20/09/2024 17:44
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Recientemente hemos visto a Pablo Casado loar el fin de los aranceles estadounidenses a los productos agroalimentarios españoles decretado durante cuatro meses por Joe Biden. 

En un tuit que ha levantado la ira de los patriotas antiglobalistas, Casado atribuye el ‘éxito’ al Partido Popular Europeo al ser la presidenta de la Comisión europea, Ursula Von der Leyen, miembro de ese partido en la Eurocámara. Casado ha hablado de una ‘victoria contra los antiglobalistas’, lanceando de este modo a su sempiterno enemigo: Vox.

Llamados a engaño, muchos pensarán que Casado tiene razón, que el libre comercio y el globalismo nos han salvado y que el productor agrario español del aceite y el vino (principales damnificados por los aranceles aplicados por Trump como consecuencia del antiTrumpismo del PSOE-Podemos) sacará la cabeza tras la penumbra. Idea incorrecta y falaz.

Cabría recordarle a Casado que la dilapidación de la productividad agraria española y de su expansión, hasta entonces autónoma y soberana, vino a partir de 1986 cuando Felipe González desnucó el agro y la ganadería al someterlos a las limitaciones del ‘club europeo’ donde Alemania buscó imponer su superávit comercial a base del déficit del resto de socios incluido España, y lo logró.

De ser exportadores netos con superávit comercial hasta 1984 gracias al Acuerdo Preferencial Comercial de 1970 con la Comunidad Europea -gran logro de la diplomacia franquista-, España pasó a ceder toneladas de soberanía desde entonces. La ‘convergencia europea’ convirtió a nuestros agricultores en mayordomos de franceses y alemanes. Vinieron las cuotas limitativas a los lácteos o al vino junto al caramelo envenenado de las subvenciones de la Política Agraria Común que fue el “pan para hoy y hambre para mañana”. De ser potencia competidora, pasamos a ser solar subsidiado, limitado y amputado. 

El paraíso de un ‘mercado común’ de reglas libres que nos protegería frente a actores extra europeos, se esfumaría rápidamente. Alemania, deseosa de vender su tecnología a países como Sudáfrica, Egipto o Marruecos, hizo de estos países sus exportadores agrarios; Holanda le sirvió como plataforma de entrega, y a cambio el país germano impuso a sus lacayos de España la aceptación de los productos africanos, generados en condiciones de esclavitud laboral y mediante productos químicos y pesticidas prohibidos en la UE pero tolerados en los productos foráneos.

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De este modo, fueron pactados los Tratados de Libre comercio con Sudáfrica o Marruecos -entre otros-, brindados por Alemania y aceptados por PP y PSOE que desde 2016 a esta parte consignaron los Acuerdos más letales para destrozar nuestro sector citrícola y hortofrutícola a gusto de Ángela Merkel. A la irrupción masiva de los productos africanos que desbancaba a los españoles, se añadió el aumento de las cargas tributarias y burocráticas y, muy especialmente, los dictados de la Agenda 2030 que el PP firmó en 2015 y entre cuyas premisas yace el fin del diesel, el fin del consumo de carne o el auge del poder ‘ecoveganista’ que encarece y dificulta la actividad ganadera y agrícola al sabotearlas y demonizarlas.

Alemania construyó su hegemonía europea sobre el fin de nuestra soberanía monetaria y agraria; ha tumbado las ayudas de la PAC a España reduciéndoselas en 600 millones cada año para centrarlas en Francia y Holanda en detrimento español; ha tenido sumisos a PP y PSOE para aceptar el trágala, y además ha patrocinado una Agenda 2030 maliciosa con España, pero benigna con el aparato industrial alemán engrasado para una ‘transición ecológica’ autoritaria que sin embargo matará al sector primario español.

El problema del sector primario español es endémico desde la inserción española en el ‘globalismo’ en el que militan todos los partidos del Parlamento español salvo Vox; es endémico desde que abandonamos la bilateralidad de la soberanía y los Acuerdos de la etapa franquista; es endémico desde que PSOE y PP decidieron rendir nuestra flota pesquera y nuestra agricultura a las cuotas y las imposiciones, al trágala de un mercado común europeo que era y es el juguete de Alemania donde Merkel mercadea con la prosperidad de España, Italia, Grecia y Portugal para montar su superávit con su moneda: el Euro (que es el Marco alemán con otro nombre, al que nos sometimos para abandonar la peseta).

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El Partido Popular y el PSOE son culpables de vender nuestra Patria; de aceptar la inmigración masiva que Angela Merkel ha atraído para bastardizar y desequilibrar el mercado y los salarios autóctonos; de haber generado un ‘Gran reseteo’ económico ya en marcha que robara el diesel y dará al ecologismo la burocracia y las normativas ideológicas para guillotinar a los agricultores y ganaderos; de haber consignado el encarecimiento de nuestra factura energética por culpa de la obsesión en las caras e ineficientes renovables; de haber creado la maraña autonómica y política que acribilla con impuestazos a nuestros productores y familias; de tirar a la baja los sueldos agrarios importando mano de obra foránea, barata e inmigrante.

Que Pablo Casado insulte a los antiglobalistas y que loe a Joe Biden es normal porque milita en el consenso de los liberales, los socialistas, los Bilderberg y los antiPatria. Pero que se ponga la medalla de salvar nuestra agricultura es mezquino y mentiroso cuando su partido es corresponsable de la ruina actual del campo y la ganadería al haber cedido nuestra Soberanía a las oligarquías transnacionales por pura devoción a sus amos alemanes y norteamericanos y por aceptar que España dejase de ser la soberana y autoabastecida potencia que el franquismo creó como seña de su política de ambición nacional.

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Jose Miguel Pérez