25/11/2024 20:27
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Nos han enseñado a ser tan políticamente correctos, que nos hinchamos de mentir.

Como resultado de ello ahora lo normal, en toda manifestación pública, es ser educadamente hipócritas, y así nos va…

El título de este artículo tiene que ver con una reflexión mañanera que me ha llevado a la triste conclusión de que estamos participando en un juego… en un juego de hipócritas. ¿Por qué lo digo?

Pues porque se produce un toma-y-daca bastante dañino que intentaré explicar.

Las intervención pública de S.M ha sido tan políticamente correcta, tan formal, bonita e insípida, que nos ha acostumbrado a aburrirnos, o en el mejor de los casos, a intentar con lupa «leer entre líneas» para ver si dicen algo sabroso en medio de tanta jerga previsible entre la que sobresale habernos llamado ciudadanos un montón de veces y no haber nombrado la palabra España, españoles, Nación…, y un largo etcétera.

Pues bien, nos hemos acostumbrado a que todo sea así, de modo que cuando alguien se atreve a ser sincero, y decir realmente lo que piensa, entonces…

…salta la liebre, y somos ¡¡nosotros mismos!! los que nos escandalizamos, y movemos ficha en este juego aportando nuestra propia dosis de hipocresía.

Imagínate, por un momento, la situación siguiente: el político de turno o la persona pública, que siempre dice «lo correcto», «lo previsible» o lo que «conviene reconocer en antena» , se atreve por primera vez con valentía a decir la verdad, lo que realmente piensa, a riesgo de que moleste a ciertas personas.

Entonces… qué pena, el contenido nos suena sospechosamente raro, a nosotros que ya estamos domesticados en el lenguaje plano.

Nos resulta demasiado honesto, así que escribimos decenas de artículos y diatribas en contra de esa persona tan irresponsable.

De ese modo ponemos nuestro granito de arena para alimentar el escándalo que hará, de nuevo, que ese político se lo piense mejor la próxima vez, y vuelva al rebaño para seguir jugando al discursillo engañoso e insípido («para qué me voy a buscar más líos«, dirá con razón).

O dicho de otro modo, es injusto que reclamemos tener políticos honestos, si nos escandalizamos cuando lo son. Esta contradicción obedece, desde mi punto de vista, a cierto resabio que arrastramos de nuestra educación, que avala el doble discurso intra-extramuros.

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Ya nuestros padres nos decían que fuéramos prudentes, y no tan ingenuos de decir lo que pensábamos.

Tendríamos que ser más coherentes a la hora de juzgar lo que declara públicamente un político, un directivo o una persona conocida o S.M. Algo más de empatía nos vendría bien, y no seguir aplicando ese filtro hipócrita.

Por cierto, me he estado quejando de lo que aburren estos discursos prefabricados, pero lo peor no es eso.

Qué lástima que no podamos medir, con datos e indicadores, los costes que acarrea en todos los órdenes tanto discurso preparado y poco sentido. De todos modos, intentaré identificar algunos costes de tal actitud, en un ejercicio viciado por el sociólogo que habita en mí.

Los costes de ser hipócritamente correctos son, en principio, de tres tipos: 1) Por lentitud o retraso, 2) por especulaciones de pasillo, 3) por imagen.

Una partida importante sería la de «costes por lentitud o retraso«, pues necesitamos mucho más tiempo del razonable para enterarnos de lo que realmente se quería, o se pretendía, detrás de unas bonitas palabras.
Otra partida elevada sería la de «costes por especulaciones de pasillo«, dado que la falta de transparencia es el mejor caldo de cultivo para que la gente conspire y consuma recursos en debates estériles.
Por último, los «costes de imagen« (Posturas, vestuario, publicidad, cámaras, etc.) derivados de la necesidad de aparentar cosas y convencer de algo que no se dice claro, ni se aprecia por el contenido.

Hay muchos ejemplos de este «juego de hipócritas».

Desde la Reina cuando se atreve (o no…) a revelar al gran público sus ideas progresistas y estalla el escándalo, al político que reta a la maquinaria partidaria para hacer valer su voz propia, o al directivo de una gran empresa que no se esconde, y confiesa con honestidad (aunque no nos guste) qué piensa hacer en la gestión de las personas, con despidos incluidos.

No quiero que en esta sociedad terminemos hablando como los futbolistas de primera división, que nunca se mojan y practican el lenguaje más neutral e insípido que he escuchado en mi vida.

Los futbolistas, como los políticos y los altos directivos, tienen mucho que perder; unos, dinero, y otros, poder y responsabilidad de hombre de Estado. Pero más S.M: la corona, la paz y la Unidad de España. Pero actúan así porque saben que la gente, en el fondo, está muy poco preparada para escuchar un discurso sincero, por mucho que digamos que sí.

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Quién no ha escuchado o dicho en alguna ocasión una frase del tipo: «Estaba esperanzado en conseguirlo, pero al final todo ha quedado en agua de borrajas». Estas expresiones suelen utilizarse para referirse a aquello que finalmente no ha salido como uno esperaba y a un desenlace que ha resultado ser decepcionante como vuestro discurso.

Se dice que su significado se debe a lo insípida que resulta la infusión de la planta de la borraja, la cual se utilizaba desde la antigüedad como remedio para hacer sudar (sudorífica). También se tenía la vieja creencia (y superstición) de que si una mujer pisaba una hoja de borraja quedaría embarazada.

Pero en realidad, por muchas veces y tiempo que llevemos escuchando la frase «quedar en aguas de borrajas«, ésta no es del todo correcta y con los años ha variado de como realmente se decía en sus orígenes: «Quedar en agua de cerrajas».

Desde este foro declaro que intentaré estar en guardia para no participar en ese juego, y que cada vez conozco a más personas que creen en un modo más libre de decir las cosas.

La solución a este dilema invita a recuperar la inocencia.

La inocencia por definición no es hipócrita, ni calculadora, ni cínica. Es un sentimiento fresco y espontáneo que haría muy bien para practicar un lenguaje más directo y sincero.

Créame, Majestad, hacer lo contrario no es bueno, ni hace bien a la salud del pueblo español: todo vuestro discurso navideño «ha quedado en agua de borrajas o de cerrajas», según quiera, pero España necesitaba de un arbitraje y no de un discurso melifluo donde el «ciudadano» republicano de la progresía ha puesto su descarada pluma.

Autor

REDACCIÓN