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Ha tenido que ser otra mujer quien le hiciera bajar la cabeza con vergüenza: «no se haga ilusiones, usted no es una líder mundial», le ha razonado Olona.
La meiga gallega del Gobierno pierde tornillos a su paso. Muy torpes tienen que ser quienes votan en las encuestas para que este personaje traicionero quede en primer lugar. Claro que, eso pasa porque los otros, por quienes también se pregunta, son burdos personajes políticos, sin importancia, carisma ni prestigio, aunque sean líderes de otros partidos. Hagan la prueba y cambien esos sondeos: pregunten por Isabel Díaz Ayuso y por la «meiga ferrolana», la Yoli, o si quieren «Antoñita la Fantástica».
Comprobarán que no llega a personaje, tampoco a política destacada. Se queda en eso, en meiga ferrolana. ¿Y dice que olía lo que se avecinaba? Con un apéndice como el suyo, no me extraña, lo raro es que no oliera el humo del volcán de La Palma, porque se esa forma habría adelantado las tan necesarias ayudas, esas mismas que el Gobierno no se decide a otorgar, pero sí a derrochar miles de millones en el aeropuerto del Prat, para nada.
Ayer leí un artículo del ínclito Fígaro, que publicaba El Correo de España, y que me impactó porque viene a pensar lo que aquí expongo, pero los méritos son para él. Humildemente me limito a ir a rebufo. Pero comparen la imagen entre «La Yoli» y doña Yolanda; es decir, entre la sindicalista de CC.OO. y la ministra actual. Verán abismal diferencia entre lo que es una comunista de trincheras y una adocenada ministra de fino tacón, alfombra roja y falda de vuelos. Al menos ésta ha aprendido algo, cosa que no han hecho las Belarra, ni las Montero, ni las Serra, más torpes en la elegancia, la formas, los discursos y la gestión.
Alimenten su espíritu con la lectura de cuanto expone Fígaro y los recursos estilísticos del insigne, Ignacio Fernández Candela, en su último artículo sobre la «marquesa»: «La muy pública, Irene Montero, contra Amancio Ortega». Disfruten con la elegancia en la exposición y en las ideas. Ya que, ni la vicepresidenta segunda ni la ministra de Igual Da, no nos sirven para nada bueno, al menos ríanse porque la sonrisa también alimenta el alma y sosiega el espíritu.
Nada descubro si digo que el comunismo se basa en la mentira, en la traición, en la violencia y en el odio. «Yolanda Díaz es una meiga gallega en la que cabe todo lo inimaginable, menos la bondad o lo bueno, por ser comunista», dice Fígaro en «Al ególatra presidente le brotó una bruja al lado». No sé si es más tonta de lo que parece o de lo que aparenta, pero los analistas lo tienen claro y es que «no puede ser una bruja buena con esa ideología». Si no lo fue Stalin con el consabido pollo desplumado (nadie aclaró si era pollo o polla) mucho menos lo serán sus seguidores que llegado el siglo XXI aún creen en obscenas ideologías como el comunismo o el socialismo «floppy».
Confieso que no veo peligrosa a «la Yoli» y tampoco a doña Yolanda, pero sí ignorante, muy ignorante y engreída; tengo dudas sobre si pondrá de rodillas a Belarra y se hará con las riendas de «Hundidas Pandemias». Ha tenido que ser otra mujer quien le hiciera bajar la cabeza y mirarse a los zapatos descosidos: «no se haga ilusiones, usted no es una líder mundial», le ha razonado Macarena Olona. Repito que no sé el grado de tontuna que alberga Yolanda, pero si lo tiene, lo disimula bien, como buena gallega. Ya saben eso del gallego en medio de una escalera. Pues imagínense si es gallega: puede ir del abrazo, al engaño manifiesto, pasando por la puñalada trapera.
Sus artimañas le han salido por peteneras. Puede haber provocado una crisis de Gobierno, a la vez que dudas en Bruselas: ¿se consintieron las manifestaciones feministas a sabiendas que habría miles de muertes por negligencia? Pues la hubo, y superaron las 150.000 con dos responsables máximos: «El marqués» y «El mentiroso». Pero la vicepresidenta segunda defendió en su momento las posiciones del Gobierno, de ahí que se haya descubierto su mala fe y sus mentiras a la ciudadanía, como demostró ayer Vicente Vallés.
Yolanda Díaz ha querido traicionar al presidente insistiendo en que ella «vio venir la pandemia cuando nadie lo veía», incluso presentó un informe al respecto en el Consejo de ministros. En esas fechas ya lo habían hecho otros y había habido ceses en la Policía Nacional: una vez más, el incompetente, negligente, rastrero y vengativo Marlasca se había puesto mirando a Cuenca para que Pedro Sánchez actuara o le pusiera como el bajorrelieve babilónico de terracota donde –cuando presuntamente una mujer se estaba cayendo al Tigris– alguien se arrimó por detrás y la escena deja de ser lo que parece: no se sabe con certeza si el hombre está salvando a la mujer de caer al río o se la está beneficiando, sin más. Mis disculpas por el parangón, pero cuadra. Dejemos la interpretación para los arqueólogos.
Media España considera inofensiva a esta bruja moderna y la otra media incita para que complete las traidoras cuchilladas a Sánchez, aunque no sean tantas como las que recibió Julio César de Bruto, Casio, Casca, Cina, Címber y otros. Media España es paciente y otra media se queja por el miedo a que acabemos como cubanos, venezolanos o nicaragüenses. La bruja sólo es bruja, pero si es meiga…estamos hablando de cosas serias. ¿Acaso creen que la meiga es simple bruja?
Nadie cree a este esperpento de ministra que tiene abandonados todos sus servicios en el SEPE. Su calificación en gestión es de «Muy deficiente». Europa lo ha advertido, y aunque la presidenta de la Comisión Europea hable de conceder ayudas a España por importe de 10.000M, lo cierto es que esa misma la Comisión ya ha dado marcha atrás en dos ocasiones.
Las políticas de empleo que persigue «Antoñita la fantástica» no son fiables; la reforma laboral no avanza; la CEOE se aleja de proyectos de fogueo; Garamendi no cree en ella; los sindicatos sectarios tragan con todo, si hay dietas, y la reforma de las pensiones no cuadra con Europa. En fin, la bruja será todo lo bruja que quiera, pero no da más de sí y tampoco alcanza la categoría de meiga con galones.
Estamos ante un fiasco de ministra y un fraude de vicepresidenta. Sabido es que «los altavoces refuerzan la voz, pero no los argumentos», en palabras de Hans Caspar.
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