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No existe ninguna figura histórica y política argentina más querida y odiada por partes iguales que la de Juan Domingo Perón. Polémico como el que más, tanto por su pensamiento como por su vida pública y privada, El General, El Jefe, El Conductor, El Caudillo, El Macho, El Viejo, o simplemente El Pocho, su apodo más coloquial y ameno, fue el político argentino más emblemático. A día de hoy su figura -o sombra- continúa cubriendo al país del Cono Sur Americano. Su vida, su muerte y los macabros sucesos que rodearon la misteriosa profanación de su cadáver en el Cementerio de Chacarita de la Ciudad de Buenos Aires, seguirán dando que hablar.

Perón falleció el 1 de julio de 1974 siendo presidente de la República. Las imágenes de su funeral han quedado grabadas en la memoria de los argentinos que fueron testigos de esa época: el llanto del “pueblo peronista” y las filas interminables para despedir al líder, las imágenes en blanco y negro de su velatorio emitidas en directo y de forma simultánea en todos los canales de televisión y el luto nacional durante días. Todo ello en el marco de la lucha política de facciones internas del peronismo, diametralmente opuestas en ideología, y que pretendían su herencia política. La violencia terrorista de la guerrilla marxista en ese momento, desplegaba toda su furia criminal contra la legalidad institucional, presagiando tiempos duros y oscuros, en esos días de lluvia y clima invernal.

Exactamente trece años después de su fallecimiento, después del llamado Proceso de Reorganización Nacional de las Juntas Militares y durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, los argentinos se enteran de un hecho insólito, verdaderamente enigmático y siniestro, como fue la profanación del cadáver de Perón.  A finales de junio de 1987, un grupo de desconocidos entraron en la bóveda del cementerio donde descansaban sus restos, cortando y robando sus manos. El hecho, hasta el día de hoy, no deja de sorprender por sus escabrosos detalles y porque ha quedado envuelto por un denso halo de misterio, como si se tratase de un arcano secreto imposible de resolver.

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Las motivaciones del hecho jamás se esclarecieron, aunque se especuló con varios motivos: cuestiones políticas, económicas, extorsivas, de venganza y odio revanchista y hasta esotéricas. El robo de las manos de Perón se convirtió en un auténtico enigma sin resolver.

Los denunciantes y testigos del hecho, familiares del presidente, dijeron que al visitar su bóveda faltaban la gorra, el sable y la bandera argentina que cubría el féretro. La claraboya estaba rota y sus fragmentos se encontraron esparcidos por el suelo. Para abrir la bóveda del cadáver embalsamado de Perón eran necesarias 12 llaves que solo poseían sus allegados. Se inició inmediatamente una investigación judicial y los peritos policiales al levantar la tapa del féretro descubrieron que sus manos habían sido seccionadas con una sierra quirúrgica. La opinión publica del país quedó conmocionada, no era para menos.

Al poco tiempo se enviaron misteriosas cartas a dos importantes dirigentes políticos peronistas pidiendo un rescate por la devolución de las manos, la gorra y el sable. Los autores de las mismas, que firmaron con el enigmático nombre de “Hermes IAI y los 13”, dieron prueba de su veracidad mandando en dos partes, la hoja con el poema que había escrito su esposa, Isabel Martinez de Perón, y que se encontraba en el féretro del General.

Luego, la oscuridad, el silencio y una serie de trágicos episodios sucedidos en el tiempo, como la trágica muerte del primer juez de la causa y su mujer en un accidente automovilístico, la desaparición en la sede del juzgado de documentos de la causa, las extrañas muertes del cuidador del cementerio y de una mujer que llevaba frecuentemente flores a la tumba de Perón -quizás probables testigos de la profanación- y el atentado sin resolver del jefe policial de la investigación que sobrevivió  tras un disparo en la cabeza. Su viuda, que al día de hoy vive en Madrid, señaló como posibles responsables a la Logia masónica P2; a un grupo integrado por la conocida en Argentina como “mano de obra desocupada” de la dictadura militar; a un grupo de terroristas Montoneros; a la masonería inglesa y a los servicios de inteligencia argentinos.

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A día de hoy el caso sigue sin resolverse y todo permanece en el más oscuro misterio. También existe la hipótesis de que el anillo de Perón tendría la clave oculta para acceder a la cuenta de un banco suizo donde habría depositada una fortuna. Otra posibilidad especula que únicamente las mismísimas manos de Perón pudiesen abrir un tipo especial de caja fuerte. Todas estas hipótesis serian dignas del mejor thriller político y de misterio jamás realizado.

En definitiva, a 46 años del fallecimiento del General Perón, presidente argentino y líder político, y a 33 años del misterio de la profanación y desaparición de las manos de su cadáver, su figura y su nombre permanecen rodeados de interrogantes y secretos que tal vez no se resuelvan jamás. Igual que su papel y legado en la Historia política de Occidente del siglo pasado.

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José Papparelli