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Creo que ha llegado la hora de decir la verdad, toda la verdad, de lo que pasó con la Constitución de 1978. Sí, se ha dicho, y así ha pasado a la Historia, que fue aprobada y refrendada por todo el pueblo español pero esa no es la verdad, la verdad es que MEDIA ESPAÑA no la votó o no la refrendó… y lo puedo afirmar, porque yo estaba allí, el día del Referéndum, o sea, hace hoy 42 años, como director de «El Imparcial», y el día que el Rey sancionó la Ley de Leyes con su firma en el Congreso, en la Tribuna de Prensa.
Desde entonces, se ha dicho siempre, y repito, que la Constitución fue aprobada en masa por el pueblo español, pero los datos exactos que salieron de las urnas, lo que dijeron fue que MEDIA ESPAÑA votó «sí» y otra media, «no» o no la refrendó con su abstención. Veamos los datos exactos:
CENSO: 26,5 millones
Votos «sí»: 15.782.679
Votos «no»: 1.423.184
Abstenciones: 8.589.308
Votos «en blanco»: 636.095
Votos «nulos»: 135.193
Y aclarado este asunto también considero que hay que aclarar el por qué esos millones de españoles votaron «no» y creo que quién mejor lo aclaró en su momento, justo el día anterior a la votación (el 5-12-1976) fue Don Gonzalo Fernández de la Mora, uno de los grandes pensadores del siglo XX, con estas palabras:
«No», por las » Nacionalidades»
«Pero la razón fundamental de mi «no» es que la Constitución consagra, por primera vez en nuestra historia jurídica, el principio de que España es un conjunto de «nacionalidades», o sea, de naciones diferentes. Esto es extraordinariamente grave porque la doctrina y la experiencia demuestran que cuando un grupo afirma que es una nación, es que aspira a transformarse en un Estado independiente. Si esto no fuera así, no se habría insistido tan desesperadamente en el término «nacionalidades», y se habría proclamado, simplemente, que nuestra patria se compone de diferentes regiones autónomas, pero que forman parte de esa nación única que es España.
La Constitución, al reconocer solemnemente la existencia de varias nacionalidades o naciones, nos arrastra hacia los separatismos. Esos separatismos, que se manifestaron trágicamente en el pasado, están cada día más a la vista y, en algunas provincias, ya han desencadenado un clima de odios y de guerra civil. No se puede negar la evidencia de que el proceso de desintegración de España se ha reiniciado, y la Constitución no lo frena, sino que lo acelera. Estimular la disolución de la conciencia de patria y de la unidad nacional es algo que se podrá intentar, pero sin mi voto y sin que mi voz, por modesta que sea, arrastre un solo «sí» más o menos ingenuo… «
Y respecto a la utilidad del voto negativo o positivo escribió:
La utilidad del «NO»
Una Constitución es la más universal de las leyes. Precisamente porque aspira a decirlo todo y a determinar el ordenamiento jurídico suele ser abstracta y genérica. Lo decisivo de la vida política es el modo de aplicar la Constitución. La Ley fundamental de los Estados Unidos de América es muy breve, y la de Gran Bretaña no tiene un texto constitucional propiamente dicho, sino ciertas normas y, sobre todo, unos usos. Y es evidente que en ambos países hay una gran seguridad jurídica y unos sistemas democráticos tenidos por ejemplares. Una vez aprobada la Constitución española habrá que desarrollarla quizá en decenas de leyes orgánicas. Y como la Constitución es muy ambigua cabrá deducir de ella conclusiones contradictorias. Luego, los preceptos habrán de ser interpretados y aplicados por los gobiernos. ¿Cómo irán desenvolviendo esta Constitución el poder legislativo y el ejecutivo? Lo harán de modo maximalista si se aprueba por unanimidad, pero serán mucho más prudentes si el número de españoles que no suscribe el proyecto es relativamente considerable. Si hubiera un 30 por 100 de ciudadanos que, porque se abstienen o votan negativamente, ponen de manifiesto que no ratifican la iniciativa, los puntos más discutidos de la Constitución serían desarrollados con menos radicalismo que si el porcentaje es sólo del 20 por 100. Cada «no» y cada abstención son datos valiosísimos para el ulterior funcionamiento de la Constitución.
