25/11/2024 01:12
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La primera parte está aquí: 1936 Fraude y violencia en las elecciones del frente populares: No cuentan los votos, sino quien cuenta los votos. Como indicado, estamos haciendo un extracto amplio del libro que permite seguir su narrativa.

 

El capítulo 2, De la coalición de izquierdas al Frente Popular, trata de la creación del frente, que, como se dijo antes, empezó como coalición de republicanos de izquierda a la que se añadieron los partidos obreristas, que lo fueron escorando a la izquierda. Sánchez Román, que esbozó el acuerdo, acabó abandonándolo.

 

La triple división en el PSOE (sin la cual no hubiera habido Guerra Civil):

 

En los meses previos ya se habían hecho explícitas las disputas entre la izquierda caballerista y el reformismo besteirista, tendencias que hasta poseían prensa propia, Claridad y Democracia, respectivamente, al margen de las publicaciones oficiales del partido.

… el semanario caballerista exigió a lo largo de 1935 la expulsión del partido de Besteiro y sus seguidores, a los que consideraba traidores por solicitar el retorno de los socialistas a las Cortes y la renuncia explícita a la dictadura del proletariado y la táctica insurreccional.

También se quejaban del intento de Besteiro y sus «reformistas» de «deducir a su favor las consecuencias del glorioso movimiento de octubre», criticándoles su explícita renuncia al correccionalismo. 

Los prietistas pretendían reivindicar el oportunismo táctico del PSOE como santo y seña de la organización desde los tiempos de Pablo Iglesias. Y se diferenciaban a sí mismos de la izquierda y de los «reformistas» en que, sin repudiar la «acción revolucionaria», concebían que «reforma y revolución, legalidad e ilegalidad, no son […] términos antitéticos cuando se saben conjugar inteligentemente».
Por de pronto, la división era tan honda, y la aspiración de «depurar» el partido tan extendida entre los caballeristas, que estos ya no consideraron otra estrategia que centrarse en la batalla interna, declarar facciosa la Ejecutiva prietista y forzar la convocatoria de un congreso extraordinario. No habría tregua siquiera en periodo electoral, aun cuando las disputas pasarían a un segundo plano conforme se acercó el día de votación. 

El PSOE era un partido realmente dividido en dos tendencias, con Prieto en el medio de muñidor.

El pasteleo de los republicanos de izquierdas:

 

… los dirigentes republicanos intentaron, al contrario, reafirmar su identidad y proyecto propios respecto de sus potenciales aliados. Se trataba de rechazar la acusación de sus adversarios conservadores de que el centro-izquierda, sin apenas fuerza electoral, actuaría como simple testaferro de los revolucionarios de «Octubre».

Estas distancias, y la insistencia de un gobierno solo de republicanos, buscaban tranquilizar al electorado moderado. Pero esta reorientación era gestual, como demostró el mismo Azaña en unas declaraciones del 20 de diciembre: la coalición de las izquierdas restauraría, «perfeccionándolas», las políticas del primer bienio. No otra cosa refería Amós Salvador: en la coalición solo podrían formar «las verdaderas izquierdas y las gentes auténticamente republicanas»,

En un editorial canónico, por cuanto sus argumentos se repetirían hasta la saciedad en la campaña electoral, el órgano de IR, Política, definió el «vaticanismo» de la CEDA como una modalidad de «fascismo antirrepublicano».

Desde IR no se daba siquiera esa posibilidad, por fútil que fuese, de que los cedistas pudieran avenirse con la República a cambio de renunciar a la revisión constitucional. La CEDA era fascista per se y, por tanto, debía reputarse falsa cualquier aceptación de la República por sus dirigentes. Así las cosas, no cabía más solución que combatirla sañudamente.

Las izquierdas declararon una política de guerra civil fría tendente a destruir a la derecha y que nunca más pudiera gobernar:

 

La misión del «frente» no era solo ganar unas elecciones, sino hacer «retroceder el fascismo para siempre jamás», expulsando a las derechas de la legalidad y no otorgándoles otro trato «que el debido al enemigo encarnizado y felón».

Como José Díaz reveló a El Heraldo: «Para derrotar y hundir al fascismo no hay que andarse por las ramas. Hay que destrozar su base económica. Vea usted los grandes terratenientes y aristócratas que bien van a caballo de la Ceda […]. Un elemental deber de justicia social impone confiscar, sin indemnización, los bienes de estos señores y entregarlos al pueblo. De estos señores y de otros como ellos. Sin perder de vista las actividades reaccionarias de altos dignatarios de la Iglesia, soporte de la Ceda. Quitando a estos elementos su base material, el fascismo recibirá un golpe de muerte.

