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Y dicen que no existen los milagros*

Jesús contestó: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Desde ya ustedes lo conocen y lo han visto.»

Juan 14, 6-7

La pretensión de que la ciencia empírica sea la única fuente de conocimiento humano no es per se científica

William Lane Craig 

 

Me mandan por correo electrónico la siguiente noticia, de la que no tenía ni idea. En estos días, está de actualidad un caso semejante al caso del que nos ocuparemos en este escrito: el de actualidad es el del joven italiano Carlo Acutis, recientemente beatificado por el papa Francisco (10 de octubre de 2020). Este sí que ha llamado mi atención: testimonio ejemplar de seguimiento de Cristo y de su Iglesia el del joven beato italiano, fallecido con apenas 15 años.

En estos días en que he empezado a escuchar en Youtube un vídeo del filósofo argentino de origen rumano Tomás Abraham Spitzer sobre el genial y fulgurante Antonín Artaud (1896/1948: escritor, actor, poeta, uno de los más celebrados teóricos del teatro en los tiempos modernos), en el que el magistral divulgador argentino dedica palabras elogiosas a los tres hermanos Panero (a Leopoldo María lo tuvimos durante lustros entre nosotros, en Gran Canaria), me entero de la noticia que enseguida detalleremos.

Reparo en la noticia de marras. Y a la vez considero las magistrales clases de Filosofía impartidas por el escritor y profesor argentino Tomás Abraham Spitzer. Valoro lo suyo las clases del filósofo argentino mientras repaso algunas de las entrevistas que he escuchado recientemente en un canal de Youtube no caprichosamente o por mero azar llamado Razón o fe. Para sus fomentadores e intervinientes (todos ateos, agnósticos, librepensadores, escépticos, descreídos, materialistas, cientifistas…), la conjunción disyuntiva no es «inocente»: la razón excluye la fe, porque la razón es contraria a la fe, teorizan todos ellos y ellas.

Reparo en los elogios del filósofo Tomás Abraham a un poeta como Leopoldo María Panero, totalmente esquizofrénico, nihilista, blasfemo, maldito, ateo absoluto. Poeta genial e irreptible, afirman no pocos, hasta una vez lo invitaron a una lectura de sus versos, cómo no, en un foro jesuítico (hiperprogresista, of course). Y allá que se fue Leopoldo María -que Dios haya perdonado y acogido en su gloria-, a decir sus versos y a echar pestes del cristianismo y de la Iglesia, en tanto a otros autores locales empeñados en escribir también poesía como católicos, siempre han mantenido en la puerta del culo (lo siento, no puedo evitar esta grosería, de tanta impotencia acumulada), en ese tan jesuítico -que no ignaciano- foro. Comoquiera que sea, quien estas líneas escribe ha sido destetado en estas dos certezas: «Todo pensamiento no decapitado desemboca en la trascendencia». Y en una intuición que algunos de los autores de la llamada Escuela de Frankfurt (no perdamos de vista que, a fin de cuentas, escuela formada por pensadores hijos del marxismo) comenzaron a percibir. A saber: solo una justicia metafísica impartida por el Ser Supremo (más allá de esta terrenal existencia) podría salvar del absurdo y final destino de la sola muerte a las víctimas de la historia.

O dicho con otras palabras: si no hay Dios irán al pudridero, exactamente con la misma clase de suerte y de destino, la víctima inocente y su verdugo criminal y hasta genocida. Pero entonces, ¿este solo, no más, es el sentido que depara a la especie humana su paso por este mundo? De manera que pertrechado de estas dos certezas, me encuentro con un autor que niega la validez de los milagros según los entiende la Iglesia católica, y también la Iglesia ortodoxa y algunas otras comunidades cristianas que no son propiamente la Iglesia porque rompieron con la sucesión apostólica (la Comunión Anglicana, por ejemplo). También filósofo argentino, agnóstico-ateo, en la estela del marxismo, profesor-divulgador magistral de la filosofía y de contenidos literarios anexos, en efecto Darío Sztajnszrajber sostiene en una de sus muchas charlas, conferencias, clases magistrales y entrevistas subidas a su canal de Youtube (Facultad Libre), que los milagros son tramposos, porque presuponen la disposición del creyente para que, a través del milagro -que siempre tiene o tendrá una explicación científica-, acabe aceptando todo el corpus doctrinal de la fe de la Iglesia. 

