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1. La propuesta de Ludwig Wittgenstein

El núcleo básico del pensamiento de Wittgenstein lo forman su Tractatus Logico-Philosophicus y su Investigaciones filosófica. Especialmente en Tractus, Wittgenstein precisó su propuesta de lenguaje – palabra universal en base a la noción de los “fundamentales”, a partir de los cuales un lenguaje filosófico-científico podría ser construido.

Es cierto que Wittgenstein fue matizando sus planteamientos, quedando reelaborados en su Investigaciones, pero también lo es que mantuvo los cimientos básicos del planteamiento inicial: una enunciación y aquello que describe deben tener la misma estructura lógica que el lenguaje y el pensamiento con los cuales se construyen.

Para Wittgenstein, por lo tanto, si se consiguiese construir una estructura filosófico-científica donde lenguaje, pensamiento y enunciados tuviesen la misma organización lógica se evitarían las confusiones conceptuales que, según él, son la causa de los problemas filosóficos.

Por lo tanto, el objetivo que se proponía Wittgenstein era escudriñar cuál es la lógica del lenguaje, o incluso construir un lenguaje lógico y racional y, a partir de ahí, edificar el pensamiento del cual surgen los enunciados. Y, además, Wittgenstein ofrecía a toda la filosofía este objetivo.

En el Tractus Wittgenstein centra la cuestión sobre la relación entre las palabras y los objetos para resolver que el lenguaje empleado lo es en función o con la intención de referirse los objetos y darles un significado. Sobre esta relación se asienta el pensamiento. Y sobre esta base se levantan los símbolos1. Y aquí está el problema, que partimos de nombrar y, por lo tanto, describir los objetos que forman el mundo, con lo cual estamos empleando nombres y significados diferentes para unos mismos objetos, y ello nos lleva a una diversidad simbólica para esos mismos objetos2. Pero si partimos de los hechos que forman los objetos podemos conocer unívocamente los objetos y a través de ellos podemos llegar a conocer el mundo3.

Por lo tanto habría que construir un lenguaje lógico y racionalmente perfecto en donde existiese unicidad entre las palabras empleadas, su significado y su referencia simbólica. Con tal lenguaje, la filosofía, la ciencia, podría ser enseñada de manera unívoca y verídicamente. Esto llevó Wittgenstein a afirmar que “la verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece intocable y definitivo. Soy, pues, de la opinión de que los problemas han sido, en lo esencial, finalmente resueltos”4.

Antecedentes y consecuencias de la propuesta de Wittgenstein

El resultado del planteamiento de Wittgenstein es que el pensamiento –realizado mediante el lenguaje, ni que este fuese lógico-racional- no podría expresar la realidad del mundo, sólo podría figurarlo y esas figuraciones no serían reales. Por lo tanto, nada podría decirse sobre el mundo, sobre la ética, sobre el bien y el mal. A lo máximo que podríamos llegar es a decir cosas sobre la composición del mundo. Sólo podríamos decir cosas sobre el mundo como un todo si pudiéramos salir del mundo. Pero esto es imposible porque estamos encerrados en sus límites, que son nuestros propios límites materiales. Por lo tanto, nada realmente verdadero podríamos decir sobre el mundo, sobre el sentido de la vida, sobre el bien, sobre el mal. Estas serían cosas o aspectos indecibles de la vida.

Este es un pensamiento materialista que lleva a negar todo lo que esté más allá de los límites físicos, la metafísica. Pero este tipo de pensamiento va más allá, acabando en el nihilismo porque, si no se puede decir nada sobre el mundo en su totalidad (sólo sobre aspectos de su composición física) entonces tampoco podemos decir nada sobre nosotros mismos (sólo sobre aspectos de nuestra composición material). En consecuencia, nosotros como realidad totalidad -y también el mundo- carecemos de sentido. De tal manera la vida y el mundo quedan convertidos en un enigma irresoluble5. Si esta cuestión es irresoluble, los problemas filosóficos y científicos también son irresolubles (por muy lógico que sea el lenguaje con el que se afronten tales problemáticas). Por lo tanto, la filosofía y la ciencia no tienen sentido. Resultado lógico: nada tiene sentido.