Para el presidente en funciones del PSOE, Remigio Cabello, consistían en la «conjugación inteligente […] de reforma y revolución, de legalidad e ilegalidad. Es decir, oportunismo; esto es, marxismo». En Navalmoral (Cáceres), Jiménez de Asúa ilustró las palabras de Cabello (15 de enero). Con la vista puesta en el objetivo final, la instauración del «marxismo», los socialistas debían ser «oportunistas» y tenían «que ir a las elecciones y al Parlamento, aunque este sea una cuadra, para defender los intereses y reivindicaciones inmediatas de la clase trabajadora».

¿Por qué se avino la CEDA a jugar al “juego democrático” sabiendo que el contrincante no te va a dejar gobernar si ganas y te va a destruir si gana él?

 

En ese pasteleo entre republicanos y extrema izquierda, la izquierda republicana muestra su complicidad política con la obrerista en relación con la Revolución de Asturias:

 

Debían conciliar el documento republicano redactado por Sánchez-Román, y retocado parcialmente a propuesta de Prieto, con el programa conjunto de socialistas y comunistas, que Vidarte y Cordero entregaron a Azaña la víspera de Navidad.

Los dirigentes republicanos no pusieron reparos, por otra parte, a la demanda socialista, previa a cualquier negociación, de una amnistía para todos los procesados y condenados por la insurrección de «Octubre»

 

El comité electoral comenzó sus trabajos dando redacción definitiva a los puntos que los socialistas consideraban condición sine qua non para el pacto nacional: la amnistía y las «reparaciones» por «Octubre».

Más grave era que los representantes de IR, UR y PNR, futuros administradores del orden público, renunciaran a proteger a los militares y los policías de cualquier represalia por haberse opuesto a la insurrección de 1934.

 

… los republicanos cedieron, igualmente, en el asunto de la readmisión de los empleados despedidos. Renunciaron a incluir la precaución que ellos habían pactado previamente: «que no hubieran existido actos de violencia especial del obrero despedido contra el patrono, la empresa o los elementos de la propia industria»

… la transigencia de los republicanos no se debió solo a la presión de los vocales socialistas, sino a sus propias ambivalencias en torno a la acción insurreccional. Su propuesta, menos extrema que la de las fuerzas obreras, dejaba entrever igualmente una discriminación entre quienes se habían alzado en octubre de 1934, que debían ser generosamente «reparados», y quienes se habían mantenido al lado del Gobierno, que no estarían exentos de «responsabilidad» por sus actuaciones.

 

En sus actos públicos, en vísperas del periodo electoral, no dudaron en disculpar y hasta justificar la insurrección. Para Barcia (IR), la amnistía era «un deber de equidad y de justicia», porque «los hombres que se sublevaron» lo hicieron por «el temor de que [les] fuera […] arrebatado el régimen que el pueblo se dio».

En realidad, «Octubre» «representaba […] el sentir de los verdaderos republicanos», y «una magnífica defensa del régimen y por él el régimen se salvó». «Imperativo de justicia» también denominó Martínez Barrio a la amnistía, mientras El Heraldo la reivindicaba en nombre de unos presos encarcelados «por el solo delito de tener ansia de libertad y de igualdad social». En una inversión de responsabilidades que se repetiría de forma continuada, Julio Just (IR) culpó a la CEDA de «desatar la revolución en España» por «encaramarse a los altos sitiales de la gobernación del país»

 

Los obreristas me quieren gobernar y yo les sigo la corriente, pa´ que no diga la gente, los obreristas me quieren gobernar…

Las izquierdas no solo no reconocen el crimen de la revolución del 34; insten en que van a continuarla:

 

El proletariado asturiano se alzó […] para derribar, en unión de sus hermanos de clase de toda España, al Gobierno capitalista y sustituirle por el Poder de los trabajadores. No para sustituir un Gobierno republicano por otro Gobierno republicano. Y quien diga lo contrario, no dice la verdad». Pretendía, así, desmentir a los republicanos, esos «tergiversadores democratoides» que falseaban los hechos al presentar «Octubre» como «una arrebatada declaración de amor a la República», algo que «hacía reír» a los obreros asturianos.

 

Si en el primer turno [en el mitin conjunto, republicano-socialista, en el Salón Stambul de Madrid (6 de febrero). ], Francisco Blasco (UR) mantenía que fue un «alzamiento» en «defensa de la libertad y de la justicia», e incluso «de la ley», Álvarez del Vayo (PSOE) lo desmintió diciendo que «Octubre» debía interpretarse en términos de una «revolución integral de tipo socialista».

