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Una de las manifestaciones más desquiciadas de la normalización lingüistica patrocinada por el nacionalismo vasco es la de los nombres vascos. Es común entre los nacionalistas poner a sus hijos los nombres que ellos creen más radicalmente eusquéricos. De este modo aportan su granito de arena más para hacer país.
Tomemos como ejemplo el nombre de Aitor, que tantos vascos llevan en memoria del padre de todos los vascos y que consideran el colmo de lo tradicional, de origen germano, cuando se trata de una invención salida en 1836 de la chistera de Joseph-Augustin Chaho.
Arana fue el principal artífice de esta adulteración que le llevó a inventarse los nombres de todo el santoral, del que quiso hacer una versión vasca, el Egutegui bizkaitarra. El sistema empleado por Sabino fue buscar una forma del mismo nombre en otra lengua lo más distinta posible al español. Por ejemplo construyó Kepa para sustituir a Pedro a partir del arameo Cephas. Luis quedó convertido en Koldobika, a partir de la forma germánico-latina Hlodovvich-Chlodovicus-Clovis. Y así con todos y cada uno de los nombres del santoral.
Estableció, siguiendo una peregrina teoría que Astarloa había sostenido un siglo antes, consistente en que los bebés barones lloran con la «a» y las hembras con la «e», que la terminación masculina auténtica eusquérica era en «a» y la femenina en «e». De ahí la a final en nombres como Kepa, Koldobika, Gorka o Joseba- Pero con su propio nombre hizo una excepción y lo dejó en Sabin, sin «a».
También rebautizó a varios de sus primeros discípulos, como a Angel Zabala, sucesor al frente del partido, nombrandole Aingeru hasta que, en segunda corrección, Arana se lo eliminó por excesivamente español. Le comunicó Arana en una carta:
«Tengo que darte una mala noticia: has sufrido ya en el nombre la anunciada metamorfosis: ya, en vez de Aingeru, te llamas Gotzon…»
Baroja se reía de esta fiebre de los nacionalistas por adoptar nombres que los distinguieran de los maketos:
«Nuestros nacionalistas vascos tienen, como se sabe, gran inquina al castellano y al latín, cosa extraña considerando a este último como un idioma sagrado. Ellos pueden decir en la Iglesia Santa María, ora pro nobis, pero María dicho en la calle es algo terrible para un bizkaitarra, y para librarse de tal abominación han ido a buscar en el original de este nombre en la lengua de los ropavejeros y los prestamistas, o sea, en la lengua judía, y han encontrado que es Myriam, y ahora el diminutivo de María en vasco no es Marichu, sino Mirentchu. Es una forma que se han inventado ayer, pero no importa. Es ya tradicional».
Después de las invenciones de Sabino han ido apareciendo otros muchos nombres vascos que nadie sabe de dónde han salido y de los que en numerosas publicaciones, tanto en papel como en internet, se dice que se han «conservado a lo largo de miles de años». El resultado de esta manía es que hoy circulan por Vascongadas docenas de nombres de pila pretendidamente vascos pero que de vascos no tienen nada de nada, y que han sido puestos a los niños, no por rescatar ninguna tradición vasca, sino por tratar de que se llamen del modo menos español posible.
Uno de los hallazgos más rocambolescos ha sido el llamar Pernando a quienes siempre se han llamado Fernando, pero debe ser que este nombre es insoportablemente español. Y lo mismo con Alfontso, con t intercalada. Los vascos de hoy ostentan nombres por completo ajenos a la realidad vasca y son hijos y nietos de viejos nacionalistas y gudaris que se llamaban Pedro, José, Luis, Alfonso, Antonio, Javier, Manuel. Y por supuesto tataranietos de decenas de generaciones que se llamaron desde tiempo inmemorial exactamente igual que el resto de los españoles.
Al desconocer por completo la lengua fetiche, tanto vascos como recién llegados cometen barbaridades como llamar a sus hijos Ekaitz, que significa tormenta, Lander, pobre, Adur, baba, Zigor, castigo, Aketza, verraco o Simaur, estiercol.
La creación de una nueva identidad nacional necesita diferencias palpables con lo español en los campos más diversos y este es uno de ellos. Todo esto según Jesús Lainz con quien comparto.
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