20/09/2024 14:37
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Alguien de vida disoluta y propensa a la autodestrucción acelerada, dijo un día: “ahora me cuido más y he dejado los vicios. He estado enfermo, y cuando le ves las sandalias a San Pedro, hay que tener cuidado”. Este es un ejemplo más que parece el triunfo del miedo a la muerte sobre el previo desprecio a la vida. Digo que parece, porque es casi imposible que alguien cambie ciertos hábitos autodestructivos o no recaiga en ellos. En cualquier caso, sabiendo que la dama de negro nos abrazará tarde o temprano, es lógico tomarse la vida como un lugar de tránsito donde hay que vivir lo mejor posible, aún bajo el auspicio de estar caminando siempre sobre el alambre.

Soy un férreo defensor del derecho de todo ser humano a autodestruirse o cuidarse obsesivamente para retrasar todo lo posible su inevitable cita con la dama de la guadaña. Una libertad sujeta al libre albedrío, pero con una excepción tan enorme que prácticamente la anula. Dicha excepción es la denostada vida en sociedad y el ultrajado bien común. Toda acción humana que sea un efecto con consecuencias para terceras personas, ha de ser regulada, medida , vigilada y custodiada por el Estado. Sí, un ácrata como yo, cree en el Estado como vigía de la acracia. ¡Menuda paradoja! ¿O tal vez no? Veámoslo.

Dejo a un lado, aunque sin marginarlas, cuestiones religiosas y morales, y me centro en el mero estatismo. Todo hombre de bien que vive en sociedad ha de ser un estadista (y los que tengan descendencia, unos padres responsables, además). Por desgracia casi nadie lo es, bien por egoísmo, maldad o mera ignorancia. Desde que nace el hombre adquiere un vínculo ineludible con sus coetáneos y con los que le sobrevivirán, vínculo que le dota de obligaciones que han de ser soportadas y respetadas. La mayor de ellas es que su forma de vida no afecte negativamente al colectivo y tampoco su forma de muerte. Sobre la primera hay mucha legislación y jurisprudencia, y usos sociales, y dichos, y refranes, y normas no escritas… pero sobre el segundo no hay a penas nada, y lo que tenemos es sutil o dogmático. Alguien que pierde la vida es muy diferente de alguien que se gana la muerte, por eso debería estar legislado, ya que donde no llega el sentido común, ha de llegar la coacción.

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Si San Pedro pudiera alternar sus sandalias con unas botas de punta de acero, podría dar la patada a todo aquel no apto para cruzar su puerta, y devolverlo a lo mundano a que expíe sus cuitas. Pero como esto escapa de nuestra razón, mejor prevenir con acciones en vida, como son las compañías de seguros y la legislación (especialmente el establecimiento de indemnizaciones), en el apartado de velar por la seguridad económica de la sociedad y protegerla de las personas con costumbres encaminadas a la mortandad. De ahí, por ejemplo, los seguros de vida, coche, vivienda y decesos; todos orientados a que sea el fiambre quien cargue con los gastos de su vida o del fin de ella. Si es obligatorio usar casco al ir en moto, no es para evitar que el motorista se casque el melón, sino para evitar todos los ingentes gastos que eso supone al Estado, y por ende al común social. El motorista, siempre que no esté en la moto, puede romperse la almendra como mejor guste, pero ahí el porcentaje de riesgo es ínfimo y, además, escapa al control del sentido común social. El suicidio está prohibido, y no sólo por creencias religiosas, sino por ley; pero la obligación a vivir no puede ser vigilada al 100%. Cristo dijo: “mi reino no es de este mundo”, pero los humanos no podemos decir: “mi vida no es de este mundo”, porque sí que lo es, y mucho. Hay que aplicar el “quien la hace, la paga”. Podría desarrollar esto enormemente, pero no es un artículo el lugar para hacerlo, y creo que ya ha quedado clara mi exposición de ideas y puedo terminar haciendo un paralelismo con el congojavirus en Espena, y el nefasto tratamiento que le han dado tanto el desGobierno como los ciudadanos.

El paisanaje espenol es actualmente demasiado analfabeto, egoísta, cretino y psicópata como para comportarse debidamente. Hay 1.001 ejemplos sobre el contagio masivo de este virus (al igual que el de su hermano mayor, la gripe –sí, ese virus que ha desaparecido de repente –) por culpa de la nula higiene y civismo de la mayoría de habitantes de Espena (no confundir con españoles, que todavía quedamos unos pocos, pese a no tener la poción mágica de la aldea gala, por desgracia). El desGobierno espenol es doblemente culpable, pues si bien el vulgo tiene licencia para ser un montón de escombros, un Gobierno jamás puede serlo… ni por acción, omisión o negligencia. Y no voy a decir por qué éste, y los precedentes desde hace 45 años –y antes de 1936 –, tanto en los “reinos de taifas” como en el Central, lo son. Ahí están la historiografía y las hemerotecas. Y por si hacían falta, las noticias de actualidad.

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Sólo pretendo explicar que la vida del ser humano en sociedad no puede ser una carga para nadie, y su muerte, tampoco. Dejar un joven y bonito cadáver es cosa de extraviados mentales politóxicos, pero millonarios, que no suponen una carga para el común social, así que pueden suicidarse cuando y como quieran, pero en soledad. Aunque como todos sabemos que siempre pagamos justos por pecadores, ese control estatal de nuestra vida se ha vuelto expolio, y para prevenir los desmanes de unos pocos, todos hemos de contratar seguros, pagar impuestos injustos (el de sucesiones es “mi favorito”), excesivos y etc. El bien común, cuya defensa es tan loable en los parámetros que he indicado, se convierte en el lucrativo bien individual de élites y castas sempiternas e inevitables, y advenedizos de todo pelo, ya que las ficticias oposiciones a ser opresor están siempre convocadas y a ellas se presentan la mayoría de espenoles, si no de facto, de anhelo, que para el caso es lo mismo; pues ese anhelo se torna en consentimiento y complicidad tácita o expresa. Quien más y quien menos es un plutócrata en potencia… si no fíjense en el fenómeno llamado Loterías… que, por cierto, son del Estado y son un pedazo de impuesto más, JAJAJAJAJAJAJAJA… y JA.

Quería escribir un ensayo sobre la realidad sociopolítica espenola (sí, de Espena, antigua España) y no he podido. Es imposible escribir o decir algo que alguien no haya rebuznado ya.

Menos mal que soy mortal.

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REDACCIÓN