20/09/2024 10:47
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Hace ya unos años tuve el honor y el placer de leer una novela titulada así: La lista. La novela que, evidentemente, nunca fue publicada, me fue confiada por su autor, que era -es, sobre los luceros- el Ilmo. Sr. D. Jesús Flores Thies, Coronel de Artillería, y el tema resultaba profundamente incorrecto desde la óptica de la política cobarde, chabacana y gris que nos acogotaba entonces, y mucho más ahora.

El título me vino al leer las advertencias de los simpáticos y humanitarios manifestantes homosexuales, transexuales, mediosexuales y picosexuales, aberrosexuales -o sea: de toda esa gente que no tiene en su vida mas que la parte, puramente animal, de la genitalidad primaria- con respecto a la lista -«Ayuso, fascista, estás en nuestra lista»- donde confesaban tener anotada a la señora Díaz Ayuso.

Ni esta lista de los hipersexualizados, ni esos tristes y furiosos seres, tienen nada que ver con la novela que escribió mi Coronel, cosa que me interesa aclarar, y si la cito es porque me gusta recordar a mis camaradas que ya están más allá de esta miseria moral que nos inunda.

La manifestación venía a cuento -nunca mejor dicho- del asesinato de Samuel Luiz Muñiz en La Coruña. No voy a caer en el fácil recurso, manido y vacío, de «condenar» ese asesinato. Lo que si voy a hacer -como con cualquier otro asesinato-, es exigir que condene quien tiene que hacerlo: la Justicia. Y que lo haga, precisamente, con Justicia: con arreglo a las leyes y a las pruebas.

Pero los manifestantes -los mismos que noches atrás se propagaban alegremente el virus de la Covid-19 porque con ellos no deben regir las mismas normas y leyes que para los demás- ya han decidido que Samuel fue asesinado por su orientación sexual. Lo normal, por otra parte, en gente que, como los manifestantes de marras, vive de eso -de su diferencia sexual- reclamando dineros y prebendas por considerarse distintos a los demás. Es mas: en su aberrante consideración hemipléjica, claman contra la violencia «machista».

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Y todo ello -todas las manifestaciones, las algaradas, las diatribas- en contra del deseo expreso del padre del fallecido: Me gustaría pedir que quitemos banderas y políticos de la manifestación, había afirmado según la prensa. Queremos que se recuerde a mi hijo como una persona cariñosa, sanitario. No queremos que se convierta en un símbolo.

Sin embargo, para los organizadores y usufructuadores de los más bajos instintos de la hez de la sociedad; de los vagos y maleantes -por decirlo con la definición de aquella vieja ley de la IIª República promulgada por Azaña- que exigen dinero, dinero y más dinero para convencernos a todos de que por ser diferentes merecen más que el resto, y de que todos tenemos que plegarnos a sus caprichos, sus deseos, sus filias y fobias, el asesinato de ese trabajador sanitario, joven y cariñoso -en palabras de su padre- ha sido motivo de lucimiento, de quejas jeremíacas y de -es lo suyo- protestas contra la Policía que les sacude estopa cuando intentan formar barricadas y -¡faltaría mas!- lanza sus andanadas contra la violencia machista y la LGTBIfobia que alienta el discurso homófobo de la ultraderecha.

Porque la izquierda si puede llamar «maricón» a quien quiera –véase la calificación de doña Dolores Delgado a su posterior compañero ministerial el ministre Marlaske-; y los homosexuales pueden escribir pancartas berreando que contra los nazis «mariconazos»; pero si algo así lo dice alguien que no sea socialista, ni -digámoslo a su gusto- maricón, la cosa llega a ser «discurso de odio». Al menos, así lo afirmaba un tal Javier Moreno -del que la prensa dice que es portavoz del PSOE en el Parlamento Europeo-: Esa barbarie no cabe en nuestra sociedad ni en la Europa que defendemos. Por eso nos hemos reunido aquí para protestar y denunciar todo tipo de violencia generada por el discurso de odio.

Lástima que el PSOE, y los podemitas, y los peperos, y los separatistas vascos y catalanes que los acompañaban, no se acordaran de que la barbarie que no puede caber en la sociedad es la de criminalizar a la Policía por cumplir su obligación de impedir guerrillas urbanas, por muy de «mariconazos» que sea.

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Ni la de acusar, no sólo sin pruebas, sino en contra de las pruebas existentes hasta el momento, dado que -según la prensalo que sí han esclarecido las investigaciones es que el asesinato no se trata de un delito de odio ni está vinculado con la homofobia, aportando tres motivos diferentes que respaldarían esta hipótesis.

Ahora, espero fervientemente que los portavices, portavozos y portavozas de  todos los partidos, partidas, partides…; que todos los manipuladores hipersexualizados y presupuestoadictos se la envainen y pidan perdón por los insultos, amenazas, falsedades e incitación al odio contra lo que ellos llaman «ultraderecha».

Espero, eso si, cómodamente sentado.

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Rafael C. Estremera