Como si para el estupendo Darío Sztajnszrajber los milagros no probasen la fe sino al revés: sería la fe previa del fiel creyente la que predispondría a creer en un fenómeno que, o bien la ciencia explica o podría explicar a su debido tiempo.

Entonces he considerado la formación científica de un exateo como el profesor boliviano, conferenciante, escritor, divulgador y apologeta de la fe católica Ricardo Castañón, converso a Cristo y a su Iglesia, Dr. en Psicología e investigador de prestigio mundial en los llamados milagros eucarísticos. De manera que con estas rumias y meditaciones me entero de la noticia de que estoy prometiendo ocuparme en este escrito. Antes, aun reparo en Friedrich Nietzsche: en algún lugar de su obra, este filósofo a un bigote pegado, auténtico deicida,  se permite despreciar el testimonio de los mártires de la Iglesia, de los primeros siglos del cristianismo. ¿En su Genealogía de la moral? Tal vez. De modo que ahora me parece entender que si fue capaz de despreciar el testimonio de vida de los mártires cristianos, ¿cómo no iba a despreciar a mi admirado Sócrates, toda vez que Sócrates y los cristianos son fieles de una moral de esclavos, de resentidos con la vida?

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Según Nietzsche, claro. Como si este filósofo, sin duda genial, hubiese entendido las Bienaventuranzas al revés. Y así las cosas, o entre tanto, por fin le llega el turno a nuestro protagonista niño. ¿Qué pensarían de un caso como este clásicos del ateísmo contemporáneo como Ludwig Feuerbach, Augusto Comte, Sigmund Freud, Bertrand Russell, Cioran…? Ante la imposibilidad manifiesta de encontrar respuesta a esta pregunta retórica (a este deseo imposible), confío al menos en conocer -y pronto- la respuesta que dan a un caso como este algunos de los que se consideran herederos del pensamiento contemporáneo de los clásicos citados.

Así que veamos el mensaje que he recibido:

 

Manuel Foderà fue un niño italiano que, con solo 9 años, dejó la vida terrena para alcanzar la celeste, por causa de un tumor muy grave que lo afligía. Un niño alegre, sociable, bromista, como él mismo se definía, que estaba convencido de tener una gran misión que cumplir en nombre de Dios: dar a conocer y amar a su gran amigo Jesús.

Cuenta el sacerdote Ignazio Vazzana, quien lo visitaba asiduamente en el hospital de Palermo, que el pequeño muchas veces no lograba entender las cosas que Jesús le revelaba.

Por ejemplo, un día le preguntó: “¿Por qué Jesús me dice siempre esta frase: tu corazón no es tuyo, es mío, y yo vivo en ti? No entiendo qué quiere decirme”.

Padre Ignazio se dio cuenta, reflexionando después, de que aquellas palabras reflejaban la frase de san Pablo en Gálatas 2,20: “…y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.

 

Manuel decía que Jesús le había donado el sufrimiento, y que era necesario, porque tenían que salvar el mundo juntos, y que Jesús lo había proclamado “guerrero de la Luz”

Padre Ignazio recuerda con mucha conmoción ver a Manuel con un gran sentimiento de pecado cuando iba a confesarse, y era tan grande, que a veces estallaba en lágrimas durante la confesión misma.

 

También recuerda que tenía una gran devoción por la Sagrada Eucaristía. Cada vez que la recibía se cubría su rostro y permanecía así por casi 20 minutos en absoluto silencio.

 

Este era el momento culminante de la Comunión, porque entraba en diálogo de manera espontánea con Jesús, como dos amigos íntimos.

