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Como estoy seguro que todos los que hoy no hablan de otra cosa que no sea del “espía Pegasus” (desde el Presidente al último Diputado de la montaña), quizás por el miedo que tienen todos a que puedan salir de sus móviles (sus conversaciones secretas, en las que pueden salir de todo, desde Comisiones secretas, pactos inmorales, líos de faldas y divorcios a la vista, armarios que se abren o se cierran y demás gaitas), ha cundido el pánico y no se habla de otra cosa en la prensa que del “Pegasus” de los independentistas catalanes y del Rey Sánchez y de la Margarita Robles ,, hoy me voy a permitir contarles a estos señores quién fue “Pegaso”  y algunas de sus azañas… al tiempo que les recuerdo que hubo una gran empresa española que llegó a fabricar los mejores camiones de España e incluso de Europa a los que les puso de nombre “Pegaso” y que fue esa empresa la que me encargó que le escribiera la Historia de su marca.

De aquella historia que escribí para la empresa “Pegaso”. A los 90 fue vendida a la marca italiana Iveco y desapareció como marca española. De mi trabajo de entonces, que se vio publicado por la propia empresa “Enasa”, la madre de “Pegaso” reproduzco estas páginas:

 

Aunque es verdad que «la Historia empieza en Sumer» -3.500 años a. C.- y que fue bajo el reinado de Sargón de Agadé, el Carlomagno de Mesopotamia, cuando, al parecer, comenzó realmente la «doma del caballo», como lo demuestra el proverbio grabado en una de las grandes tablillas de Nippur:

 

El caballo, después de haber

derribado a su

jinete, dijo: Si mi carga tiene

que ser siempre

como ésta, me voy a debilitar.

 

Y aunque sea verdad que las «civilizaciones más antiguas» -China, Japón, Egipto, Persia, etcétera- se propagaron a lomos del equus…, el primer caballo de esta serie tiene que ser Pegaso, el mensajero de Zeus, pues con él alcanza el bello animal la cúspide de su grandeza. O sea, el estar entre los dioses y tratar de tú a los habitantes del Olimpo. Pero ¿quién fue y qué significó Pegaso en la mitología griega? Esto es lo que vamos a ver en este capítulo.

Claro que antes tal vez convenga recordar que la mitología grecorromana (Roma asumió los dioses griegos casi en su totalidad, aunque los cambiara de nombre) se centra en torno a los doce dioses olímpicos que formaban la familia divina. Es decir: Zeus, el dios soberano y amo del cielo y la tierra; Hera, la esposa de Zeus; Poseidón, soberano del mar y protector del caballo, él fue quien regaló el primer caballo al hombre, como cuenta el poema:

 

Soberano Poseidón, de ti nos

viene esta grandeza,

los robustos caballos, los po­

tros e incluso el

reino de las Profundidades.

 

Hades, el rey del mundo subterráneo y de los muertos; Palas Atenea, diosa de la artesanía y la agricultura e inventora de la brida, que otorga al hombre el dominio del caballo; Febe, dios de la luz y la verdad; Artemisa, diosa de la caza; Afrodita, diosa del amor; Hermes, dios del comercio y mensajero de Zeus; Ares, dios de la guerra; Hefesto, dios del fuego, y Hestia, diosa del hogar y de las ciudades.

Luego estaban los «dioses menores», las «ninfas», las «musas», los «héroes» y los «protegidos de los dioses»…

Pegaso era en este mundo mitológico el «caballo de Zeus» y al decir del poeta:

 

Un corcel alado, de galope

incansable,

que como ráfaga de viento

pasa por los aires.

 

Según los esquemas de la mitología el «caballo volador» nació del chorro de sangre que brotó cuando Perseo cortó la cabeza a Medusa y gracias a él pudo libertar el héroe a Andrómeda, la hija del rey de Etiopía, que quiso disputar a las Nereidas el premio de la hermosura y fue atada a una roca para que la devorase un monstruo marino… y que después haría su esposa.

