20/09/2024 19:34
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Pocas imágenes tan evocadoras, sugerentes y metafóricas como esta frase del libro “Industrias y andanzas de Alfanhui”. Desconozco la intención de Sánchez-Ferlosio al describir así a un personaje de su compleja obra, pero mi interpretación siempre ha sido que describe la soledad y el ostracismo de un ser humano privado de toda trascendencia social, por el mero hecho de no tener ni voz ni posibilidad de opinión. Es decir, al ser sorda no puede oír, por lo que no participa de la vida en sociedad. Al ser muda, no puede hablar, por lo que no participa en esa misma vida.  De ahí que no tenga nombre… nadie la llama y ella no puede dirigirse a nadie. Esta brutal presentación de una paria de la tierra, de una desheredada, es una imagen que, sobre todo en estos viles tiempos de congojavirus, representa a la mayoría de la población mundial. Somos intrascendentes para los jerifaltes y sus secuaces. Nos han anulado como mentes pensantes y entidades intelectuales. El colectivismo lo ha destrozado todo. Lo curioso es que no ha sido, directamente, impuesto. Se trata de un lento, pero efectivísimo, suicidio colectivo. La muerte de la razón, el triunfo del misticismo y la superchería.

Los covidiotas, por enorme desgracia y crimen de lesa humanidad, no son sordomudos, sino que están armados con el mayor megáfono de la historia, ante el que palidecen las trompetas de Jericó, esos silbatos comparados con él.  Lo que no sabe esta patulea indolente y maledicente ante los sensatos, es que son como el personaje de la obra de Ferlosio. No tienen ni voz, ni voto, ni derecho a cambiar nada; pese a que todos y cada uno de ellos crean ser un Jefe de Estado en la sombra y un insigne doctor en medicina y virología.  Craso error, mis queridos niños, tener ínfulas en estos aspectos de la vida, que son los más importantes: la libertad y la salud.

En contraprestación a esta barbaridad, estamos los supuestos sordomudos, que sufrimos la paradoja de poder llegar al do de pecho y a oír el susurro del estático vuelo de un colibrí en lontananza. Y cada vez se nos oye más, pese a que no nos oigan. Y cada vez se nos ve más, pese a que no nos vean. Al igual que no hay mayor ciego que el que no quiere ver, no hay mayor mentecato que el que no quier vernos ni oírnos. Cuando se percaten de que su poder no es tan omnímodo como pensaban, será demasiado tarde para ellos. Por eso somos una estirpe tan peligrosa los cuerdos irredentos. Mal asunto, para los expoliadores y tiranos,  nuestra mezcla de intelecto y cojones. El vulgo, sumiso y perverso aliado de las élites, no nos da miedo, sino que nos provoca hilaridad (malsana, eso sí, no se trata aquí de chistes de Eugenio, sino de cruda y burda realidad, de patética constatación del esperpento más estruendoso). Los esbirros del sistema, esos perros llamados fuerzas del orden… ídem que el vulgo.

Cuidado, y cuidaos del pueblo ilustrado, que jamás será adiestrado.

Lo mejor, como en toda lucha justa y bendecida por la pureza de una conducta humana intachable y valiente, está por llegar.

Agarraos bien al asiento, pero no os pongáis los cinturones, porque tenemos que estar prestos para tirarnos a su cuello, no para temer el enfrentamiento.

Los afrancesados siguen pululando por la piel de toro. Sí, queridos niños, todavía los hay en Espena, 2 siglos y pico después de la invasión gabacha y la enésima traición real patria… esos bárbaros chovinistas disfrazados de ilustrados, esos adoradores del queso y la guillotina y tan aficionados a perder guerras que ellos han empezado. Tienen intelectuales “de la talla” de Pérez –Reverte o Joaquín Sabina, como defensores… me despollo del nivel intelectual de estas supuestas élites culturales. Son tan sordomudos, que ni oyen las gilipolleces que dicen.

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Nosotros, os lo repito –y grito – alto y claro, no somos sordomudos. Y tenemos un nombre, un nombre tras el cual está el hombre que os derrotará, malditos hijos de la gran puta.

¿A qué ya estáis oyendo?

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REDACCIÓN