 

El sacerdote le preguntaba si veía directamente a Jesús, a lo que respondía que no lo veía físicamente, pero sentía su voz en su corazón.

 

Don Ignazio fue su guía espiritual los dos últimos años de vida del niño, y nos cuenta que “Manuel siempre luchó como un verdadero guerrero, a imitación de Cristo, hasta entregar su vida por la salvación y la conversión de todos».

 

«Aún recuerdo muy vivamente la gran capacidad de soportar el dolor que tenía, solo por amor a Jesús. La madre me llamó en diversas ocasiones para que intentara convencer a Manuel de que se tomara, por lo menos, el Paracetamol y así aliviar los grandes dolores que tenía. Él me respondía que quería esperar un poco más antes de tomárselo, porque Jesús necesitaba su sufrimiento en ese día para salvar las almas».

 

«Hacia el final, después de una gammagrafía, los médicos se dieron cuenta de que tenía dos masas tumorales en la cabeza. Sin saberlo, Manuel nos reveló que Jesús le había hecho un gran regalo. En esos días Manuel tenía dolores de cabeza muy fuertes y no sabía realmente qué tenía».

 

«Un día, tras recibir la Comunión estalla en llanto y confía a su madre, y después a mí, lo que Jesús le había dicho. Nosotros le habíamos preguntado qué le pasaba, puesto que lloraba, y él nos dijo que Jesús le había hecho un regalo especial y al ser feliz lloraba por esto: Jesús le había entregado dos espinas de su corona y ahora las tenía en su cabeza. Yo me quedé estupefacto ante sus palabras, porque humanamente esto es inexplicable. Hubo una coincidencia perfecta en los hechos: dos masas tumorales y las dos espinas de la corona de Jesús, como don, en su cabeza”.

 

Dos meses antes de morir, en una noche de terrible sufrimiento, le dijo a su madre Enza: «Eres mi único testigo verdadero. Tendrás que escribir muchos libros sobre mí para que todos puedan conocer mi historia”.

 

No fue fácil para ella mantener su promesa, por tanto dolor después de la partida de su hijo, pero al final ganó el amor, el mismo que mantuvo unidos día y noche a madre e hijo, desde el momento de la concepción hasta su renacimiento en el Cielo.

 

El 20 de julio de 2010 Manuel subió a los Cielos y del diario que escribió Enza durante la larga agonía nace la conmovedora biografía 

 

Un libro con muchas enseñanzas de este pequeño amigo de Jesús que, como dijo Don Pierino Fragnelli, obispo de Trapani: «Desde su cama, tanto en el hospital como en casa, Manuel nos ha enseñado la lección de la confianza en la vida que no muere».

 

 

Es imposible, al menos para mí, no experimentar una honda conmoción del alma ante una historia como esta: se te remueven las fibras más recónditas y hondas de tu ser. Pero uno tiene como que sobreponerse y hacer de abogado del diablo. Y entonces reparar en las críticas y reservas que pondrían a un caso como el de este niño italiano los ateos, agnósticos, materialistas, descreídos, cientifistas, racionalistas, librepensadores e, incluso, no pocos seguidores de las religiones falsas -que son todas, salvo la cristiana, que es la única verdadera, la única que procede del Dios Uno y Trino-.

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Ergo, se me ocurren varios acercamientos al caso. El primero lo enuncio pero advirtiendo que para mí queda descartado. A saber: esta noticia sería un burdo montaje de algunos católicos interesados en vender la burra de la fe de la Iglesia, usando el anzuelo de la historia de este niñito, sin duda emotiva y capaz por ende de conmover a incautos. El segundo acercamiento es o supone una pregunta a los psiquiatras, a los psicólogos (a los tenidos por especialistas en la psique humana). Esto es: desde las ciencias que estudian la mente humana ¿es posible una interpretación de la desconcertante entereza de ánimo de este niño, quien, aun siendo tan niño, debía sentirse y saberse mortalmente enfermo? El tercero espetaría directamente la pregunta a los ateos, agnósticos, incrédulos, escépticos, racionalistas, cientifistas, materialistas y resto de negadores del cristianismo. Y sería esta, obvio es: desde el solo auxilio de la razón humana, concebida como única fuente de acceso al conocimiento, ¿cómo cabe entender un caso como este?

