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Hace muchos años, concretamente en 1979, Torcuato Fernández Miranda y yo aceptamos la propuesta que nos hacía Julio Merino, entonces Director de «El Imparcial», para que al alimón escribiésemos una columna diaria comentando la situación política que vivía España y el desgobierno de Adolfo Suárez… y «Don Torcuato», que en esos momentos estaba ya en la desilusión y el arrepentimiento, se reanimó y hasta escribió el primer artículo, que firmamos con el seudónimo de «Hamlet», tras rechazar el de «Séneca» (no, Seneca terminó mal y se tuvo que suicidar por orden de Nerón, cosa que yo no haría) y el de «Napoleón» (no, Napoleón todo lo consiguió por las armas y yo no soy hombre de armas).

         Pues bien, el joven y valiente Director de «El Correo de España» Eduardo García Serrano me ha pedido que «resucite» aquel «Hamlet», viendo como estamos viendo que la situación de hoy es más grave, incluso, que la que vivía España aquellos meses que precedieron al «23-F» de 1981… y aunque para desgracia de los amigos y de España «Don Torcuato» ya no esté he aceptado… aunque voy a comenzar «resucitando» las columnas que escribí y publiqué, primero en «El Imparcial» y después en «El Heraldo Español», para que el lector compruebe lo que va de ayer a hoy.

            ¿Y qué mejor comienzo que repristinar y reproducir la primera columna que escribió «Don Torcuato» como «Hamlet» y se publicó el 20 de mayo de 1979?. Pues, pasen y lean:

  ¿Drama o Tragedia?

 

Ayer.

  En la comedia, el hombre se ríe del hombre. En el drama, el hombre estudia al hombre, y además es dueño de sí mismo. En la tragedia, el hombre deja de ser hombre y pierde su libertad a manos del destino. Es libre, pero no manda en su decisión final. El final es de los dioses, o de las circunstancias. Entonces las cosas, leves, graves, o gravísimas, son como son porque «alguien» así lo había dispuesto, porque «alguien» así las había programado. Sin paliativos, sin posibilidades, sin «otra» salida.

             El drama es, pues, libertad. La tragedia, negación de la libertad. En el drama hay siempre una puerta abierta a la esperanza; en la tragedia todo está «atado y bien atado». Por eso, mientras el final del drama puede ser feliz para alguno de los personajes, el final de la tragedia es fatal para todos. Por eso, mientras el drama es democrático, la tragedia es dictatorial. O, al menos, no popular, ya que el pueblo ha de limitarse a ser coro.

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                     Y así, desde esta óptica, hay que plantearse, pienso yo, el problema actual de España. ¿Estamos inmersos en un drama o estamos viviendo una tragedia?. O, acaso, ¿es sólo una comedia?.

                 Naturalmente, nadie mejor que «Hamlet» puede responder a este triple interrogante.

             Si el problema de España es una comedia, entonces todo lo que hemos vivido en estos últimos años es un juego de niños, una travesura escolar. Porque al final habrá sonrisas y aplausos. Si el problema de España es un drama, entonces, a pesar de las lágrimas -que serán pasajeras– podemos confiar. Pues, las cosas pueden terminar bien… y hasta, incluso,  con aplausos. Pero, ¿y si el problema de España es una tragedia? entonces, ¡cuidado! cuidado con desatar las pasiones. Cuidado con encender el fuego. Cuidado con las palabras y con los gestos… y mucho cuidado con los símbolos. Porque lo que más irrita a los dioses son las torpezas. Una torpeza en plena tragedia puede precipitar los acontecimientos. Pero, por encima de todo, ¡cuidado con el ritmo!, el ritmo es la clave, esa pieza maestra que sostiene el edificio o ese punto de equilibrio que hace que el desenlace fatal se aleje en el tiempo.

El ritmo es lo que desencadena la tragedia en «Hamlet». Porque si su madre no se casa tan pronto cnn el «nuevo» rey tal vez no se hubiese descubierto el asesinato, y sin asesinato, no se hubiesen desatado los demonios de la venganza.

           «Un mes apenas, antes de estropearse los zapatos con que siguiera el cuerpo de mi pobre padre — exclama Hamlet– como Niobe desgarrada en lágrimas… ella, sí, ella misma… (¡ oh, Dios!, una bestia capaz de raciocinio hubiera sentido un dolor más duradero), se casa con mi tio, con el hermano de mi padre… ¡al cabo de un mes!… ¡aun antes que la sal de sus pérfidas lágrimas abandanora el flujo de sus irritados ojos, desposada… ¡oh, ligereza más que infame, correr con tal premura al tálamo incestuoso! ¡esto no es bueno, ni puede acabar bien!»

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               No, no es bueno, que un país pierda el ritmo. No es bueno que unos y otros se lancen a esa trágica batalla por «llegar antes» y no pueda acabar bien este «nuevo» experimento que está viviendo España si los responsables de marcar el ritmo se precipitan en la loca carrera hacia la conquista del Poder que hoy padecemos.

           Cuidado, pues, Tengamos mucho cuidado. Porque si la derecha española ha perdido siempre sus oportunidades por querer implantar un ritmo lento, el ritmo de los privilegios… también lo que es la izquierda ha perdido la suya  –1820, 1868, 1931 — por tratar de imponer dislocado, el ritmo de la utopía.

                  Salgamos entre todos de la tragedia cuando aún hay tiempo, cuando aún no se han desatado las pasiones… y tratemos de encerrar para siempre la venganza y el odio, la soberbia y la humillación, las lágrimas y la sangre.

                 Porque aún somos nosotros los dueños del destino, de nuestro propio destino, del destino de España… y mañana, mañana puede ser demasiado tarde.     «Hamlet», 20 de mayo 1979.

         Hoy.

            Por lo que se ve España está 41 años más tarde donde estábamos, entre el drama y la tragedia. Por lo que se ve la Derecha española sigue sin aprender la lección y la Izquierda, tampoco. Entonces todos luchaban por el Poder y hoy más… y España estaba al borde del precipicio como hoy. Entre el drama y la tragedia…y sin control.

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REDACCIÓN