 

En este sentido, anunció a sus aliados republicanos que ellos no querían «engañar a nadie» y que, cumplidos sus compromisos, su aspiración era una «nueva sociedad socialista» como la de la Unión Soviética. Caballero confirmó estos extremos en Salamanca (12 de febrero): si «Octubre» hubiera triunfado, «habríamos transformado la República democrática burguesa en una República socialista».

Jiménez de Asúa también pedía la amnistía en Albacete, al tiempo que glorificaba la insurrección: «¿Dónde estaríamos todos nosotros sin Octubre? Todos los socialistas, absolutamente todos, estamos plenamente solidarizados con el movimiento de octubre».

 

En Salamanca clasificó las ilegalidades según los móviles, de modo que, mientras los insurrectos solo habían incurrido en «delitos políticos» por «sostener la revolución», los militares que los fusilaron habían cometido «asesinato».

El programa del «frente obrero» había dejado claro que los propósitos de estas fuerzas no pasaban ya por «el constitucionalismo ni el sistema parlamentario», sino, como reputaba Ahora, por «la dictadura del proletariado».

De nuevo nos surge la pregunta de por qué la CEDA sigue el juego democrático.

Aún así, los republicanos se alían con la izquierda obrerista insurrecta:

 

En esas circunstancias, fue a partir del 8 de enero cuando se avanzó efectivamente hacia la coalición electoral. Los representantes obreros se reunieron, bajo la presidencia de Caballero, en la sede de UGT y acordaron comisionar a Vidarte y Cordero para que aceptaran la propuesta de los republicanos en la mayoría de los puntos donde había disonancias.

Las últimas controversias ocurrieron al oponerse los republicanos a incluir las «milicias populares armadas», la depuración de los funcionarios «desafectos», la supresión de las leyes de Orden Público y Vagos y Maleantes, y el retorno de la de Términos Municipales.

En definitiva, si bien los republicanos no coadyuvarían a la socialización completa de la economía, otorgaban las palancas suficientes a sus aliados de la izquierda obrera para privar, desde las Cortes, de su base material y moral a la llamada «España reaccionaria».

 

Puro kerenskismo.

La izquierda republicana trata de engañarse (o no…), porque el PSOE dice claramente que va a la revolución:

 

Caballero lo expresó de forma paladina en su mitin madrileño del 12 de enero. Recordó a los republicanos que el PSOE ya no luchaba por la República democrática, sino por el «socialismo» y una «dictadura del proletariado» semejante a la Unión Soviética, a la que dedicó elogios y para la que hubo una atronadora ovación. Caballero avisó igualmente a los dirigentes republicanos de que la coalición electoral era circunstancial y de que, «cualquiera que sea el programa que se publique», los socialistas no hipotecaban «absolutamente nada de nuestra ideología y de nuestra acción», ni nada les desviaría «de nuestro objetivo final».

En la edición donde se reprodujo, El Socialista anunció que reflejaba «nuestra doctrina de ayer y hoy». «No es culpa nuestra», afirmaba, «que no se quiera vernos tal como somos y fuimos siempre. Todavía andan por el mundo gentes que se llenan de susto cuando asentamos nuestro propósito de conquistar el poder político revolucionariamente». El dominio de la clase burguesa «solo por la acción revolucionaria puede serle arrancado». Ni siquiera el periódico dio valor alguno al programa a punto de publicarse. La alianza electoral servía para oponer un «dique ante el cual se estrelle el fascismo agrariovaticanista»

Pero la izquierda republicana traga lo que les eche la obrerista ¿con gusto?:

 

… su discurso causó un efecto deplorable entre los dirigentes de IR y UR. Más aún, aceleró la descomposición interna del Partido Nacional Republicano, el socio más moderado de la coalición.

Sánchez-Román anunció a Azaña que no se sumaría a la coalición, pues «hacía cuestión fundamental para su participación en el frente el que fuese aceptada su propuesta». Fue entonces cuando Azaña y Martínez Barrio resolvieron seguir adelante y publicar el manifiesto la noche del 15.

… si hubiera prevalecido su criterio sobre el más flexible de los otros dirigentes republicanos, probablemente no hubiera habido una coalición nacional. Por eso, Azaña y Martínez Barrio se negaron a seguir por ese camino al líder del PNR.

Sánchez-Román atisbó, así, lo que no llegaron a ver Azaña y Martínez Barrio: que, por entonces, era ilusorio considerar al PSOE un factor de estabilización del régimen republicano.

