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El pasado domingo 17 de abril, coincidiendo con la solemnidad del Domingo de Pascua de Resurrección, el nacionalismos vasco y su entorno celebraron su Aberri eguna (en batúa unificado: Día de la Patria, en referencia a la enteléquica patria vasca). Dicha jornada convocada milenariamente desde 1932, con el paréntesis de años que va de 1939 a 1978, se celebra principalmente en la Comunidad Autónoma Vasca, Navarra y en el País Vasco francés, en el departamento de los Pirineos Atlánticos de Francia, además de por la diáspora vasca repartida en el mundo, fue inventada por el Partido Nacionalista Vasco en 1932. Ocasionalmente, como este año –en que tan enamoriscados están para repartirse escaños, poltronas y dineros- han venido tomando parte partidos de izquierdas no vinculados a dicha ideología. Y, también este año, en que estos botarates emanados del sabinianismo, se han comparado con la pobre Ucrania, han tenido el cinismo de celebrarlo en Pamplona, respetando el sentir de la Comunidad Foral igual que Rusia respeta el sentir mayoritario de los ucranianos. Nada mejor que predicar con el ejemplo.

Hago esta presentación porque, no en vano, enseña Jaime Balmes que antes de leer una historia es muy importante leer la vida del historiador. Quien conozca la manera en que el marxismo y el nacionalismo vasco manipulan y disfrazan las verdades y juegan con la historia comprenderá que el mito creado y difundido por la propaganda peneuviana y filoetarra, así como la republicana izquierdista en torno al bombardeo de Guernica -el que el martes 26 se cumple el octogésimo quinto aniversario- sólo viene a resultar una mentirijilla en comparación con otras muchas más graves y de mayor trascendencia. Fuere como fuere, nunca está de más aclarar algunos hechos.

A las cuatro y media de la tarde del lunes 26 de abril de 1937 y durante unas tres horas, tuvo lugar uno de los episodios más famosos pero menos conocidos de la última guerra civil española: el bombardeo de Guernica por parte de 31 bombarderos y 26 cazas de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana, encuadradas las fuerzas aéreas del bando nacional. La verdad sobre esta acción bélica, que ha sido muy usada por la propaganda republicana, sigue siendo desconocida y, con frecuencia, lo que se conoce suele estar muy lejos de la realidad.

El bombardeo de Guernica, del que tanto se habla –yo me pregunto a menudo si no deberá su fama más al folklore y a la Historia del arte que a la operación militar- no fue el primero ni el último ni el más importante de los bombardeos que durante nuestra Cruzada tuvieron lugar en ambos bandos. En un reciente artículo (https://elcorreodeespana.com/politica/265320344/Zelenski-inorante-o-enemigo-de-Espana-Por-Pedro-Saez-Martinez-de-Ubago.html ) ya dejaba constancia de los aspectos militares y voy en el presente a centrarme en la no menor mendacidad en torno al dichoso Árbol.

Esta misma propaganda republicana y nacionalista ha querido divulgar un mito cuya contumacia hoy ponen de manifiesto la historia y los hechos, tanto en lo militar como en que los atacantes sólo buscaban arrasar los símbolos de la libertad vasca: la Casa de Juntas y el ancestral roble, ocultando que los bomberos de Bilbao no sólo tardaron demasiado en llegar, sino que, también se marcharon sin apagar un fuego que nadie salvo los vecinos se movilizó para extinguir.

Los árabes que llegaron a la península ya diferencian entre los pueblos cristianos y romanizados, donde se incluye a los vascones (navarros) a los que, muy probablemente estuviera sitiando el visigodo don Rodrigo durante el desembarco agareno, y las tribus bárbaras e incultas (várdulos, caristios y autrigones, correspondientes con las tres provincias Vascongadas) que hablaban de forma ininteligible y aún seguían adorando a los árboles. De que hoy persiste esa mentalidad tribal da testimonio la persona del vídeo anexo, participante en el último Aberri eguna. 

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Sobre dicho árbol, que, entre las muchas patrañas con que se adorna, se ha pretendido remontar a las crónicas árabes de los siglo VIII o IX, la documentación más antigua lo remontaría al siglo XIV, el denominado “Árbol padre”, que viviría hasta 1811; y fue sustituido en 1742 por el conocido como Árbol viejo (1742-1892) cuyo tocón hoy se expone en la Casa de Juntas, curiosamente, en el marco de un templete circular erigido en piedra en 1926, es decir, en plena Dictadura de Primo de Rivera (Septiembre de 1923 – enero de 1930).

Este segundo roble, conocido como Árbol padre, a su vez fue sustituido por un supuesto brote en 1860, ante el que jurara su cargo José Antonio Aguirre, y ha sido a su vez reemplazado por otro retoño en 2005. Bajo sus ramas juraron los fueros de Vizcaya Fernando II (1476), Isabel la Católica (1483) y, durante su regencia en la minoría de edad de Isabel II, la reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1839).