Y digno de resaltar, porque también esto se ocultó, y se ha ocultado siempre, fue que el «Cerebro» que hizo aquel milagro de pasar de la Dictadura a la Democracia, don Torcuato Fernández Miranda (a quien los demócratas de hoy tendrían que hacerle un monumento de plata y oro), votase también que «no» en las urnas… y por las mismas razones: las «Nacionalidades». Aunque hubo otra «trampa saducea» que el autor de la Ley para la Reforma Política consiguió introducir en la Constitución: la de la Monarquía… pues él fue el «inductor» de que se incluyese en el texto constitucional, en contra de la opinión de las Izquierdas y del propio Suárez, que querían dejar ese tema fuera para un Referéndum posterior y aparte sobre la forma de Estado o en su caso introducirlo en la pregunta que se iba a hacer a los españoles para las urnas. Ellos defendían que en lugar de decir solo: «¿Aprueba el proyecto de Constitución?» se dijera «¿Aprueba el proyecto de Constitución y la Monarquía como forma del Estado español?».
–Sí —me diría aquellos días don Torcuato — hubiera sido lo lógico, pero como no teníamos seguro que los españoles votasen a favor del Referéndum si se incluía lo de la Monarquía, preferimos dejarlo al margen…
–Sí —le contesté yo— Torcuato, pero eso era «colar de rondón» la forma de Estado. O sea, traer la Monarquía una vez más sin que los españoles la trajeran y a sabiendas de que eso sería pan para hoy y hambre para mañana.
–Cierto — respondió el cerebro — pero no podíamos arriesgarnos en aquellos momentos tan difíciles y peligrosos a que los españoles rechazasen la Constitución por no decir «sí» a la Monarquía.
— Claro — le señalé con ironía—, y entonces la cuestión era, fue, que el voto, sibilinamente, lo planteasteis como un ¿qué queréis, Libertad, Democracia y futuro o Dictadura, franquismo y pasado?
— Já, já, já…!ay, amigo Merino!… conviene que leas más a Maquiavelo.
— (sí, pero el Referéndum sobre la Forma de Estado quedó pendiente y ya lo tenemos aquí)
El voto de «El Imparcial»
Y me complace, porque es una cuestión personal, reproducir lo que aquel día escribí como Director de «El Imparcial» con este título: «NI «SÍ» NI NO», NI «ABSTENCIÓN»:
«Mañana se decide. Mañana los españoles van a votar (o van a abstenerse) en el Referéndum sobre la Constitución. Sería demasiada palabra, para el caso, decir que la suerte está echada. E incluso decir que la suerte va a echarse mañana. Pensamos, por el contrario, que va a ser pasado mañana cuando comience la danza implacable de los problemas. Cuando todo lo verdaderamente sustantivo va a ponerse, de nuevo, sobre el tapete irreversible de la realidad.
Ante el hecho del Referéndum creemos poder afirmar que hemos mantenido una posición de imparcialidad, libertad e independencia. Podemos asegurar, eso sí, que tal postura no ha sido fácil. Han menudeado las presiones, fundamentalmente las presiones psicológicas, desde las que se contemplaban determinados análisis como instancias a la regresión o la involución. Y bien podemos afirmar que no hay nada de eso. Hemos tratado de funcionar sobre la estricta profesión de una fe: la de que la soberanía reside, de verdad, en el pueblo español, en la sociedad española.
Desde este principio hemos abierto nuestras páginas sin discriminación alguna. Aquí han tenido cobijo y realce palabras muy diversas. De todos son conocidas. No es hoy momento de recordarlas. Algunas de esas palabras se retrajeron, voluntariamente, tal vez por consideraciones muy respetables de disciplinas de partidos. No fuimos nosotros; en todo caso, quienes las limitamos.
Mañana, pues, van a hablar las urnas. Quede muy claro, por nuestra parte, que no nos hemos pronunciado ni por el «sí», ni por el «no», ni por la abstención. Que estas tres posturas nos parecen, en principio, igualmente dignas y patrióticas. Que no somos beligerantes ante la decisión a adoptar. Pensamos que, cada quien, debe votar en conciencia lo que crea que debe votar. Nadie debe asustarse de esa apelación a la conciencia. Nadie, tampoco, debe establecer que a un lado está su opinión, la que sea, y que al otro lado está el caos. Todos han tenido ocasiones sobradas para defender sus opciones. Las Instancias al «sí» nos han bombardeado desde la televisión y desde la mayoría de los periódicos. Las convocatorias negativas han ilustrado profusamente los ámbitos en que vive y se desenvuelve la gente humilde, el Metro, etcétera. Y las tentaciones abstencionistas acaso se han albergado, más que en ningún otro sitio, en miles y miles de corazones desencantados.