La base de estos planteamientos los podemos encontrar en toda una generación histórico-filosófica (desde finales de la Edad Moderna y extendida durante la Edad Contemporánea) desengañada de las relaciones sujeto-objeto ofrecidas por la filosofía racionalista, empirista y utilitarista (de los Leibniz y Spinoza a los Hume y Mill, de Kant a Hegel) y que acabó absorbida entre el existencialismo de Kierkegaard y el escapismo metafísico de Heidegger. Esquematizo, seguidamente, algunas de estas líneas.

Del planteamiento presentado tomemos un principal aserto: que la vida y el mundo es un enigma irresoluble. Aquí se situaría la cuestión de Dios: si consideramos a Dios como origen de todo o, bien, lo consideramos la excusa para dar explicación a la vida y al mundo que, pese a aparentar ser lógicos, en el fondo no tienen sentido. Sólo encontraríamos sentido si pudiéramos salir fuera del mundo, esto es, fuera de sus límites. Pero ello supondría –como afirma Wittgenstein- salir de nuestros propios límites y eso no lo podemos hacer.

De ahí que Nietzsche encontrase como solución a este dilema filosófico proclamar la muerte de Dios. El “Dios ha muerto” Nietzsche debería haber supuesto matar los problemas filosóficos de la vida y del mundo, porque sólo entonces el hombre no tendría límites, podría, por lo tanto, superar sus propios límites y salir del mundo. Ahora bien, considerado este punto, la cuestión está ¿cómo superar estos límites?

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La línea filosófica de los Feuerbach y Nietzsche propondría que el hombre reconozca sus propios límites para superarlos. El mecanismo de superación sería la dialéctica hegeliana, mediante la utilización de la lógica como herramienta de deconstrucción para volver a construir. Esto permitiría elaborar nuevos límites que serían puestos en duda y de lo cual surgirían otros nuevos límites y, así, continuamente. El eje deconstruccionista de la dialéctica hegeliana llegaría al siglo XX, de los Camus a Darrida.

Otra opción, de respuesta a la pregunta planteada, fue la propuesta agnóstica de los idealistas de Schopenhauer a Cioran pasando por los Proust y Bergson. Esta propuesta es de un profundo pesimismo dado que plantea la existencia humana como una constante pendular entre sufrimiento y aburrimiento. La voluntad es la herramienta necesaria para esta oscilación. La única manera de salir de este círculo sería negarse (voluntad) a vivir. Pero esta negación sería un falso escapismo dado que la vida tomada como negación no soluciona el problema de la propia vida.

Los existencialistas (Kierkegaard) recuperarían el término fe, como solución al problema. Pero ésta no es una fe religiosa, en el sentido que emana de un -o unos- Trascendente, sino que es fruto de la voluntad. La clave, por lo tanto, estaría en el lenguaje (el término “fe” por ejemplo) y en la voluntad humana de el “querer”. Aquí entraría el modelo heideggardiano por el cual con por la voluntad, por el querer, el ser humano podría superar todos sus límites excepto los últimos que le circunscriben al mundo y le impiden salir de él, el tiempo y el espacio.

Por lo tanto, el tiempo y el espacio serían los auténticos límites que habría que superar ¿sería esto posible? Aquí entraría el relativismo. Los científicos del relativismo (Einstein) compondrían un modelo cosmológico de universo ilimitado, entendiendo el término “ilimitado” como carente de límites o barreras, pero finito.

Por su parte filósofos como Godel, Russel y el propio Wittgenstein defenderían que no sería posible tal escapismo. Ahora bien, si no hay posibilidad de escape no habría más remedio que reconocer que la lógica carece de sentido. Por lo tanto, habría que buscar un sentido lógico a la lógica. Esta sería la propuesta de Deleuze a través del hombre-maquina (Canguilhem), el cual funciona mediante parámetros lógicos. Esto sería lo que caracterizaría al hombre y sería el material sobre lo que el hombre construye y se construye (Sartre). Vuelve Heidegger en este punto, quien añadiría que la construcción del ser se realiza por el lenguaje que es la herramienta mediante la cual expresa su relación con el mundo, pero en el mundo. Sería así como el ser humano expresaría su propia existencia. De tal forma, la verdad de su propia existencia y de sus propios límites vendría determinada por el lenguaje.

