22/11/2024 13:57
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Algunos me han llegado a decir que esta invasión del idioma inglés es un hecho más del imperialismo yanqui, perfectamente orquestado desde hace mucho tiempo. Acaso desde que el francés perdió totalmente su hegemonía como lengua de comunicación internacional y –entonces– también de la cultura.

No me atrevo a asegurar que eso sea del todo cierto, pero constato la general obsesión por rotular o titular todo en inglés, independientemente de que sea mal o poco.

Ese socorrido inglés roto, muy básico y la casi sandez de ver cientos y cientos de rótulos en esa lengua. Vemos encima de la entrada de un comercio, muy grande, “Socks” y debajo, ladeado y chiquito, “tienda de calcetines”. ¿Escribir calcetines está mal?

Una tienda y café, bajo el nombre “La Pereda” aclara “coffee and bakery”. O sea: café y pastelería (panadería en otro contexto). Como si decir pastelería o el antiguo y refinado “buñolería” no fuese conveniente.

Los tontitos y tontitas en lugar de exclamar “qué atractivo” o el clásico “qué bizarro”, prefieren el muy vulgar (en EEUU) “cool”.

Piensan quizá, que “cool” es una expresión más refinada.

O como he visto en un periódico regional de Cantabria, el día 28 de marzo de 2022: “El coronel XXXXXX, presenta el “Santander Four Days”…” Como si esos “cuatro días” fueran más garbosos y gentiles si se presentan en inglés. Y encima anunciados por un coronel, nada menos, no de los ejércitos británico o estadounidense, sino de las Fuerzas Armadas Españolas. Hay que ver, qué lejos y qué olvidados quedan los tiempos y las gestas, la actitud, porte y conducta de Julián Romero, de Gravina o de Blas de Lezo, por nombrar a unos pocos ejemplos.

Los modelos podrían multiplicarse literalmente “ad nauseam”, porque la rotulación y decir cositas en inglés llega a ser agobiante y desde luego, muestra una falta total de criterio, de estilo y de cultura. Pero eso es el pan yerto de nuestro hoy vulgar.

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Si el ir vestidos de pobre habla mucho de la situación actual de nuestro mundo, la obsesión plebeya por el inglés, la redundancia de poner innecesarios nombres en esa lengua, habla también de cómo somos y qué mal vamos.

Hablar inglés es estupendo (y otras lenguas, igual de bueno) pero no nos va la vida en ello. La mayoría cree –por una cursilería vieja– que rotular en inglés es elegante. Y quizá lo pudo ser cuando era un toque distintivo. Pero hoy es lo que hacen casi todos sin pensarlo. Hablar idiomas es bueno, aunque quienes los saben de verdad no los mezclan con el español.

Pongamos como ejemplo a Unamuno cuando le recriminaban pronunciar en español los nombres ingleses –a mí también me lo corrigen y reprenden cuando lo hago– y se burlaban de que no sabía y el rector salmantino –al notarlo– continuó en inglés el resto de su conferencia.

Exagerado todo, pero viene al caso. Se cree que decir modismos en inglés o poner nombres en esa lengua, nos vuelve modernos y singulares.

Personalmente lo dudo, pero pongamos por caso que fue así, hace mucho tiempo. Hoy por el contrario, todo ese abuso del inglés se antoja vulgar y adocenado. Cunde entre un público –somos así ahora– sin capacidad de pensar, sin ideas, sin distingos, sin crítica ni autocrítica y que se copia en el de al lado (como la ropa) sin personalidad ninguna. “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”. Vuelve a ser pertinente en modas, en costumbres y hasta en romos hábitos lingüísticos.

Reconozco que nunca he sido anglófilo. Y menos aún, ferviente admirador de los Estados Unidos, cuyo pueblo siempre y salvando muy honrosas excepciones, me ha parecido –y me parece– conformado por personas que en vez de cerebro, no tienen más que una hamburguesa. Cuanto más grasienta, mejor.

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Quien dice “cool” o se sienta en una “bakery” no sabe de G. K. Chesterton (es un decir) ni menos aún del cenáculo literario “Inklings” al que pertenecía Tolkien o C. S. Lewis, entre otros. Antes los anglófilos eran a su vez –muchos incluso sin saberlo– masones o filo masones. Hoy me temo que no son más que retrógrados y vulgares pedantes. 

En medio de la moda del inglés y del agobio de títulos y rótulos ingleses, no es difícil percatarse de que muchos apenas farfullan esa lengua. Pocos podrán traducir muchos de los rótulos comerciales. Entran a estos establecimientos porque les suena. ¡Oh, es tan moderno!

Supongo que este exceso romperá por algún lado, a no ser que a nuestros tantos necios compatriotas les dé por hablar degradado “spanglish”.

Sí, señor director: esta breve observación nos muestra que los españoles viven –vivimos– bajo cero en cultura, singularidad, personalismo y criterio. Otra vez, “todo vale”. Y la sandez parece que se ha vuelto carta pedigrí de progresía.

No recuerdo quién me dijo que Sánchez usa una gorra con las iniciales NY (New York). Habría que preguntar y preguntarle, ¿Por qué no Madrid, Salamanca o Granada o esa bella perla que tenemos en el Cantábrico, que es Castro Urdiales…?

Autor

REDACCIÓN