Pero habrá de todo. Habrá síes, noes y abstenciones. Con el mensaje que de todo ello se desprenda habrá que gobernar, habrá que ponerse a gobernar en seguida, sin demora, sin tregua. Sin la menor pausa. Porque tanto los síes como los noes y las abstenciones tendrán un sentido de urgencia ejecutiva que no podrá ser desconocido por nadie. Ni por los que ahora están ni por los que desean estar donde están quienes están ahora, ni por aquellos que estén, sean los mismos o dejen de serlo.
El proyecto constitucional que mañana se somete al voto del pueblo soberano tiene, evidentemente, cosas buenas que hemos resaltado. Sin ir más lejos, y es acaso lo fundamental la definición de que la soberanía nacional reside en el pueblo. Tiene cosas menos buenas, como, por ejemplo, la ambigüedad respecto a la familia. Y tiene cosas malas, como son, evidentemente la inclusión del equívoco concepto de »nacionalidades». Todo está junto, en el mismo saco, en el mismo paquete de nociones que los españoles tenemos que dilucidar. Mala cosa es la barahúnda. Pero ya están los dados sobre la mesa. Asumamos, pues, la responsabilidad que nos aduce el mañana, el exacto día de mañana y asumámosla cada quien desde su conciencia de persona libre de hombre y mujer libre. Sin coacciones. Sin miedo. Sin préstamos a trampantojos.
Y vamos a respetar, sin seriedad excesiva sin ademanes sombríos, lo que de las urnas salga. Hagamos, entre todos, entre los que voten sí y los que voten no y los que se abstengan: hagamos que triunfe la democracia. Hagamos que nuestro país no sea país maldito para las urnas. Aprendamos a exigir respeto previamente profesado. Urnas sin historia. Democracia sin soberbia. Libertad sin desdén para el otro. Vivimos en una época en que son urgentes, sobre todo, los matices y las diferencias de cualidad sin encono.
Mañana, pese a todo, pese a presiones, pese a quien pese, habrá triunfado la democracia. No nos da miedo la libertad; todo lo contrario, necesitamos respirar en su ambiente y movernos en su contexto. El aire de la libertad sólo lesiona a quienes nunca han respirado su ambiente. La libertad sólo daña a los minusválidos políticos y a los tarados mentales. Desde mañana vamos a confrontar las cosas «in situ». Vamos a contrastar programas y a oponer soluciones. Afirmamos que no tenemos miedo a la libertad. Exigimos, de igual modo, que los demás no lo tengan. Sin miedo, señores. Sin miedo y al toro. Sin miedo, Gobierno, aunque sea considerable el porcentaje de la abstención. Sin miedo, Oposición, aunque haya más «noes» de los que se prevén. Sin miedo, Majestad, a pesar de la disposición transitoria octava.
Sin miedo nadie. Tan lícito es el «sí» como el «no», como el no votar. NO pasa nada. Desde mañana, a respetar religiosamente lo que de las urnas salga. La Constitución nos va a servir para algo, sintámonos más libres, más españoles y más ciudadanos. Acabemos de una vez por todas con la disensión de nuestra civilidad. Asumamos la libertad que se dice recién nacida. Pero asumámosla sin miedo a sus límites. Porque, ¡cuidado!, la libertad, hablando en serio, no es tan fácil de ejercer como a algunos les parece.»
«Y TAMBIÉN HABLÓ EL REY DON
JUAN CARLOS I
«Y hoy, como Rey de España y símbolo de la UNIDAD y permanencia del Estado, al sancionar la Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo, TITULAR DE LA SOBERANÍA mi decidida voluntad de acatarla y servirla»… «Espero y deseo que entre todos conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el RENCOR, el ODIO y la VIOLENCIA y lograr una ESPAÑA UNIDA en sus deseos de paz y armonía
Señoras y señores Diputados,
Señoras y señores Senadores:
Como expresión de los momentos históricos que estamos viviendo, y cuando acabo de sancionar, como Rey de España, la Constitución aprobada por las Cortes y ratificada por el pueblo español, quiero que mis palabras, breves y sencillas, sean ante todo de agradecimiento hacia los miembros y grupos de estas Cámaras que han elaborado la norma fundamental por la que ha de regirse nuestra convivencia democrática.
