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A muchos ciudadanos nos cuesta entender ese desprecio de Moncloa al funeral por las víctimas, así como el de TVE y Unidas Podemos.
Pedro Sánchez se ha convertido en un escaqueador. Lo hace siempre que puede y lo ha hecho conscientemente del funeral religioso de las víctimas del coronavirus, celebrado en la catedral de la Almudena. Acabo de escuchar que si no asistió al funeral fue porque los muertos como consecuencia de la covid-19 son para él un problema político, sin más, pero también la constatación de su reconocida y negligente gestión de la crisis sanitaria.
A muchos ciudadanos nos cuesta entender ese desprecio de Moncloa al funeral. Tampoco entendemos que la TVE pública cayera en el mismo desprecio y rechazo, al que se unió la formación de Unidas Podemos; ésta sigue escondida detrás de su sentimiento de culpa y de la inexistente gestión del vicepresidente segundo. “La paz del mundo no exige que cada hombre ame a su prójimo; solamente que ambos vivan juntos, tolerándose mutuamente, sometiéndose a un arreglo, justo y pacífico”, decía John F. Kennedy.
“Faltarán 40.000 personas y también el presidente del Gobierno, que ha decidido ir a Portugal a almorzar con el primer ministro luso, Antonio Costa, en vez de mostrar su respeto a las víctimas y acompañar a las familias”, decía un político de largo recorrido. Curiosamente, Antonio Costa recomendó al presidente acudir al funeral de la Almudena, pero Sánchez no fue capaz de mantenerle la mirada ante tan sensato consejo, según relata la prensa lusa. La cobardía es una cruz a cuestas. En palabras de Rosalía de Castro: “Al miserable se le seca el alma y los ojos, además”.
Carmen Calvo acudió a la catedral en representación del Gobierno, al igual que estuvieron las presidentas del Congreso y el Senado y la familia real. El presidente ha demostrado con esa huida que es un irresponsable con alta carga de miserable, al que la ciudadanía apunta con el dedo. Lo dicen todo esos gritos angustiosos y desesperados de “¡Gobierno asesino!”, repetidos una y otra vez. Si bien es sobradamente conocida la aconfesionalidad recogida en la Constitución, el acto religioso de recuerdo y respeto a las víctimas forma parte de la tradición y costumbres de este país con mayoría católica. Hay ausencias que hablan y otras que gritan porque están presentes.
La misa-funeral se celebró diez días antes del homenaje institucional que hará el Gobierno el 16 de julio, en el Palacio Real. Lo hará muy a su pesar. Tendrá un carácter laico. Es presumible que este día recoja Sánchez lo que ha sembrado y escuchará lo que no quiso escuchar el día 6. Miles de familias no pueden ni deben perdonar el daño recibido, el abandono permanente y el desprecio sectario a sus familias; me acuerdo en este momento de mi buen amigo, Ignacio F. Candela, quien ha vivido y sufrido en primera persona y en primera fila esa desidia y sectarismo del Gobierno Sánchez-Iglesias.
El presidente del Gobierno, consciente de que iba a recibir todos los silbidos e improperios de la ciudadanía, se inventó un almuerzo en Portugal con el primer ministro. Carmen Calvo se comió el marrón y a ella destinaron el mensaje de “¡Gobierno asesino!”, pero para que se lo trasladara al presidente y al vicepresidente segundo. No hay duda de que España está perfectamente representada con y por sus reyes. Palabra de republicano.
Para representar a España y a los españoles, sobran Sánchez y todos los que le rodean porque forman parte de su síndrome de Diógenes. El presidente ya siente que empieza a estar de más en todas partes. Quedó más patente su ausencia por la cantidad de políticos de otras formaciones, organizaciones sindicales, sociales y de diversas religiones. Los muertos son muertos y se merecen un respeto eterno; respeto que Sánchez desdeña y convierte en mofa. Pero es que su enfermizo egocentrismo también le lleva a despreciar a la ciudadanía, con especial inquina al mundo de la información. Todo un siniestro personaje que ya es una rémora para el país: haciendo daño es el primero, pero el último y menos apropiado para adoptar soluciones: algo así como la incompetencia hecha persona avergonzada.
He comprobado que el presidente no quiere ni oír hablar de esas 32.000 familias de las víctimas oficiales que buscan mirarle a los ojos para decirle con su silencio que es responsable de negligencia con muerte final. Cuando los tribunales den la cifra de los 42.000 y subiendo, hablará la calle. Ésta ya no puede callar más. Y lo hará en forma de escraches, algaradas o manifestaciones. El primero es la forma amable y educada de decir a un político que no se cree en él y que ya no representa al pueblo, por muchos votos que haya obtenido en las urnas. Pablo Iglesias dijo que eran una forma de “jarabe democrático”. Pero él se asusta cuando le aplican uno y recurre a una veintena de miembros de la Guardia Civil en busca de protección.
En fin, arrieros somos y en el camino nos encontraremos.
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