Con todo, el propio Sánchez-Román se encargó de minimizar los perjuicios. Tras desmentir una posible disolución del PNR, la dirección nacional acordó no presentar candidatos propios y prohibió que cualquier militante del partido apoyara públicamente «a ningún candidato de la derecha o del Gobierno actual», desautorizando así cualquier acercamiento a Portela.

Con todo, se acuerda un programa para iniciar un camino que no se sabe donde acabará:

 

«Se explica que los partidos obreros revolucionarios firmen de tan buen grado el documento», reputaba el diario centrista Ahora: votaban a las izquierdas republicanas y las dejaban gobernar «para que les desbrocen el camino, debilitando la fortaleza del Estado y el ánimo de los defensores de él. Después podrá venir el ataque a fondo[130]».

¿Se implantará lo que quieren los republicanos o lo que quieren los partidos obreros? […] El elector que acuda a las urnas no sabrá si vota las medidas de gobierno republicanas o las socialistas»

El Sol coincidía en que el programa «no permite saber si los republicanos podrán predominar más allá de las coincidencias con los partidos obreros», pues «a la simple lectura se advierte la falta de reciprocidad en el compromiso […]. Los socialistas lo obtienen todo; los republicanos no alcanzan nada».

Sobre la supuesta moderación del manifiesto, suelen citarse como testimonios cualificados, y casi únicos, las opiniones de Maura y Portela, ajenos ambos a la coalición de izquierdas. Sin embargo, la lectura atenta de las declaraciones del primero deja ver su componente irónico. El programa le parecía «bien» porque, dada la composición del frente de izquierdas, «no podía ser más moderado de lo que es». De ello no sacaba otra conclusión que reafirmarse en su propósito de concurrir a las elecciones con la CEDA, porque estimaba que con las izquierdas, cuya coalición tachó de «amalgama explosiva» que llevaría a otra revolución, era «completamente imposible». En cuanto a Portela, sus declaraciones fueron fruto de una ambigüedad calculada puesto que, como se verá, a mediados de enero no descartaba alianzas circunstanciales con las izquierdas en algunas provincias.

Salvador advertía, desde Política, que no se podía «pedir ni esperar que los partidos obreros abandonasen las doctrinas que los caracterizan». Si esto era así, el pacto se sostenía, como había supuesto Sánchez-Román, sobre la nada[136]. Algo de esto debía barruntarse Azaña.

 

… para Álvarez del Vayo, el pacto sería un instrumento válido «para luchar más eficazmente contra el fascismo y la contrarrevolución», solo si tras la victoria electoral se mantenía «la presión popular». En esto último insistieron constantemente los comunistas: el pacto no debía cumplirse solo a través del Parlamento y la acción legislativa. Como apuntaba Vicente Uribe, «las masas antifascistas», articuladas en las Alianzas Obreras, debían ser un sujeto activo y procurar su «realización en la calle». El Frente Popular era una etapa transitoria que debía dejar paso, a la mayor brevedad posible, a la «dictadura democrática del proletariado». Esta debía organizarla ya un «Gobierno Obrero y Campesino» que ocupara el poder, completara el programa de la «revolución democrático-burguesa» y subsumiera a los partidos «burgueses» aliados[140].

Caballero no veía contradicción alguna entre ser revolucionario y firmar el pacto del Frente Popular, pues, como aclararía en el mitin conjunto de Madrid (9 de febrero), los socialistas no eran «enemigos de que la clase burguesa cumpla su misión histórica», y que completaran su programa antes de dar paso a un gobierno obrero y desaparecer.

 

Si los resultados electorales se saldaran con una derrota, el periódico glosaba las palabras de Caballero en Alicante: los socialistas irían «a la guerra civil declarada».

Vidarte, puntualizó en Madrid (23 de enero) que su partido, en cuanto a ideología y praxis, «no ha engañado nunca a nadie»: era «marxista y revolucionario, como lo probó en 1917, 1930 y 1934»

En todo caso, el programa se acuerda formalmente, aunque se entendía ¡de muy distinta manera, y empieza el chalaneo para confeccionar las listas. A continuación veremos algunos detalles. Punto de partida:

 

Azaña, Martínez Barrio y Sánchez-Román habían convenido exigir que la alianza electoral tuviera «carácter nacional, de mutuo y recíproco apoyo en todas las provincias del país», y que las candidaturas se compusieran de «representantes de los partidos republicanos coaligados y por algún o algunos socialistas». Se hablaba de una proporción de tres candidatos republicanos por uno del PSOE.

Los dirigentes republicanos pensaban que, como el compromiso estipulaba que ellos se harían cargo en exclusiva del poder, necesitaban sumar una cantidad de diputados que alcanzara la mayoría parlamentaria o quedara cerca de ella.

