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Nuestro tiempo nació el día en que las puertas del Templo que representaba el viejo mundo fueron derruidas. Puesta en escena sin precedentes de la geopolítica del espectáculo, los atentados del 11S en Nueva York vinieron a anunciar que se inauguraba un tiempo nuevo en la historia humana. A partir de entonces los grandes acontecimientos internacionales estarían perfectamente planificados para desembocar de manera “adecuada” según el punto de vista de sus élites. Lo que ocurriera en el escenario —crisis, guerras, atentados, pandemias—, sería la excusa para implementar medidas de ingeniería social destinadas a fines muy concretos establecidos por unos pocos. Un nuevo Despotismo Ilustrado no muy diferente al practicado en el siglo XX salvo por una sencilla razón: que el desarrollo de la tecnología permitiría sobrepasar unos límites jamás sospechados. De esta forma se abría el campo de la experimentación más allá de los límites de la imaginación: transhumanismo, realidad virtual, parodias rituales, desarrollo de la inteligencia artificial, etcétera. El pensador francés Eric Sadin ha llamado a este proceso “la silicolonización del mundo”: Internet nació con ARPANET, una red militar de control poblacional, y no ha abandonado esa primera faceta jamás.

El Coronavirus no es más que la consecuencia de lo anterior. La crisis de 2008 fue un ensayo general, de entre tantos otros (Primaveras Árabes, 15M, etcétera), hasta desembocar en una pantomima cuyo fin esencial era poner a prueba la resistencia de una población mundial abocada de nuevo a la pobreza y, sobre todo, destinada a la vacunación masiva. Sin embargo, no hemos visto nada. En apenas unos años añoraremos el decrépito estado actual de la realidad. A pesar de algunos fallos puntuales, inevitables en toda operación de esta magnitud, la maniobra ha sido un éxito que, además, carecía de precedentes similares en la historia. En ese sentido, merece la pena recuperar las declaraciones de Klaus Schwab, principal teórico de la “Cuarta Revolución Industrial”, sobre la posibilidad de un apagón mundial al lado del cual la crisis del coronavirus quedará en “una preocupación menor”. Estas discretas palabras del gran artífice de la Agenda 2030 son muy claras: queda mucho por ver hasta alcanzar el ansiado “Gran Reseteo”. Porque, en palabras de Alan Moore, “la tecnología traerá muchos beneficios, pero también muchos desastres”. Estamos a punto de comprobarlo de primera mano.

La ley de Seguridad Nacional que prepara el Gobierno está hecha para “actuar en casos de excepcionalidad”. En dichos casos se podrá controlar desde el poder Ejecutivo lo que dicen los medios de comunicación, la propiedad privada de los ciudadanos o el control de empresas pertenecientes a particulares. Como ha avisado el masón Giuliano Di Bernardo o el propio Schwab, el modelo a seguir para las decadentes democracias parlamentarias universales es la China comunista de Xi Jinping. España es, desde comienzos de siglo XXI, un país pionero en medidas de Ingeniería Social dictadas por las élites. Esta ley camina, sin duda, en pos de ese siniestro fin. En la web de la Agenda 2030 se puede leer que “La COVID-19 puede servir de catalizador para un cambio social”. Se trata de “encauzar al mundo de nuevo hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible” Naomi Klein llamó a esta forma de imposición a través de traumas colectivos La doctrina del shock, y escribió en un libro de título homólogo en qué consiste dicha técnica: “Esta forma fundamentalista del capitalismo siempre ha necesitado de catástrofes para avanzar. Algún tipo de trauma colectivo adicional, que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático. El miedo y el desorden como catalizadores de un nuevo salto hacia delante”.

Nuestro pasado es el 11S; nuestro presente es la pandemia del Coronavirus; el futuro se llama “el apagón”. Nos queda mucho por ver en este siglo de las conspiraciones y mucho antes de lo que esperamos. Nuestro futuro, también nuestro presente, están en un serio peligro. Será mejor actuar pronto, antes de que nos quedemos todos a oscuras.

Autor

Guillermo Mas Arellano