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Si los psicólogos se fijan no sólo en las palabras para analizar cualquier actuación, declaración o mensaje, sino que se refieren también al lenguaje corporal, el lenguaje del cuerpo de su Majestad cuando grabó su discurso era todo un poema: la de un rey acorralado, solitario, temeroso, rígido, triste, en un decorado navideño ambiguo, del sí pero no, del no pero sí.

Ni una referencia a la Navidad cristiana, olvidando la catolicidad desde el primer momento de la monarquía española. ¿O no puede ser católica una monarquía parlamentaria?, ¿no es una monarquía parlamentaria anglicana la de Isabel II de Inglaterra? Porque, no confundamos los papeles: según la Constitución, el que es aconfesional es el estado, no la monarquía.

Dijo en su discurso, que «los principios éticos nos obligan por encima de consideraciones familiares». Majestad: ¿Qué principios éticos?, ¿los que han presidido estos últimos cuarenta y cinco años?, ¿los que han presidido la moral ciudadana y la ética pública? ¿O dijo lo que este gobierno le ha escrito, ante su negativa a referirse nominalmente a su padre?, ¿o quiso decir, pero no dijo, que aquí robó todo dios y no solo su padre?

Majestad, tengo pesar por tener que decir lo que sigue, porque hubiese querido decir todo lo contrario pero, sobre todo, por dar munición a quienes quieren borrarle del mapa como monarca y a la institución que su majestad encarna.

Mire Majestad, le voy a decir en primer lugar lo único de su discurso que salvaría: es no haber reconocido, ni dicho en público lo que el republicanismo de salón hubiese querido oír de su boca: pidiendo perdón por las tropelías (que todavía nadie ha juzgado como delitos) de su augusto padre. Hubiesen querido verle inculpándole de manera explícita y recortándole sus libertades de movimiento y residencia, con sus derechos intactos todavía. La alusión genérica a su padre (que todo el mundo entendió como tal) fue, a mi entender, más que suficiente y hasta cierto punto una concesión excesiva al desgobierno y sus socios.

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Le ha faltado tiempo a la jauría podemita y secesionistas para echarse sobre su Majestad, cuando buena parte de sus dirigentes están imputados o ya condenados en firme por delitos varios y ahí siguen sin que nadie les tosa y con una cara más dura que el cemento armado. Le piden a usted, lo que ellos no cumplen. Y le ha faltado tiempo también al desgobierno y al Psoe para hacer gala de su consustancial cinismo.

Enlazando con esto último, paso a enumerarle los principales desacuerdos con su mensaje.

Mi primer desacuerdo es que su Casa haya aceptado la ya tradicional injerencia de los gobiernos en los discursos del rey, porque una cosa es que la Corona no pueda entrar en la pugna política, ni mostrar afectos o fobias respecto de los partidos o las personas y otra muy distinta que el gobierno de turno le tenga que supervisar o fiscalizar lo que su Majestad puede o debe decir o no decir en sus mensajes institucionales. ¿Qué pasa, que la separación de poderes no rige para con la Jefatura del Estado? La nuestra, Señor, es una Monarquía Parlamentaria, no una Monarquía gubernamental.

Una segunda cuestión, es ese tono cansino, plagado de tópicos generalistas que ya practicaba su señor padre y que venía a ser una monserga sobre lo buenos que podemos ser unidos, los grandes valores que nos adornan y que años ha llevan arrumbados en el baúl de Karina. Este año tocaba que si pandemia arriba, que si pandemia abajo y que todos debemos estar muy unidos y ser muy morales, éticos, sin distinción de razas, costumbres y ringorangos. Y a eso se redujeron prácticamente los escasos catorce minutos de mensaje, entradillas y buenos deseos y felicitaciones de rigor incluidas.

Majestad, hay otra realidad de la que usted no habló que es tanto o más grave que la de la propia pandemia y que se refiere a cómo se desmorona el Estado que usted encarna y del que usted es el Jefe, al tiempo que de las FFAA. Sólo breves alusiones a lo bueno que es estar unidos y poco más.

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Esto, cuando a su Majestad el gobierno y la chusma adlátere le mangonean adónde va o deja de ir a actos institucionales, cuando tiene que ir de tapadillo a Barcelona a la entrega de los premios Cervantes, cuando millones de españoles están en la pura ruina y más que habrá, cuando se consiente la flagrante violación de las leyes en cuyo nombre, el de su Majestad, los jueces imparten Justicia, cuando se vulnera la legalidad en nuestras fronteras asumiendo inmigrantes con un claro efecto llamada, consumiendo recursos de los que se priva a los emigrantes legales y a españoles, cuando se posterga el español, argamasa de nuestra unidad y cultura, y así muchísimas cuestiones más.

Majestad, ya no sirven discursos de trámite como los de antaño. De aquella vacuidad y permisividad de los gobiernos que fueron, nos vemos hogaño como nos vemos. Vivimos momentos críticos donde nos jugamos la Libertad, la Soberanía, la Nación, la Unidad, la Lengua, nuestros Valores, el bienestar que quizá ya no retorne y otras muchas cosas más. Y entre ellas, otra no menos importante, la Corona, la suya.

Quiero pensar, Majestad, que está usted acorralado y por ello no habla de todas estas cuestiones esenciales. Señor, no son cuestiones políticas, son nuestra esencia y razón de ser como pueblo. Porque si su Majestad se deja acorralar, se acorrala la Monarquía y detrás de la Monarquía, todo lo demás.

Majestad, hable claro y abandone la vacuidad. Recupere el espíritu y vigor de aquel discurso del 3 de octubre de 2017 frente a los secesionistas catalanes. Muchos españoles le apoyarán y se lo agradecerán.

Autor

REDACCIÓN