Y para proyectar hacia el futuro este sentimiento de gratitud por la labor realizada, formulo mi más sincero deseo de que todas las fuerzas políticas vean cumplidas cuantas esperanzas han depositado en el texto constitucional, a la vez que confío en su buena voluntad para aceptar y ejercer la responsabilidad que en su aplicación les corresponde.
Mi saludo, también, al Gobierno de la Nación, a la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, a la Junta de Jefes de Estado Mayor, a las representaciones de los Altos Organismos e Instituciones del Estado, así como a las religiosas y del Cuerpo Diplomático que hoy se encuentran aquí.
En todos ellos quisiera significar el reconocimiento hacia las distintas Instituciones que, de una u otra forma, han contribuido a esta empresa colectiva que ahora culmina, y concretar el mensaje de paz y solidaridad de los españoles hacia las demás naciones de la Tierra.
Y gracias, por fin al pueblo español, verdadero artífice de la realidad patria, representado por las distintas fuerzas parlamentarias, y que ha manifestado en el referéndum su voluntad de apoyo a una Constitución que a todos debe regirnos y todos debemos acatar.
Con ella se recoge la aspiración de la Corona, de que la voluntad de nuestro pueblo quedara rotundamente expresada. Y, en consecuencia, al ser una Constitución de todos y para todos, es también la Constitución del Rey de todos los españoles.
Si ya en el mismo instante de ser proclamado como Rey señalé mi propósito de considerarme el primero de los españoles a la hora de lograr un futuro basado en una efectiva concordia nacional, hoy no puedo dejar de hacer patente mi satisfacción al comprobar como todos han sabido armonizar sus respectivos proyectos para que se hiciera posible el entendimiento básico entre los principales sectores políticos del país.
Pienso que este hecho constituye el mejor aval para que España inicie un nuevo período de grandeza.
Y hoy, como Rey de España y símbolo de la unidad y permanencia del Estado, al sancionar la Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo español, titular de la soberanía nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla.
Importante es el paso que acabamos de dar en la evolución política que entre todos estamos llevando a cabo. Importante es la aprobación de una Ley básica como la que hoy he sancionado y que constituye el marco jurídico de nuestra vida común; pero pensemos que la ruta que nos aguarda no será cómoda ni fácil, y que, al recoger el fruto de la etapa que se cierra, debemos abrigar también la ilusión de no desfallecer en nuestro empeño, el propósito de no ceder terreno al desánimo y la seguridad de mantener el pulso necesario para sortear escollos y dificultades.
Si hemos acertado en lo principal y lo decisivo, no debemos consentir que diferencias de matiz o inconvenientes momentáneos debiliten nuestra firme confianza en España y en la capacidad de los españoles de profundizar en los surcos de la libertad y recoger una abundante cosecha de justicia y de bienestar.
Porque si los españoles sin excepción sabemos sacrificar lo que sea preciso de nuestras opiniones para armonizarlas con las de otros; si acertamos a combinar el ejercicio de nuestros derechos con los derechos que a los demás corresponde ejercer; si postergamos nuestros egoísmos y personalismos a la consecución del bien común, conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el rencor, el odio y la violencia, y lograremos una España unida en sus deseos de paz y de armonía.
De acuerdo con estos propósitos, la Monarquía, que como Institución integradora debe estar por encima de discrepancias circunstanciales y de accesorias diferencias, procurará en todo momento evitarlas o conjugarlas para extraer el principio común y supremo que a todos debe impulsarnos: lograr el bien de España.
Los pueblos de España tienen planteadas grandes demandas en el orden del reconocimiento de sus propias peculiaridades, del trabajo, de la vida familiar, de la cultura y la igualdad efectiva de las oportunidades en el ejercicio cotidiano de la libertad.
A todo ello hemos de consagrar nuestros esfuerzos en el tiempo que se avecina.
Íntimamente identificados con el pueblo, siempre cerca de él, en contacto directo con sus preocupaciones y urgencias, podremos garantizar para el futuro el orden social justo a que todos aspiramos.
Al reiterar a todos mi agradecimiento y mi satisfacción, quiero terminar expresando el orgullo que siento por estar al frente de los españoles en estos tiempos decisivos en que nuestras miradas deben dirigirse al porvenir con fe, con optimismo, con decisión y valentía, con la más ilusionada de las esperanzas.
El día de mi proclamación tuve ocasión de decir que el «Rey es el primer español obligado a cumplir con su deber».
Por eso repito ahora que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidas a este honroso deber que es el servicio de mi Patria.
Palacio del Congreso, 27 de Diciembre de 1978
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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