22/11/2024 12:55
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Lawrence Olivier era actor (salvando las distancias y en terreno patrio, encontramos a Javier Cámara y Blanca Portillo), la mayoría se gana la vida como actor. Las pantallas españolas están tomadas por aspirantes que se llenan la boca con nombres de profesores y escuelas de Nueva York y Londres… pero yo siempre les veo hacer los mismos gestos y no llegar a dominar el arte de la vocalización.

No puedo pasar más de cinco segundos frente a la pantalla sin preguntarme a quién creen que engañan, y despistarme hasta con una mota de polvo. Las comedias españolas suponen un insulto a mi inteligencia; puede que por eso tengan tanto éxito en España, hora y media de mamarrachada tras mamarrachada. Demasiados dramas causan risa, y la actuación de los intérpretes que no saben dejar de interpretarse a sí mismos, resulta menos creíble que el concepto de igualdad.

Existen varias unidades del modelo actor sabeloto, oído con más frecuencia en internet y programas de televisión expandiendo su docto saber, que haciendo lo que supuestamente saben hacer. Son un exponente del modernito (término acuñado por una servidora): soberbia; soy la leche sólo porque existo. Ignorancia rampante; saqué la secundaria con un 5, que es un 2 de hace 30 años, y desde entonces no abro un libro, pero lo sé todo (no olvides cuánto retuiteo y con cuánta gente importante me he tomado fotografías). Apasionado izquierdista, sin haber leído los tres tomos de El Capital (edición de 2275 páginas). Mientras, dan a luz en hospitales privados, vuelan en primera clase, viven en mansiones, o no pagan las horas extra a sus empleados. Olé.

Julio Anguita, sólido defensor del comunismo, es un hombre exquisitamente culto, y conversador digno y pausado, poseedor de buenos modales, y respetuoso con lo divergente respecto a sí. Los actores son demasiado alegres para seguir su ejemplo: disfrutan de vivir haciendo sonar los cascabeles, con vulgaridad y la seguridad del que no sabe nada. Siempre montando escenas y dramatizando. Deben olvidar, pese al dicho, que la cámara en la vida no siempre está grabando. Carecen, estos modernitos (que no son todos los actores, obviamente), de la menor dosis de humildad o discreción, dando lecciones a cada paso, ya sea de impuestos o de política exterior, sin jamás plantearse dedicarse al oficio que supuestamente conocen y guardar sus opiniones (si las tienen) para el ámbito privado.

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Se quejan de que los millones de españoles sobre cuyo ideario escupen con desprecio y altivez cada vez que encuentran un micrófono, no quieren pagar por ver sus grabaciones. Los actores en España, al menos de pantalla (sobre las tablas es más difícil tomar el pelo), no generan suficiente público como para vivir de su trabajo, por ello pretenden que el Estado les mantenga, mediante subvenciones, para poder crear un producto que sólo interesa marginalmente. Una parte de esas ayudas son aportadas por los españoles que se niegan a ver bufonadas; es decir, se pongan como se pongan, tienen que mantener a la farándula. Viva la justicia social (término que muchos defienden con frecuencia).

Muchas izquierdistas, por supuesto actrices inclusive, se manifiestan a favor del aborto. ¿Por qué no lo hacen también en contra de que millones de mujeres en el mundo musulmán tengan dificultad para acceder a anticonceptivos? ¿O de que en tantos países mahometanos sea social o legalmente aceptado que un hombre pegue a una mujer? (se considera una forma de «educación»). Eso no se hace, porque al moro (habitante de la morería) hay que lamerle las botas. 

Autor

REDACCIÓN