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Han pasado ya, unos cuantos años desde que el que fuera vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra, pronunciara aquella lapidaria frase de que “a España no la iba a conocer ni la madre que la parió”.

Y así es: quienes ya peinamos canas, ni conocemos esta España, ni sabemos qué clase de engendro es. Aunque sí vemos su futuro. Y no porque practiquemos horóscopos ni ninguna de esa sarta de majaderías, con las que mentes ociosas malgastan el tiempo.

Lo vemos porque la experiencia que es madre de toda la sabiduría, nos dice que cuando hay temporal, sus consecuencias se dejan notar. Y aquí desde pocos años antes de la muerte de Francisco Franco, no se han sembrado más que tempestades.

Una tras otra, todas han sido el caldo de cultivo necesario para que acontezca no sólo lo que ya vemos, sino lo que está por llegar.

No sé si España tiene remedio. Yo sinceramente, muy a mi pesar y en este momento, no lo veo. Tan sólo veo un cadáver, que no es ni la sombra de lo fue y significó para el mundo y para la Civilización.

¿Quién iba a decir que la Grecia cuna de la filosofía, de Pericles, Sócrates, Platón o Aristóteles; la de Leónidas de Esparta, que con su sacrificio en la batalla y el de sus 300 hoplitas, detendría la soberbia de Jerjes el persa, que terminaría siendo un vulgar amontonamiento de piedras?

¿Acaso por la misma lógica, podían imaginar Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, que su arrojo le daría la victoria a la Cristiandad contra todo pronóstico, en las Navas de Tolosa, que aquello por lo que lucharon sería vilipendiado y tergiversado en pos de la reescritura de la historia sobre una religión ávida por rebanar nuestro pescuezo con la cimitarra?

Victoria de la Cruz de Cristo Redentor o muerte.

Ahora, videojuego en la consola o rabieta.

En esto se resume la gran vergüenza de España, aliñada con las vomitivas tertulias de verdulera descastada, de las televisiones que el sistema pone a disposición de un público que ha perdido el cerebro.

Una nación otrora orgullosa, sencilla y noble, que prefiere malvivir de las migajas que llegan de Bruselas, en vez de trabajar y luchar para levantar imperios donde no se ponga el sol.

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Una juventud sin futuro, que prefiere bañarse en el hedor del alcohol y las borracheras del botellón.

Una pandemia que nos azota cada vez más, por culpa de la incompetencia calculada de un gobierno al que sólo le importa perpetuarse y que aparenta dilatar el caos a propósito. ¿Con qué fines?

Una Iglesia que escupe en las sandalias de San Ignacio, de San Francisco Javier, de Santa Teresa y ha olvidado evangelizar, prefiriendo agachar la testuz ante quienes le van a clavar la puntilla. Y todo, para no tener que pagar el IBI. Al final, no tendrán ni IBI, ni templos, ni almas a las que salvar.

Una cúpula militar que no sabe ni conoce el lema glorioso de “Todo por la Patria” y que está ahí, no para defender a España sino para “hacer carrera” obedeciendo a nuestros peores enemigos, conjuntados en “alianzas atlánticas” que en absoluto de preocupan por nuestros intereses. Y pisoteando el honor y la entrega de quienes les precedieron.

Un pueblo que en su ignorancia insultante, reniega de la mayor gesta protagonizada en la historia de la humanidad: la Conquista de América.

La Hispanidad, que es nuestra verdadera tabla de salvación y la de toda Hispanoamérica –ahora hasta los que presumen de patriotas con pulserita, prefieren utilizar la denominación políticamente correcta y petulante de “América Latina”–, Filipinas y Guinea Ecuatorial.

Nos la “han metido doblada” con el tema de Gibraltar. Y aquí nadie dice nada.

Canarias, Ceuta y Melilla, dejarán de ser españolas y entregadas a Marruecos como se hizo con el Sahara y con el beneplácito de nuestro “amigo”, Estados Unidos –que es quien está detrás de todas esas pretensiones–. Y aquí nadie dice nada.

Media España está en ERTE y los pagos no llegan. Y aquí nadie dice nada.

Los autónomos se ven ahogados. Y aquí nadie dice nada.

Las empresas eléctricas usan y abusan, como lo hacen las multinacionales, que hunden al pequeño comercio. Y aquí nadie dice nada.

Nos abrasan a impuestos que lejos de ir a inversiones productivas para los españoles, se dilapidan en forma de ingentes subvenciones a colectivos de parásitos, nacionales e internacionales. Y aquí nadie dice nada.

Las colas del hambre y los españoles durmiendo en la calle, son cada vez más numerosas. Y aquí nadie dice nada.

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Han asaltado la Justicia para ponerla al servicio de la causa totalitaria. Y aquí nadie dice.

Han puesto cerco a la Jefatura del Estado –no sé si con la condescendencia de Felipe VI–, utilizando al rey para sus turbios propósitos. Y aquí nadie dice nada. Ni siquiera los monárquicos o la aristocracia, ante el indecente espectáculo de ver al Jefe del Estado humillado por ególatras, traidores e indigentes morales, en Cataluña o en cualquier otra parte, foro de discusión, etc.

Han atacado a la Educación y la han puesto al servicio del adoctrinamiento borreguil, fomentando el odio a lo católico, a la Historia, a España y edulcorando los crímenes de terroristas o las fábulas chinchorreras de “naciones” vasca o catalana, que jamás han existido más que en las filfas de sus procreadores. Y aquí nadie dice nada.

Han asaltado el Congreso, decretando un “estado de alarma” para no tener que dar explicaciones a los españoles, sobre sus intenciones. Y aquí nadie dice nada.

Han dado en definitiva, un golpe de Estado. Y aquí nadie, ni siquiera una oposición que sólo sirve para poner la vaselina en las posaderas de los incautos, dice nada.

Visto lo visto, de los políticos nada se puede, ni se debe esperar.

Pero es que el pueblo español ha olvidado sus arrebatos de grandeza, que marcan la diferencia entre un esclavo y un hombre libre que lleva su cabeza bien alta: Numancia.

O más cercana el tiempo: el 2 de Mayo de 1808.

El pueblo español no dice nada. Calla y otorga.

Eso sí: cada cuatro años rendirá pleitesía al vellocino de oro, en forma de urna en donde depositar el voto a un partido –el que sea– viciado por la corrupción, la traición y la mentira.

España así, ha firmado su sentencia de muerte y tiene sus días contados. Eso sí: todo, muy democrática.

Español: sigue tu camino solo. Tu Patria ha muerto y tú no te has enterado.

Tú no has dicho nada.

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REDACCIÓN