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Hay que recordar que desde el punto de vista del derecho internacional y de la política internacional dominante está claro que el derecho de libre determinación de los pueblos o de las naciones sólo tiene sentido en el contexto de un tiempo de descolonizaciones. La filosofía de las Naciones Unidas es defender el mantenimiento del status quo de los Estados existentes:

«Cualquier tentativa dirigida a destruir total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un País es incompatible con los fines y propósitos de las Naciones Unidas», R 1514(XV) de 14 de diciembre de 1960.

Se debe especificar que la sociedad internacional no se movilizó cuando comenzaron a producirse las secesiones en la antigua Unión Soviética porque se entendió que la URSS era un mapa formado por la fuerza y se reconoció que el principio de determinación de los pueblos, aunque responde a un contexto histórico muy determinado, tenía vigor para producir ese proceso de libre autodeterminación o de «liberación nacional».

Mientras haya grupos sociales que se autoidentifican como «Nación», que entienden que están forzados a vivir dentro de un determinado Estado y que consideran que el derecho a la libre determinación es un derecho fundamentalísimo que afecta a su dignidad, la violencia entre las naciones es una posibilidad que no se puede descartar. La violencia existirá mientras las exigencias de la identidad nacional y de la soberanía nacional, poder absoluto sobre un territorio, sus recursos y sus habitantes, se consideren por muchos colectivos como exigencias de su dignidad y consecuentemente están dispuestos a usar la violencia para defender o conquistar esa dignidad. Nos guste o no nos guste esta es la situación.

Desde el punto de vista moral es necesario hacerse dos preguntas según López Calera: la primera es si hay situaciones humanas, el derecho a ser una nación libre y soberana, el derecho a la autodeterminación, en las que se pueden y se deben defender o conquistar «aunque sea por la violencia» esos derechos; y la segunda sería si ser una nación implica tal clase de exigencia para la dignidad humana individual y colectiva. Hay que tener en cuenta que en la legislación española existe un procedimiento legal y pacífico para conseguir la autodeterminación, que no se ha empleado por las supuestas naciones o territorios históricos, término que no me gusta utilizar.

El hecho de que haya en España una respuesta absoluta, cual es el poner en marcha el procedimiento legal para separarse o secesionarse hace que se puedan decir cosas razonables que puedan servir, al menos, para introducir alguna dosis de racionalidad, si es que se puede decir así, en el uso de la violencia dentro de los conflictos sociales. Y no sólo me refiero a violencia física, sino a otros tipos de violencia que impiden y coartan las libertades individuales.

La violencia significa el fracaso de la razón. Por definición comporta una gran dosis de irracionalidad. Así la violencia se alimenta y funciona a partir de las pasiones y sentimientos que deberíamos dejar a un lado para resolver el conflicto de la manera más pragmática posible como dije en artículos anteriores.

En pocas palabras, hay dos tesis, para López Calera, que son evidentes: la primera es que la violencia es un hecho inevitable y la segunda es que la violencia es por irracional un hecho negativo.

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Frente a estas conclusiones pesimistas hay un lugar para la esperanza o para un realismo discretamente esperanzador. Y ese espacio para la esperanza está en apostar de manera decidida por las partes, por la razón y por la libertad, por la tolerancia y la solidaridad.

A los que apuestan por la violencia de cualquier género, habría que recordarles que tampoco la violencia es una garantía de que los problemas humanos vayan a quedar resueltos ni, desde luego, es el modo más humano de resolverlos.

En un mundo interdependiente como el que vivimos, los derechos a ser nación no justifican el uso de la violencia, si por los derechos a ser nación entendemos constituir un Estado independiente.

Autor

REDACCIÓN