Por consiguiente, el problema vuelve a incardinarse en el lenguaje. Habría que buscar un lenguaje libre de ataduras subjetivas y capaz de expresar el universo ilimitado y la inmensidad del hombre, ya liberado de sus límites. La búsqueda de este lenguaje fue la idea y propósito inicial que permitió congregar a diversos filósofos que tomaron por nombre el Círculo de Viena. Y se aunaron en defender la lógica como lenguaje objetivo reflejo del mundo, del universo ilimitado y del hombre liberado6. El Círculo de Viena optó por gravitar sobre las matemáticas como método lógico7.

En consecuencia, un lenguaje que fuese reflejo auténtico de este universo ilimitado debería romper con los límites que la ciencia y el ser humano han venido tenido. El Circulo de Viena congregó, así, a diversidad de filósofos empíricos y positivistas como los Wittgenstein, Russell y Whitehead, Feigl, Schlick y Mach, Poper y Hayek (primo de Wittgenstein). De aquí saldrían otras corrientes relacionadas, como el círculo económico de Viena -con los Poper, Mises, Hayek- que defenderían la libertad individual como único límite del ser humano. Estos “vieneses” se dedicaron a desarrollar una concepción científica-social empírico-positivista liberal.

A modo de conclusión: Modernidad/Nuevo Orden Mundial.

Los mecanismos básicos de estos contenidos filosóficos –es La Modernidad- han acabado por apoderarse de la sociedad occidental, especialmente desde la crisis de 1873. Por ello la Iglesia Católica tuvo que realizar el Concilio Vaticano I y recordar a la sociedad occidental -antes llamada Cristiandad- que La Modernidad era el compendio de todas las herejías: Pascendi, San Pío X.

La Modernidad puso nuevos cimientos mentales y culturales a occidente. Esta es, en mi opinión, la principal causa de desorientación y desesperación espiritual del hombre moderno. Una buena representación de las consecuencias de la nueva mentalidad y cultura puede ser El Grito de Munch (1893). Un símbolo figurativo de tal desesperación ante la destrucción de los valores referenciales (religiosos, morales…) que afectan a la raíz y sustancia del ser humano y de la sociedad occidental, para sustituirlos por el transhumano y el reseteo global. El Grito de Munch resumiría -en un simbolismo figurativo pictórico- el nuevo mundo regido por un racionalismo y empirismo extremos que dan al nacimiento Transhumano asentado en el Gran Reinicio. Así, La Modernidad -que ahora ya podemos llamar Nuevo Orden Mundial- piensa que -llegado este punto- será al fin la muerte del ser humano, de su sentido inmaterial y metafísico, espiritual y trascendente; y que será el triunfo del “mono de Dios”. Pero La Modernidad con sus Globalistas y Agendistas (2030, 2045, 2050 o los años que sean) ¿realmente ha conseguido o va a conseguir sus objetivos?

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Insisto en que la Modernidad se expresa con el nuevo lenguaje lógico-racionalista. Sobre este lenguaje se ha venido haciendo la ciencia y filosofía de La Modernidad. Ciencia y filosofía que sustentan las nuevas concepciones del ser humano, del mundo y la vida, nuevas concepciones que son principal causa de la desorientación y la desesperación espiritual del hombre moderno.

Por lo tanto, volviendo al lenguaje, uno de los símbolos de La Modernidad es la ecuación E=mc2: energía igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado, y viene a expresar que una cantidad muy pequeña de masa es equivalente a una enorme cantidad de energía. E=mc2 ha sido y es presentada como la ecuación perfecta. Esto es, se presenta como la expresión -en lenguaje lógico perfecto, las matemáticas- de la propia perfección. Es el símbolo de la perfección más difundido y popularizado y convertido en el mito de la perfección materialista ofrecida por La Modernidad.