Caballero, volviendo de su actitud en 1933, aceptó la coalición nacional pero, buscando asegurar la primacía del «frente obrero», exigía que las candidaturas reflejaran en cada provincia la fuerza que aportaba cada uno de los partidos…


… conviene matizar algo que se ha dado por evidente y que no lo es tanto: la superioridad abrumadora de los votos que potencialmente aportaban los partidos obreros a la coalición respecto de los republicanos.

Por tanto, con los resultados de 1933, la correlación de fuerzas en toda España indicaba que la izquierda obrera podría aportar un 60% de los votos, frente a un 40% de los republicanos.

Los republicanos además cedieron en un aspecto fundamental: habría representación de la extrema izquierda en las candidaturas de coalición, algo que iba más allá de su plan primigenio de no concurrir más que con los socialistas, si bien sus puestos se descontarían de los asignados previamente al PSOE.

Estas serían las candidaturas del Frente Popular finalmente:

 

La comisión arbitral cerró 310 candidaturas, de las que 170 serían para las formaciones republicanas (54,8%) y 140 para las fuerzas obreras (45,2%). Del lado republicano, el partido de Azaña copaba 107 puestos por 54 para UR. Los restantes se distribuían en tres galleguistas, tres independientes y uno para Izquierda Federal, ANV y Esquerra Valenciana, respectivamente. El cupo «obrero» lo copaba el PSOE, con 124 de las 140 candidaturas, quedando 14 para el PCE y dos para el Partido Sindicalista. El POUM desapareció del reparto.

 

Si incluimos las circunscripciones catalanas, de las 347 candidaturas que presentó el Frente Popular, 192 fueron para las diferentes formaciones republicanas y 155 para las obreras. El porcentaje final fue de un 55,3% frente a un 44,7%. Pero si se restringe el recuento estrictamente a las circunscripciones donde decidió la comisión arbitral, el cupo republicano se redujo a 161 puestos —el 52,6%— por 145 de la representación obrera.

Como se aprecia, las fuerzas obreras superaban a las republicanas en las regiones donde, a priori, las izquierdas contaban con mayores posibilidades de obtener las mayorías: Andalucía, Asturias y Extremadura, además de en las circunscripciones de Madrid, y Vizcaya capital.

Origen de la expresión Frente Popular:

 

Que sepamos, esta es la primera vez que se usó, por el órgano cualificado de la coalición de izquierdas, «Frente Popular» para denominar a lo que antes se había conocido como «coalición republicano-obrera» o «frente de izquierdas», con o sin el añadido «electoral».

… quienes comenzaron a utilizarla de forma más temprana e insistente fueron destacados caballeristas, especialmente Álvarez del Vayo, que lo popularizó con éxito en sus mítines. En los discursos de Caballero y de sus seguidores aparece curiosamente el término comunista «Bloque Popular», si bien sin el significado que le daba el PCE.

Los caballeristas triunfan en las antevotaciones para elegir a los candidatos de las listas del PSOE:

 

Los resultados de las antevotaciones constituyeron un rudo golpe para la Ejecutiva [del PSOE] y, por extensión, para la viabilidad del pacto republicano-socialista. La izquierda del PSOE se erigió triunfante en varias federaciones donde jóvenes extremistas reemplazaron a anteriores diputados a Cortes o destacados dirigentes provinciales adscritos al centrismo o al reformismo.

La Ejecutiva fracasó también en su intento de patrocinar los siete candidatos del PSOE para Madrid capital —Caballero, Jiménez de Asúa, Besteiro, Andrés Saborit, Trifón Gómez, Martínez Gil y Anastasio de Gracia—, pues los cuatro últimos quedaron descartados en beneficio de los caballeristas Álvarez del Vayo, Araquistáin, De Francisco y Hernández Zancajo.

Muy, muy interesante; a Azaña las candidaturas del Frente Popular en que participaba le dan miedo:

 

Con este panorama, no es inverosímil que Azaña, en conversación con Ossorio dos días antes de las elecciones, repitiera lo que había confesado a su cuñado: «con toda su alma» a él le gustaría obtener «una votación lucidísima, pero no ganar las elecciones de ninguna manera. De todas las soluciones que se pueden esperar, la del triunfo es la que más me aterra».

Azaña fue un nefasto personaje. Un auténtico Kerensky español, siempre arrastrado por las circunstancias, pero sin apearse nunca del machito.

 

Este es uno de los capítulos más aleccionadores del libro. Más que el recuento de votos, más que el fraude. Visto este programa ¿por qué las derechas siguieron en un juego en que sus vidas y haciendas quedaban al arbitrio de unas votaciones?

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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