 

El cuarto (en párrafo aparte) proclama el estado actual de mi fe en Cristo y en su Iglesia (don de Dios totalmente inmerecido). A saber: solo admitiendo la posibilidad, que está más allá de la sola ciencia empírica o experimental, de una honda experiencia de Dios vivida por el niño Manuel Foderà, es posible entender un caso como este suyo. 

 

En efecto: nacido el niñito italiano a la vida eterna un 20 de Julio de 2010, solo un pensamiento no decapitado, esto es, abierto a la trascendencia, experiencia de la fe vivida como gracia que viene del Espíritu de Dios, nos permitiera entender un caso como el del Manuel Foderà.

 

Y no solo entenderlo, sino que también debe permitir a sus familiares e íntimos asumirlo, luego del sufrimiento que pareciera insuperablemente desgarrador por la súbita pérdida de un ser tan inocente. Esto es: solo desde la perspectiva de la fe, esperanza y caridad en la eternidad beatífica junto al Dios Uno y Trino cabe ir encajando un sufrimiento tan desgarrador como el que debe ocasionar la muerte de un hijo, hermano, nieto, sobrino, primo o amigo de tan solo 9 años.

 

O Dios o el absurdo.

 

[*] Mi propio título con que llamo este escrito no termina de convencerme, toda vez que presenta un matiz sémico (una connotación)  que bien pudiera dar a entender que pretendo ironizar con las opiniones de quienes niegan el pan y la sal a los milagros según los entiende la Iglesia universal. No pretendo tal cosa y sí más bien mostrar el estado actual de mi fe católica, en general y en este particular que nos ocupa en concreto. Por ende, creo en los milagros, por más que creo en ellos desde la comprensión de que, en efecto, sin fe previa se me figura como harto improbable el que los solos milagros te lleven a la fe, pues los milagros  nunca son en verdad incontestables. Incontestable es el milagro de Calanda, sin duda (Aragón, España), acontecido en el siglo XVII. Es este: a un joven de 23 años, mendigo y con una pierna amputada cuando tenía 19 años por causa de un accidente trabajando en labores del campo (la rueda de un carro le aplastó y destrozó su pierna derecha, que hubo de ser amputada), entre las 22 y las 23 horas de la noche del jueves 29 de marzo de 1640 le crece la pierna amputada. Vamos, que la mismísima Virgen del Pilar le restaura la pierna amputada. Testigos del suceso prodigioso atestiguan que la pierna crecida al joven Miguel Juan Pellicer es ciertamente la misma, es su pierna amputada, toda vez que la nueva que le ha crecido presenta el grano y las cicatrices que presentaba la pierna amputada. Este milagro se extiende como la pólvora (por toda España, llega a Italia, al sur de Francia, por toda Europa), al parecer con incontestable base argumental, con las pruebas pertinentes y de rigor de informes médicos, etcétera. Muy devoto de la Virgen del Pilar el joven Miguel Juan Pellicer, este milagro que le acontece sí que es una excepción que parece incontestable a las leyes de la naturaleza. Solo que, dándolo por cierto que esta es otra, pues siempre habrá quien dude del mismo-, lo también cierto es que en la historia de la Iglesia universal no hay registro documental de un milagro igual. Sabido es que la Iglesia postula que todos los milagros aprobados por ella son per se una excepción a las leyes de la naturaleza. Aun así, muchos se niegan a creer en los milagros, de igual manera que eminentes hombres y mujeres de las ciencias, el arte, la literatura y el pensamiento se han reencontrado con la fe católica que tenían perdida, o como dormida, aletargada, tras la experiencia de entrar en contacto personal con el misterio de los milagros. 

Autor

REDACCIÓN