Existe un tercer árbol, un retoño plantado en 1859 y secado en 1861, al que sucedería el famoso Árbol hijo –el que fue testigo del bombardeo- que vivió desde 1861 hasta su “jubilación” [sic], por decisión del Gobierno vasco, el 20 de abril de 2004, muriendo poco después de un hongo.

A éste le sucede un cuarto árbol -que ya no es viejo, abuelo, padre, hijo ni espíritu santo- nacido en 1986, plantado en febrero de 2005, que presidiría la Casa de Juntas hasta el 14 de enero de 2015, certificándose el óbito al día siguiente por la UPV.

El árbol que hoy se entre exhibe, y casi se idolatra, es un quinto roble, nacido en el año 2000 de una bellota del Árbol hijo –hermanastro, por tanto, de polen del plantado en 2005- ubicado, a fin de que arraigara mejor, en un emplazamiento cercano, pero que no es el original. Y, si las cosas van como está previsto, será sucedido en su día por un árbol situado hoy tras el famoso templete y plantado en 1979 por Ramón Rubial.

Hay un famoso y bonito himno, escrito y estrenado en 1853, por cierto, en el café de San Luis de  la madrileña calle de la Montera, titulado Gernikako Arbola. Un zortziko de con letra de José María Iparraguirre y música del organista Juan María de Altuna y Mascarua, que, sin categoría de himno oficial de la Comunidad Autónoma Vasca, no deja de ser un popular homenaje al árbol y a los extintos fueros vascos.

Dicha canción, en su segunda y tercera estrofa dice: “Mila urte inguru da
esaten dutela /Jainkoan jarri zuela / Gernikako arbola. /Zaude bada zutikan / orain da denbora/ eroritzen bazera /arras galdu gera / Ez zera eroriko / arbola maitea / baldin portatzen bada/ Bizkaiko Juntia
” (Traducido: “La tradición nos dice/ que el árbol de Guernica/ hace más de mil años/ por Dios plantado fue/ Árbol santo: no caigas,/ que sin tu dulce sombra,/ completa, irremisible,/ nuestra perdición es./ No caerás, ¡oh roble!,/ si cumple sus deberes/ Vizcaya”). Según esto, a la luz de lo escrito por Iparraguirre y de los hechos históricos, es lamentable considerar, tanto, y por un lado, hasta qué punto ha degenerado la dinastía del matojo en cuestión, que pasa de plantada por Dios a plantada por Ramón Rubial; cuanto, y por otro lado, y a juzgar por las veces que ha caído y sido sustituido, lo mal que las Juntas de Vizcaya han debido de cumplir su función en los últimos dos siglos.

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Otras curiosidades pueden ser que, ni el Árbol hijo, ni el templete de 1926 -insisto, construido bajo la Dictadura de Primo de Rivera, por lo cual no sería muy desaforado proponer su derribo, a semejanza de otras salvajadas hechas al amparo de la Ley de Memoria Histórica- ni el edificio de la Casa de Juntas fueron dañadas en el famoso bombardeo de hoy hace 80 años

Sabemos, además, que un pelotón de soldados del Regimiento de Regulares Tetuán Nº 1 cumpliendo órdenes directas del General Emilio Mola, escoltaba y protegía al Árbol y la Casa de Juntas, desde la entrada en la población de las fuerzas del Generalísimo Franco hasta su relevo por una Compañía de Requetés al mando del capitán navarro Jaime del Burgo, que se hizo cargo de rendir honores y custodiar los símbolos forales. Estos hechos desmentirían y reducirían a otra patraña la hipótesis del ataque a la villa de Guernica y Lumo con el solo fin de arrasar los símbolos de las libertades vascas.

En contraste con este respeto y honores tributados por las tropas nacionales al Árbol de Guernica y su significado, cabe contraponer que quien si despreciaba edificio y la planta fue el bando republicano, cuyo marxista y democrático presidente Manuel Azaña calificó de “cachivaches” los símbolos que le enseñaron cuando visitó la villa.

Este contraste entre unos y otros, bien puede deberse al respeto del bando nacional por la tradición y la historia, en virtud del cual el bombardeo no obedecería al odio a los mismos símbolos que sí se odiaban en el otro bando, fiel a la creencia marxista de que la religión es el opio del pueblo, algo a lo que sucumbió el venal arribismo de un nacionalismo basado en las patrañas y mistificaciones de don Sabino, que, entonces como ahora, traiciona cualquier idea y se aferra al primer clavo ardiendo de donde crea que puede sacar ventaja, sea un plato de lentejas, treinta monedas, un estatuto de autonomía…

Y es que mucho de marxista tiene el nacionalismo vasco, pero no de Karl Marx sino de Groucho Marx, a quien un falso sentir popular atribuye la frase, aparecida, en realidad en un periódico neozelandés de 1873: “Éstos son mis principios, pero, si no le gustan, yo los cambio”.

Autor

REDACCIÓN