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En paralelo a la crisis de natalidad de los pueblos de Europa, tenemos en curso procesos de sustitución étnica y genocidio cultural; falsamente presentados como un destino inevitable cuando tienen mucho de política deliberada, de proyecto conscientemente perseguido y ligado a ideologías bien identificables. La falta de resistencia frente a estos procesos, la no-voluntad de preservar la propia civilización e identidad, deben considerarse una de las principales líneas de hundimiento del Occidente enfermo. Es lo que se puede llamar nihilismo de la identidad, esa enfermedad espiritual de una cultura que no cree ni siquiera en sí misma.
Como sabemos éste es un tema tabú en los medios y sujeto a creciente censura. Sin embargo la realidad se puede ocultar sólo hasta cierto punto; cada vez más personas están tomando conciencia de los problemas que trae consigo la inmigración masiva, pero no tantas tienen conciencia de la destrucción cultural, identitaria y de civilización que se está operando. Tampoco está claro para muchos que sólo en parte se trata de procesos espontáneos e inevitables: existen fuerzas e ideologías que la favorecen, y probablemente incluso un proyecto bien articulado con una agenda oculta.
Este proyecto tiene como pilares la pérdida de soberanía nacional, la fusión de todas las razas y los pueblos, la pérdida de la identidad cultural en favor de una humanidad-masa, donde no existirán pueblos y culturas diferentes, ni naciones. En particular forma parte de este diseño la sustitución de los pueblos europeos por inmigrantes, lo que equivale a la muerte de la cultura y la tradición de Europa.
Ahora bien, este proyecto infame, que para mí es un proyecto criminal, tiene una premisa indispensable sin la cual no sería posible: la sumisión psicológica de los europeos con un complejo de culpa inducido. Debemos detenernos un momento sobre esto. Este sentimiento de culpabilidad es, naturalmente, un fenómeno patológico y enfermizo que va mucho más allá de la autocrítica o la necesaria reflexión sobre el propio pasado.
El motivo por el que nos hemos dejado dominar por esta culpabilidad inducida es un problema que merece ser estudiado en profundidad. Un factor es sin duda la acción de propaganda de los lobbies culturales que lo han fomentado deliberadamente, que llevan decenios tocando el mismo acorde de la culpabilidad europea y lo malo que es el hombre blanco; las camarillas ideológicas del llamado marxismo cultural han ocupado la cultura y han impuesto la uniformidad de pensamiento, estableciendo siempre que han podido un sistema de represión de las ideas, que hoy está más vigente que nunca.
Pero tampoco debemos olvidar otro factor, y es que en los pueblos de origen europeo la religión cristiana, con su énfasis en los temas del pecado y de la culpa, ha favorecido una sensibilidad en este sentido y una cierta predisposición para la culpabilidad, que ha sido manipulada y utilizada en mala fe por otros.
Por expresarlo en pocas palabras, una cosa es ser buena persona y otra es dejarse pisotear la cabeza. Y lo que han hecho los envenenadores de las mentes es exactamente esto; pervertir la conciencia moral de nuestra tradición y el constante interrogarse que ésta conlleva, hasta convertirla en un sentimiento patológico de culpabilidad hacia sí mismos, la propia historia y la propia civilización, que rayan en el odio. Y no dejaré de remarcar que la autocrítica ha sido propia del mundo occidental en medida mayor que en otras tradiciones; porque si algo ha sido propio de la civilización europea es la vitalidad de pensamiento, la inquietud y el deseo de reflexionar sobre sí misma.
Es cierto que la llamada globalización, la tecnología y todos los cambios acelerados que vivimos constituyen un elemento de disolución y un desafío para las identidades culturales. Las razas, las culturas y las lenguas se han formado en un mundo distinto, pero esto no significa que deban desaparecer y muchísimo menos que sea un destino inevitable; significa sólo que se deben adaptar y vivir en este nuevo mundo.
Volviendo al proyecto mundialista de la destrucción de las fronteras y las identidades, que nos quieren presentar como un proceso inevitable y necesario, hay que precisar cómo están las cosas. Lo único que probablemente es inevitable es la globalización de la información y las comunicaciones, a eso no se le pueden poner puertas. En cambio los bienes y las personas se mueven físicamente, y por tanto se pueden controlar o impedir los flujos, tanto de personas como de mercancías. Quien diga que estamos obligados a abrir las fronteras porque es un destino inevitable nos está mintiendo, por intereses particulares o porque tiene una agenda política oculta. Y éste es el gran enemigo contra el que debemos luchar.
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