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Esa ha sido la tónica habitual de los titulares de la prensa. Todas las noticias del ámbito sanitario en los últimos meses han sido para «alertar», «advertir», «temer», «no bajar la guardia», «vienen cepas», «habrá recortes», «aparecen resistencias», «prevén desabastecimiento», «faltarán recursos», «aumentan peligros»,… Los psicólogos «advierten» del aumento de suicidios, del deterioro mental y la mayor inestabilidad emocional de la población ante el incesante bombardeo de noticias de corte negativo que conducen a la sensación, consciente e inconsciente, de que no hay nada que hacer, que todo está perdido, que la maldad impera sobre la tierra.
Los médicos se deprimen ante el flujo creciente de pacientes con efectos secundarios que no supieron ver o no quisieron advertir. Muchos tratan de jubilarse de forma anticipada o, ante el anuncio de recorte de su pensión si lo hacen, estiran lo que pueden su sexta década encadenando baja tras baja por cuestiones médicas entre las que sobresale el cansancio, el hastío, el miedo y la depresión. Otros más jóvenes se fugan al extranjero en un intento por cambiar de identidad, olvidando el pasado, y mejorar el poder adquisitivo en un país donde se pague mejor que aquí. España dice haber perdido este último año 2200 médicos por estos motivos, si bien su ausencia queda camuflada por la llegada de otros titulados en países extranjeros a los que se les homologa su titulación cada vez con menos requisitos… lo cual ya empieza a ser percibido por los usuarios de la sanidad. Menos cantidad y peor calidad de los servicios asistenciales, controlado el mercado por una creciente trama de seguros médicos que pagan de manera miserable a los que atienden a los pacientes cada vez con más desidia, porque evidentemente, nadie da duros a peseta (expresión que ya cada vez entiende menos gente).
Si en la prestación de servicios médicos el panorama sanitario no se muestra muy alentador, la situación se agrava si atendemos a los parámetros de salud de la población. Entre todos ellos, el más alarmante es ese ya reconocido incremento de mortalidad con el que mes a mes y desde hace un año se registran oficialmente: se muere más gente, mucha más gente, de la que debería morirse según años anteriores… y ninguna autoridad da explicación de ello. La prensa ya no puede por menos que hacerse eco de este dato, que, junto al descenso de la natalidad, está llevando a un crecimiento negativo de la población. Cada vez somos menos los habitantes de este país, algo que también queda parcialmente maquillado por el aflujo incontrolado de inmigrantes que hacen el relleno demográfico de cara a próximas elecciones. El modelo social de la España que conocíamos desaparece inexorablemente en el próximo decenio.
Los políticos conocen estos datos, son públicos. Lo único que les preocupa es pergeñar a quién «cargarle el muerto», ya que es evidente que se espera que los haya -porque ya los hay, y muchos- sin explicación. Alguno me ha reconocido que de esta manera se ajustan esas necesidades médicas: al haber menos ciudadanos, no hacen falta tantos recursos. De sobra saben que hay una sobremortalidad que cada mes se incrementa respecto al mes anterior. Es el objetivo de sus amos, reducir la población. Acaso las vacunas, esas de las que nadie se atreve a señalar como causa, están ya haciendo el efecto que pretendían. Cada vez aparece reflejada esa vinculación en más informes médicos, cada vez las funerarias registran más la condición de vacunado de los finados, porque la mayoría de esa sobremortalidad ya no pasa por los hospitales, va directamente a caja. No llevamos ni dos años del experimento y aquí están los frutos. Atentos a los ataúdes blancos cuya presencia está despegando apenas un año después: que no le desvíen la atención con guerras, recortes energéticos y cambios climáticos. La que sea que circula por la mayoría de los cuerpos españoles está haciendo su efecto y no son solo dismenorreas, alopecias, endocarditis, ictus o trombosis. Pregunten a los expertos por su eficacia, pregunten a las autoridades por su seguridad y reflexionen sobre qué necesidad había antes de pedir responsabilidades.
He tenido que apartarme un poco del trabajo habitual, cambiar un tiempo por otro, para poder reunirme con colegas con los que compartir experiencias y ver cómo reinventar la medicina. No podemos quedarnos sin más lamentando ese bárbaro desajuste necesidades-medios que se atisba a corto plazo y que llevará a la desesperación a los que queden vivos. Ya que no hemos sabido estar a la altura de nuestro deber de advertir del daño, hay que afrontar la obligación de rescatar del miedo a todos los que quieran seguir siendo libres, a quienes deseen vivir sanos y felices. Es momento de construir cuando todo se desmorona. El momento de sujetar con abrazos a los que pretenden arrebatar al pozo de la desesperación los enemigos de la patria.
Autor
- Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0
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