Al mismo tiempo debo recordar que uno de los ingredientes de la perfección es el orden y esta fórmula contiene el ideal de orden. Y en nuestra cultura el ideal de orden se asimila a la belleza. Por lo tanto, en esta fórmula tenemos contenido el ideal de la perfección, del orden y de la belleza en lenguaje lógico-matemático. He aquí el punto clave, porque la misma Modernidad nos niega -mediante su nuevo lenguaje lógico, racional y perfecto- la existencia objetiva de Dios y un mundo en Él sustentado. Sin embargo, mediante su lenguaje La Modernidad nos está –sin quererlo- describiendo la acción de Dios a través de los objetos que forman el mundo (Wittgenstein). Así, a través de los objetos en el mundo aparece Dios como logos y razón perfecta, belleza perfecta, orden perfecto.

Vemos, por lo tanto, cómo el lenguaje perfecto lógico-racional que Wittgenstein buscaba, y que es utilizado por La Modernidad para negar el mundo más allá de la física objetiva, es nexo y puente entre nosotros y Dios a través de los objetos materiales. Y todo ello, incluso, desde el más radical de los empirismos y positivismos científicos. El lenguaje lógico y racional perfecto se convierte en vínculo perfecto que permite rebatir a La Modernidad, y construir vínculos concretos de conversación con el Trascendente.

Es en esta conversación científica donde se ponen de manifiesto los elementos inmateriales que habitan en el interior del ser humano y son representados a través del lenguaje lógico. Por lo tanto, el mundo de lo que -en principio- sería inexistente e incomunicable se hace así existente y comunicable. Además, supera las barreras y límites del espacio-tiempo. Es decir, nos lleva a un plano superior, el de la Trascendencia: Dios.

Iniciaba este artículo escribiendo que uno de los problemas humanos es que las palabras pueden tener múltiples significados y significantes, en referencia a Wittgenstein. De ahí, también, su propuesta de lenguaje lógico. La Modernidad ha pretendido construir, con tal lenguaje lógico, un mundo perfectamente material, sin Dios. Sin embargo, al alcanzar el objetivo tan anhelado, y eliminada la multiplicidad de significados y significantes, ha hecho resurgir el único, auténtico y verdadero significado y significante: Palabra perfecta, que empíricamente se materializa (mediante la transustanciación). El Lenguaje Perfecto que actúa y obra en el mundo y nos interpela, y nos llama a que conversemos con Él superando nuestras barreras y límites. Palabra y Lenguaje que es, al mismo tiempo, vínculo entre los objetos con cada persona, con todos los hombres y con Dios: Jesucristo8.

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1 WITTGENSTEIN, L.; Tractatus Logico-Philosophicus , vid. 2.323; 3.325, 3.3411

2 Ibid., vid. 2.01231

3 Ibid., vid. 1.1, 1.11; 2.04

4 Ibid., vid. p. 12

5 Ibid., vid. 6.432; 6.4312

6 Ibid., vid. 6.13

7 Ibid., vid. 6.2

8 WITTGENSTEIN, L.; Tractatus Logico-Philosophicus , vid. 6.4312, 6.13 Pese a insistir en que “Dios no se revela en el mundo” (6.432) reconoce que “la solución (…) está fuera del espacio y del tiempo” mediante la lógica que es trascendental. Esto es, el propio Wittgenstein -posiblemente sin quererlo y sin saberlo- se estaba refiriendo a Aquel que es La Palabra y El Lenguaje y con el que podemos superar nuestras barreras y límites -el Pecado- pudiendo ser, por Él, redimirnos.

 

Autor

Antonio R. Peña
Antonio R. Peña
Antonio Ramón Peña es católico y español. Además es doctor en Historia Moderna y Contemporánea y archivero. Colaborador en diversos medios de comunicación como Infocatolica, Infovaticana, Somatemps. Ha colaborado con la Real Academia de la Historia en el Diccionario Biográfico Español. A parte de sus artículos científicos y de opinión, algunos de sus libros publicados son De Roma a Gotia: los orígenes de España, De Austrias a Borbones, Japón a la luz de la evangelización. Actualmente trabaja como profesor de instituto.