Pegaso creció y vivió sus años de potro en las laderas y los verdes prados del monte Olimpo, morada de los dioses, que estaba situado entre Tesalia y Macedonia (hoy monte Olimbos, de 2.911 metros)… y era, según las descripciones, un bellísimo ejemplar del tipo «sículo», cruce del ario y el persa, de color blanco y gran poderío. Naturalmente, estaba dotado de alas y volaba por los aires, cuando no corría «como el viento» por la tierra. De él se cuenta que lo primero que hizo tras servir a Perseo fue «echarse al monte» y galopar a lo salvaje, como después lo harían sus hermanos en libertad. En una de estas cabalgadas llegó hasta el monte Helicón, de l.748 metros y situado en la Beocia, donde de una coz hizo brotar la fuente de Hipocrene, a la que desde entonces no dejaron de acudir los poetas. Aunque también se dice que ese día Pegaso iba montado por Euterpe, la musa de la poesía lírica y de la música, y que fue ella la que le pinchó para que diera la coz creadora. Lo que produjo el enfado de Calíope, la musa de la elocuencia y la poesía épica, que le condenó a llevar sobre sus lomos los jinetes del Apocalipsis: la guerra, el hambre, la peste y la muerte.

Sin embargo, «la gran aventura» de Pegaso fue aquella que vivió por deseos de Zeus con Belerofonte, el hijo del rey Glauco de Corinto. Según la mitología, el joven príncipe se enamoró del bello animal en cuanto supo de su existencia y durante mucho tiempo anduvo desasosegado y torturado por la idea de montar el «caballo volador» de los dioses. Hasta que un día el más sabio de los adivinos de Epiro le aconsejó que fuera al templo de Palas Atenea y que durmiese una noche al pie del altar del recinto sagrado, ya que los dioses sólo solían hablar a los hombres durante el sueño. Y así sucedió, porque Belerofonte recibió un objeto maravilloso como jamás viera; se trataba de un freno de oro con el que poder dominar al corcel volador. Entonces el príncipe se fue a los prados que rodeaban la fuente de Pirene, donde solía pastar Pegaso, y tranquilamente puso la brida al noble animal…, quien a partir de ese momento, y tras unos ligeros ejercicios de doma, se convirtió en el más dócil y eficaz compañero del héroe.

Ya unidos, jinete y caballo, Belerofonte y Pegaso, realizaron tantas y tan peligrosas hazañas que hasta el rey de Argos, Proteo, quedó maravillado y no tuvo más remedio que dar a su hija en matrimonio al valeroso joven, descendiente, al parecer, del poderoso Poseidón, el soberano del mar. Y es que con Pegaso todo resultaba fácil, hasta aniquilar la Quimera, el famoso monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente.

Pero esta misma facilidad y el saberse dueño del «caballo con alas» provocaron la ruina de Belerofonte, ya que un día el príncipe quiso «Ser como Dios» y sentarse entre los inmortales del Olimpo, lo que hizo que Zeus se enfadara y le castigase de por vida a andar errante de acá para allá por senderos solitarios y con el alma destrozada. Entonces Pegaso, que por prudencia e inteligencia se había negado a llevar a su jinete hasta la morada de los dioses, pasó a las caballerizas celestiales como jefe y guía de los demás alazanes de Zeus… y quedó al servicio directo del dios soberano como portador del relámpago y el trueno.

Pegaso fue, pues, el caballo más rápido que ha existido y el símbolo de la velocidad… como lo demuestran los cantos inmortales que en su honor entonaron los poetas de todos los tiempos. Pero, además, fue también el primer medio de comunicación y transporte que se elevó por los aires… como una «ráfaga de viento». De ahí las numerosas fábulas que le atribuyeron los griegos y el lugar destacado que ocupa en la mitología y en la historia del caballo. Aunque no fuese un caballo de carne y hueso.

 

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Pues, como pueden ver poco puede compararse con el “Pegasus” espía que ocupa hoy a toda la clase política. Es increible que cuando España está al borde del abismo la casta política española esté más preocupada por el sexo del espía “Pegasus” que del precio de la luz o el costo ya casi al alcance de la Luna de la cesta de la compra. Pero así es España y así seremos siempre los españoles.

Hubo un día que Joaquin Costa, el gran pensador del siglo XIX dijo: “Aquí hace falta un hombre” (se refería claro está que aquí, en España, y para resolver los gravisimos problemas que tenía el Estado, hacía falta, imprescindible, un sargento de hierro)… a lo que el idealista de la Institucion Libre de Enseñanza, don Julian Sanz del Río, le replicó: “No, querido Joaquin, aquí lo que hace falta es un pueblo, un pueblo que lea, que quiera aprender, que quiera saber, que quiera pensar”. Naturalmente, hoy podríamos decir lo mismo, y por ello “Pegasus” es el protagonista de la prensa de hoy.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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