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6 de enero de 2021. El Telediario de las 21: “Los trumpistas asaltan el Capitolio”, “Los trumpistas no aceptan la victoria de Biden”. Miles de seguidores de Donald Trump se concentraron fuera del Congreso en Washington y algunos consiguieron ingresar hasta el corazón mismo de la democracia americana logrando impedir, solo momentáneamente, la ratificación de Joe Biden como el vencedor de la contienda electoral. Algo nunca visto antes. Se sienten estafados y robados por el resultado de las elecciones presidenciales, fruto de las escandalosas irregularidades que los medios de comunicación globales niegan taxativamente que hayan ocurrido.

Trump y sus votantes ni siquiera tienen el derecho de reclamar antes las sospechas de fraude democrático. Twitter suspende la cuenta del Presidente americano. La descalificación, burla, insulto, escarnio y censura hacia él, fue y sigue siendo la constante. No se puede disentir ante la imposición del discurso único del Deep State Global.

Para la corrección política, liberal izquierdista, Trump es un idiota, un golpista fascista, un populista y zafio mal perdedor, un irresponsable que llevó al caos la nación, el culpable de incitar al odio, al racismo y a la violencia, y de llevar a los Estados Unidos al borde de una guerra civil. Por su actitud criminal debe ser destituido, enjuiciado y encarcelado. Esa es la burda imagen instalada del personaje que representa cuanto menos a la mitad de la otrora nación más poderosa del mundo.

La prensa española, de izquierdas y derechas, repite el mismo mantra del relato progresista. Aquí fue tachado de nefasto líder del peligroso populismo de derechas, conservador y reaccionario, de personaje arrogante, personalista, que desprecia e insulta las instituciones, un mentiroso   instigador a la violencia, que promueve el odio y la división de la sociedad y que no acepta ser desalojado del poder. El mismo análisis que han instalado los poderosos Medios globales reflejado en la prensa local.

Trump, sus simpatizantes y electores no tienen lugar en la sociedad. En España así lo afirman los que rodeaban el Congreso y asaltaron el Parlamento en Cataluña; los que saltaban sobre el techo de los coches de la Guardia Civil, arrojaban vallas, e incendiaban las calles de Barcelona en un golpe de estado separatista, y los que se alegraban cuando los manifestantes izquierdistas pateaban sin piedad a un policía en el suelo. Hoy estos son los demócratas que gobiernan y determinan qué es democrático y qué no según su prisma ideológico.

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Si creemos que esto no va con Europa y el resto del mundo, seríamos unos ingenuos. Este es el modelo, que si todo sigue como parece, se impondrá finalmente a nivel global: la dictadura de lo políticamente correcto detrás del buenismo progresista multicolor del globalismo, que pandemia mediante, ha tomado hoy velocidad de crucero. Gran parte del movimiento soberanista, patriota e identitario en otros lugares del mundo se verá también afectado por el rumbo de los acontecimientos y por el relato ideológico instalado.      

Recordemos que Black Lives Matter asoló USA durante meses: saqueos, incendios, muertes, robos, vandalismo, violaciones a la propiedad, odio iconoclasta, racismo antirracista, y violencia sin control impulsada, justificada, blanqueada, difundida y tomada como modelo global de libertad y dignidad por los medios de comunicación, redes sociales, instituciones transnacionales (UN, WEF), ONG, políticos, intelectuales, deportistas, figuras del espectáculo, chefs internacionales, profesores, maestros, policías, y hasta cuñados y parientes que han hincado la rodilla al suelo en protesta antirracista. Hoy son se rasgan las vestiduras y se escandalizan por los sucesos en Washington. La indignación selectiva de siempre de los hipócritas de siempre.

No creo justificable el uso de la violencia ni el empleo de la fuerza en la defensa de las ideas. Tampoco la muerte de una mujer blanca por un disparo en el Capitolio y otros tres manifestantes. Será difícil que se desate una ola de vandalismo, violencia y saqueos como la que hemos visto hace unos meses por la muerte del señor Floyd.

Cuando se llega a una situación política tal, en la que decenas de millones de ciudadanos se sienten estafados, robados y empujados hacia un rumbo no deseado y que consideran fatídico, es lógico el aumento de la tensión social. Se puede entender la reacción frente a la imposibilidad de canalizar la opinión disidente. Lo que no se puede aceptar es la demonización sistemática de una corriente no solo política sino de principios y valores tradicionales muy arraigada en la sociedad norteamericana. Su historia e idiosincrasia han demostrado que llegado el momento se han sacrificado por la defensa de sus ideales.

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El discurso mediático de la situación en los Estados Unidos ya es único e indiscutible. Trump perdió las elecciones y con Biden y Kamala llegará la paz, la democracia y la concordia que el trumpismo y la ultraderecha habían destruido en 2016. Los hechos aún se suceden y el capítulo final no está acabado, pero el globalismo sale reforzado ante el final de lo que parece una breve etapa de ralentización llamada trumpismo. Deberíamos ver los acontecimientos norteamericanos como un espejo en que mirar el futuro de los llamados movimientos identitarios, soberanistas y patrióticos, que son la última barrera del globalismo potenciado, y tomar recaudo frente a un evidente cambio de tendencia.

El globalismo está disparado y sus promotores, agentes y acólitos están crecidos. Muchos ya se están subiendo al carro del que parece el vencedor y algunos corren detrás de él intentando no quedarse atrás. Podía suceder y sucedió, pero no importa. Mientras que en el telediario de las 21 siga habiendo algún enemigo público a batir, habrá esperanza, aunque haya que empezar de nuevo. No será la primera vez, ni la última que haya que hacerlo, a pesar de la velocidad del turboglobalismo.

 

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José Papparelli