28/09/2024 06:28
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Se ha deslizado hasta aquí la frágil e imparable línea invisible del tiempo, y no me pregunten cómo, ni por qué. Nada sabría responder. No tiene una explicación racional, ni siquiera irracional. Y si la tuviera, tampoco sabría revelarla. La tesis de Gorgias nos deja con los bolsillo vacíos y vueltos al revés: nada existe, y si existiera sería incognoscible, y de ser cognoscible, sería incomunicable. Llegamos hasta aquí sin tener claro a qué venimos, ni por qué llegamos. No poseemos seguro más que debemos irnos, a la fuerza, ignorando qué tren es el que parará a recogernos. Para ese viaje no hubieran hecho falta alforjas. Partimos desnudos como los hijos de la mar, igual que llegamos. ¿Y para eso tanto ruido y humo? No sería necesario decir mucho más cuando nadie va a escuchar nuestra prédica en el desierto. Cada cual se hace el sueco, y no quiere ver la diana en la que está señalado. Así mataron a Jesucristo por decir la verdad. Nadie mira con buenos ojos a los que piensan y le advierten de lo que hay en lontananza; sigue enclaustrado en su mundo y lo que esté fuera de él nada le importa. Lo que está adentro, tampoco; o no demasiado. Vive como una cosa tonta entre sus pasiones inútiles y absurdas. Sin rebelarse nada más contra el Bien y la Verdad.

Ante tal estado de cosas, y cada mochuelo a su olivo, solo queda segura la fiel compañera; la soledad, que está exenta de toda traición. Que ya está rota de tanto usarla como el amor. Eso que cantaba aquella Rocío Jurado que apellidaban «la más grande» y tuvo que arrodillarse ante el cáncer y morir como pudo. Pues los ejes sobre los que gira locamente el mundo, nada tienen que ver con la virtud del silencio de la Nada. Más bien, todo lo contrario. El vicio es muy ruidoso y anuncia a bombo y platillo su programa electoral, populista, demagogo y seductor que atrae a millones de borregos. Así se cumple la falsa inmunidad del rebaño, prometida. Es el fácil camino de  corromper a los corazones desorientados, tras meterlos en la corriente del río que los lleva y arrastra al precipicio.

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Hemos llegado hasta aquí de esta manera, muchas veces peleados con el mundo, y casi siempre en guerra abierta con él. El mundo, con sus pompas y vanidades, nada entiende de los demás que serían sus hijos, ni siquiera se entiende a sí mismo. El mundo degüella a sus hijos como Saturno, en las más negras de las pinturas que emborronamos de colorines como el cuaderno de un niño del primer día que va a la escuela.

La estulticia invade el planeta como las nieblas que borran los urzales en invierno. Hay que echarle valor para lidiar, no con la soledad, sino con la estupidez, cuya inercia es lo más resistente que se ha descubierto, según Einstein. Gran parte de la juventud adolece de esta enfermedad social que no concibe ni observa en los de su misma especie, porque no es consciente de ella. El mal se sirve de la estupidez en primera persona. Llegados a este punto delicado, las diferencias son notables y meridianamente precisas y sólo se necesita un gamo de sensatez para no caer y estar siempre levantado, frente al peligro. Se ha introducido en el tramo final de un camino sin retorno, y la urgencia apremia. Puede ser que su vida no haya sido un camino de rosas, ni delictivo en todos sus extremos. Ha superado, tras el delito de nacer, la mayor condena que le han impuesto: la condena a la libertad. Y ha elegido, por eso le han dado la voluntad que ha sabido aprovechar. Ha elegido libremente, y usted es el único responsable de su elección. Si va solo por el camino del silencio, podrá escuchar la voz de Dios que le espera al final de la senda. Si ha elegido la comodidad de la seducción diabólica, esa falsa avenida del mundo, el demonio y la carne, satanás ya se ha apoderado de su alma, y lo que va a hacer con ella, ya no hace falta que nadie se lo diga. «Huyó como alma que lleva el diablo». Y esa alma, era la suya. Réquiem aeternam dona eis Domine.

Se deslizó sin saber cómo entre las galaxias, atravesó volcánicas erupciones de lava incandescente procedentes del infierno que tenía en su cabeza atormentada y enferma, prosiguió por el éter como una exhalación a ver si había vida inteligente en algún sitio, y nada halló. La posibilidad de encontrar existencia en el sistema solar, incluyendo Marte y sus orígenes en la Tierra, fue nula. Si es polvo de estrellas, volverá a su origen. A fundirse con un astro en la fatalidad del destino. Pues una estrella aunque haya muerto hace siglos aquí aún seguimos viendo su luz, y la creemos encendida. ¿Cabría una propuesta de variada arquitectura para presentar al respetable? Una, no, infinidad, porque su mente es el mismo e infinito universo. Y esta condena a la libertad estará vigente hasta el último momento.

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REDACCIÓN