempre pongo el mismo ejemplo: en materia de tráfico se ha alcanzado un comportamiento generalizado determinado de aceptación con el semáforo que regula el movimiento de los vehículos y de los transeúntes. Bastan tres luces colores.

¿Puede imaginarse el efecto que está produciendo la acción concertada de las tecnologías de mano (móviles, tabletas, PCs, etcétera) en la percepción y en el moldeo cognitivo de los sujetos y con capacidad ilimitada de impactar y determinar el comportamiento presente y futuro de los ‘enganchados’?

La paradoja está en que cuando menos capacidad de elección existe en el sujeto digital, sobredeterminado por el uso de las tecnologías digitales, se produce una exaltación de la libertad como mito.

Trato de entender cómo funcionan las nuevas relaciones de dependencia digital. Sabemos que son condicionantes no violentos que ya no proceden del Estado ni de sus mandatos o leyes ni de sus dispositivos, es decir, la generación de las nuevas dependencias digitales se producen con independencia y sin necesidad de que actúen, se materialicen o se ejerciten las potestades del Estado. El comportamiento es automático y se alcanza sin el estímulo de una presencia o de una coacción física exterior del Estado: basta con estar integrado en la aplicación o dejarse llevar por el algoritmo.

La pandemia en todo esto ha servido para implantar, con la cultura de la enfermedad, otra nueva dependencia que se prolongará a lo largo del tiempo, que se perfeccionará y que culminará en un situación de subordinación física del sujeto a los nuevos medicamentos artificiales (ARN mensajero) producto de síntesis de la ingeniería molecular y biológica.

Mientras lo digital condiciona al sujeto en lo cognitivo, lo biotecnológico condicionará el cuerpo y el estado de salud del sujeto. Se trata de una conjunción de desplegamientos interdependientes y que actúan al unísono y de modo paralelo.

¿Lo que se busca a propósito sería, en última instancia, la exterminación de los sujetos inadaptados o refractarios al proyecto del orden digital? No estoy en estos momentos en condiciones de contestar esa pregunta.

¿Por qué esas incidencias están provocando un cambio radical en el concepto del poder, de su naturaleza y de su forma de ejercicio?

Si el moldeado de la conducta ya no procede de una exigencia exterior de los poderes del Estado sino de las aplicaciones y algoritmos que constituyen el nuevo sistema digital integral en red que tiene la capacidad de general un universo artificial y una dimensión cognitiva virtual, tendríamos que analizar varias cosas:

Primera: las nuevas relaciones de dependencia digital se producen masivamente y, en estos momentos, por las grandes empresas tecnológicas. No me interesa tanto cómo obtienen fabulosos beneficios sino, más bien, qué tipo de sujeto están forjando, qué clase de efectos y cómo están impactando y moldeando la cognición para generar un nuevo sujeto, el sujeto digital, completamente desarraigado de toda referencia a la realidad, al contacto, al pensamiento, a la trascendencia, a la familia…a todos los valores culturales.

Ya no se trata de jugar en la pantalla sino de integrarte, como un elemento más, dentro del mismo juego del dispositivo convirtiéndote en materia pura para la ficción. Eso es Metaverso.

Ya no se trata de que puedas elegir este o aquel producto o servicio, esta o aquella opción política, este o aquel tipo de diversión o de compañía. Se trata de que tu conducta sea predecible y que se te pueda predeterminar de modo absoluto antes incluso de tomar cualquier decisión. Eso es Amazon y todas las aplicaciones que utilizan los resultados del big-data.

Lo que nos invita a pensar que, evidentemente, todo ese caudal de potencialidades será o regulado por el Estado en su provecho o será asumido también por el Estado (que producirá sus propias aplicaciones que vayan más allá de una simple gestión administrativa).

Segundo: la tecnología digital tiene la virtud de crear un ámbito de existencia integral para el sujeto al que puede acceder fácilmente pero del que resulta casi imposible salir.

No es suficiente con explicarse el fenómeno achacándolo a una mera dependencia digital: un yonqui del algoritmo. Hay algo más: si te desconectas quedas sin vida (al menos la única que importa al sujeto digital), quedas neutralizado, un sujeto sin valor.

Solo habría que pensar en cómo hacemos muchas de las transacciones económicas, cómo accedemos a nuestras cuentas bancarias, cómo recibimos información de otras personas o de las instituciones, privadas u oficiales, cómo nos divertimos y obtenemos música, películas… no estar conectado sería como la muerte digital del sujeto.

Por tanto, estar o no conectado ya no es un acto de voluntad sino que representa la misma condición sine qua non de vivir en un nuevo ambiente, extraño al analógico, donde el sujeto forme parte integrada en un circuito digital y del que emana determinaciones y dependencias que, como el semáforo, ya no es posible desobedecer o resistir.

Eso sería uno de los efectos más fantástico de la dependencia digital que es como hablar de las nuevas relaciones del poder y del Estado: no puede ser desobedecido.

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