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Podría parafrasear el título de estas líneas diciendo aquello «de victoria en victoria hasta la derrota final». A muchos se les llenó la boca con aquello de una transición ejemplar y ejemplo para todo el mundo. Y visto lo ocurrido en España, yo me pregunto: una transición ejemplar, ¿a dónde?, ¿para qué?, ¿para ver a nietos de camisas azules que quieren ser el centro de no se sabe qué pasarse con armas y bagajes al progresismo de cartón piedra, renegando y abjurando de los valores de la tradición?
Ya he dicho en ocasiones anteriores que la llamada «Transición» fue una gran mentira. Fue una gran mentira porque la transición la propició Franco nombrando sucesor a título de Rey a Juan Carlos, porque el Psoe, cuarenta y cinco años en el armario, recreado por los servicios secretos de Franco y la socialdemocracia alemana para neutralizar al Partido Comunista, resucitó a su rebufo.
Los franquistas de última hora, junto con democristianos y una ensalada de advenedizos se erigieron en los paladines de esta transición que poco duraron en el poder a causa de sus luchas intestinas, para ser abducidos por una izquierda Gonzalista, que perpetró reformas que abrieron el camino a dónde hoy nos hallamos.
A continuación, Fraga acaudilló lo que quedó de una derecha al pairo, Aznar, desgastado González por sus contradicciones y corrupciones, dicen que la centró y Rajoy, luego de siete años de Zapaterismo, la prostituyó. Y en éstas estamos.
Este último, se permitió el lujo y la desfachatez de decir en el Congreso del PP de Valencia que los liberales y los conservadores se fuesen a sus respectivas casas ideológicas, para quedarse una camarilla amalgamada en un llamado centrismo que nadie sabe en que consiste, ni cuál es su sustancia, que sólo puede definirse como de una melifluez ideológica apabullante.
Pero no fue sólo Rajoy, sino también sus antecesores los que desde el inicio de esa gran mentira de la Santa Transición, cedieron y cedieron para gobernar ante unos nacionalismos catetos y aldeanos todo tipo de competencias sin ton ni son y se plegaron a la ingeniería y la nomenclatura cultural de todo pelaje de izquierdas, cayendo en la trampa de un falso progresismo y los engaños mediáticos propiciados por la llamada escuela de Frankfurt.
Aznar, de tanto hablar catalán en la intimidad -no se con qué íntima o íntimo sería- le dejó hacer y deshacer al corrupto Pujol que ya por entonces se dedicaba a afanar y montar su paciente independentismo de hoy, adoctrinando con la escuela, las universidades, los periódicos y las televisiones a los niños y adultos catalanes. Al PNV, al igual que la CiU, los regó de competencias y dinero, dejándonos en herencia al mefistofélico e inútil Rajoy.
Rajoy heredó la mugre ideológica de Zapatero sin mover un músculo y se la tragó enterita, cuando prometió a la parroquia que nada más llegar derogaría la bazofia de género, la de revanchismo histórico y un sin fin de basura más. Este melifluo gestor de pacotilla se bajó los calzones frente a secesionistas catalanes y vascos, teniendo que abandonar el poder mediante una vergonzante moción de censura, convertido en el bolso femenino de su segunda e intrigante rasputina, mientras ahogaba la pena con su guardia pretoriana en la taberna.
Lo de Zapatero es casi pecata minuta comparado con lo que está deshaciendo este psicópata con la ralea de extremo-izquierdistas, secesionistas y los cachorros de los asesinos terroristas de no ha tanto antaño. Todo lo que hace este ignorante, lo hace conscientemente. No entiendo hasta cuando se le seguirá otorgando la bula de obrar con incompetencia, que sí, pero también y sobre todo, con el afán de destrozar nuestras vidas, la economía, la Constitución, la Monarquía y explosionar todas las instituciones, incluidos los jueces, para ocuparlas ellos y sus socios. Están a punto de lograrlo y será el fin de la Nación española.
Mientras tanto, el actual presidente del PP que volvió, como Rajoy, a traicionar a los ingenuos que le auparon al poder, escenificó esta misma semana en su réplica al candidato Abascal el divorcio con sus ex-colegas por una amalgama de razones: por la soberbia de creer que nadie puede hacer sombra a un PP todavía gobernado por la vieja guardia rajoyiana, por la envidia al ver que el nuevo partido le está comiendo, comicio a comicio, la merienda en número de votos, por querer patrimonializar el derecho a ser quien decida si se debe presentar, o no, una moción de censura que Abascal le brindó a que presentara él y por tragarse el mensaje que le adoctrinaron sus Cayo-Brutos de que las elecciones se ganan sólo desde el centro en un contexto de bipartidismo que pasó a la historia. No le importó votar con los enemigos de España y declarar como su enemigo a Vox y Abascal.
Pero, siendo esto así y por si quedaban dudas y sin venir a cuento, confirmó el divorcio mediante un ignominioso, rastrero y barriobajero ataque personal a quien se dice que eran amigos. Por el contrario, el candidato no cayó en la trampa y se distanció, garantizando a los españoles donde tenían pactos que éstos no se romperían. Casado, en vez de arremeter contra Sánchez y el Moños, arremetió contra el compañero granjeándose los halagos viperinos, abochornantes de un antisistema y la ágrafa portavoz del Psoe. Sin ser consciente, Casado convirtió a Abascal, su declarado nuevo enemigo en victima. No se si la nueva profesión de fe y de facto en el centrismo le llevará algún día a la Moncloa, pero lo que es seguro es que le ha arrimado un montonazo de votos a Vox.
Casado confirmó también que quiere seguir acomodado en un PP, manejado por una élite que años ha se tragaron toda la bazofia cultural y vital izquierdista tal que lo del género, las memorias históricas, globalismo, etc. Su apuesta por el centro es una apuesta por la vacuidad, la nada, la equidistancia, la tibieza, los antivalores y los tópicos, en definitiva por una adoración sumisa hacia la falsaria cultureta de la izquierda. Casado podía haber justificado su «no» y disentir de Vox con argumentos y no con el odio y la inquina que destiló, alineándose con los que se autodenominan antifascistas, asumiendo de hecho la etiqueta de extrema derecha para con Vox. Miserable y deleznable.
Para este viaje no hacían falta estas alforjas. Para acabar en el Congreso y en la calle un derrotado frente popular hace ochenta y cuatro años, no hacía falta tanta transición ejemplar, que se ha demostrado ser un gran engaño. ¿Acaso se creían los políticos de la derecha y otros que se autodenominan de centro-derecha para que no les llamen «fachitas», que las izquierdas y los falsos nacionalistas se iban a contentar con el abrazo de Fraga y Carrillo, o el referéndum del 76, o la amnistías que hubo, o la nueva Constitución, o las autonomías? Una de dos: o ingenuos o cómplices. Cada vez más, parece que lo segundo.
Pero no nos engañemos, las izquierdas también han sido abducidas para ser un mero instrumento de -¡oh paradoja!- por media docena de especuladores financieros globalistas que buscan diezmar la población, anular el libre albedrío, convertir a los ciudadanos en esclavos robotizados e idiotizados y ya no funciona la dualidad derecha vs izquierda. Hoy el dilema es soberanismo de las naciones vs globalismo.
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