22/11/2024 00:25
Getting your Trinity Audio player ready...

El 18 de julio de 1.936 se produjo en España un Alzamiento Nacional que iba a dar un giro de 180 grados a la política social, económica, religiosa y moral de los últimos años.

La situación, entonces, era insostenible en muchos e importantes aspectos, dado el deterioro de la convivencia entre españoles, agravado progresivamente, sin posibilidades de solución pacífica, pues desde el propio poder se incitaba a la lucha y a la guerra civil para imponer la llamada “dictadura del proletariado”, siguiendo el ejemplo y las directrices de la Rusia soviética. La legalidad, simplemente, no existía; el poder se había convertido en brazo revolucionario, destructor de instituciones y personas, usurpador de haciendas y propiedades, exterminador del catolicismo, promotor del separatismo, instigador del enfrentamiento y el odio… Los cuantiosos datos constatados resultaban atroces y escalofriantes, aunque el hecho que sirvió como detonante del alzamiento lo constituyó el asesinato -con nocturnidad y alevosía- del dirigente de la oposición -Calvo Sotelo-, a manos de miembros de las Fuerzas de Orden Público, muy próximos a la dirigencia del PSOE.

Para salir al paso de aquellos que quieren enterrar la historia, incluso prohibiendo cualquier opinión que no esté en consonancia con la versión oficial impuesta, debemos aclarar, en primer lugar, lo que no fue el 18 de julio de 1.936. Desde luego no fue un pronunciamiento, al estilo de los numerosos acontecidos durante el siglo XIX, en los que un reducido grupo de políticos y militares (todos muy progresistas y liberales) se apoderaba del gobierno de la nación mediante una exhibición de fuerza, para que, en definitiva, pocas cosas cambiaran en beneficio de los españoles. Hasta ensayaron, por este procedimiento, cambios de dinastía (Saboya), de régimen (I República) o nos embarcaron en guerras civiles (carlistas), en el norte de África, sin olvidar la emancipación americana o las pérdidas de Cuba y Filipinas, culminadas con memorables desastres; eso sí, todo muy “democrático”, como la posterior llegada de la II República.

En segundo lugar, el Alzamiento pudo considerarse, inicialmente, como un golpe de Estado contra el gobierno del Frente Popular, responsable consciente y directo de la situación caótica que se vivía, en un intento de salvar la República; pero el objetivo de ambos bandos superaba -con mucho- este planteamiento coyuntural, teniendo en cuenta que estaban en juego valores sustanciales e ideas transcendentes, por las cuales muchos españoles estaban dispuestos a jugarse y entregar sus vidas. Por eso se convirtió -sobre todo- en una cruenta guerra ideológica entre dos concepciones antagónicas del hombre y la sociedad, que no sólo dividió a España, sino que hizo tomar partido al resto del mundo por uno u otro bando, no solo desde el punto de vista activo (Legión Condor, Cuerpo de Tropas Voluntarias, Viriatos portugueses, Brigadas Internacionales), sino también sentimental y, sobre todo, en el orden del pensamiento, pues la crisis global generalizada de los países europeos tras la I Guerra Mundial y la toma del poder por los soviets de 1.917, estaba precipitando cambios políticos contrapuestos de gran calado.

LEER MÁS:  I Macroestudio sobre Violencia de “Género”. Por José Riqueni

Tras el violento intento marxista de octubre del 34 contra la República (que más tarde alegarían defender), dos revoluciones se encontraban ahora frente a frente, sin disimulos ni excusas, superadoras del vituperado presente, conocedoras de las consecuencias decisivas, soñadoras de un ilusionante futuro para España, pero también dentro de un nuevo orden europeo y mundial. Por eso el choque fue duro y desgarrador, cada uno con su estilo, la “Internacional” y “A las barricadas” por un lado, el “Cara al sol” y el “Oriamendi” por otro.

Los recursos en manos del Gobierno, el 18 de julio de 1.936, eran desproporcionadamente superiores, y por ello -de alguna forma- se propició la sublevación desde Madrid para poder aplastarla sin contemplaciones e implantar un régimen soviético en España sin ningún tipo de limitación o contrapeso. Pero el Frente Popular, en su menosprecio de los rebeldes, no había considerado su raíz y base popular, su fortaleza moral, su capacidad de sacrificio, su entusiasmo sin límites y su sentido de unidad. La superación de los desacuerdos internos en favor del ideal común, resultó -en definitiva- la diferencia decisiva con los teóricos defensores de la República, desgarrados por disputas internas que superaban en ferocidad la desencadenada en las trincheras.

El triunfo nacional no fue fácil, pues en el otro lado se peleaba con similar coraje, pero sí claro, rotundo y profundo, emprendiéndose -desde los primeros combates- el ensamblaje de un nuevo Estado nacional que incorporaba a la modernidad aquellos valores hispánicos que habían hecho grande a nuestra nación, basados en la dignidad e igualdad de las personas, el bien común, la justicia social, la familia, el trabajo, la educación, la representación por cauces naturales… cohesionado todo ello por la unidad, enriquecida por la diversidad, y por la vocación de proyección exterior y colaboración internacional.

Pero ¿quiénes formaron parte del conjunto de los alzados que se afanaban en el resurgir de España mediante el esfuerzo colectivo de la forja de un nuevo Estado? La respuesta es diáfana: esa mayoría de españoles de todos los estamentos, clases y condiciones, que no se había dejado seducir por los planteamientos disolventes del marxismo, propiciado -en buena parte- por el liberalismo imperante durante más de un siglo. En definitiva, militares, falangistas, requetés, juventudes de la CEDA, republicanos, católicos, monárquicos, gentes sin adscripción política etc.

Con todos ellos, y con la mayor parte de los derrotados en la contienda, se inició la reconstrucción nacional, en una España que se enfrentaba a: un marcado subdesarrollo, la consiguiente devastación de la guerra, el intento de invasión por el valle de Arán, la acción criminal del maquis, y el cerco internacional decretado por los vencedores de la II Guerra Mundial. Se pasó hambre, frío y muchas necesidades, pero se fortaleció la voluntad colectiva, superándose todas dificultades hasta la vuelta de los embajadores extranjeros. A partir de ahí, el desarrollo en todos los órdenes, dados los fundamentos establecidos, fue como coser y cantar. La admiración desde fuera motivó que el fenómeno fuera denominado “milagro español”, y que el modelo instaurado en España se convirtiera en una atrayente referencia para numerosas naciones, sobre todo en las de origen hispánico, los países árabes, o las recientemente surgidas en el continente africano. Y es que las cotas alcanzadas, en poco tiempo, en el terreno económico, social, cultural, enseñanza, industrial, minero, de infraestructuras, vivienda, energético, tecnológico, agrícola-ganadero, pesquero, ecológico, diplomático, turístico, deportivo… provocaban sana envidia más allá de nuestras fronteras, porque la nueva riqueza tenía carácter nacional, y se había obtenido en un clima de paz y entendimiento, prescindiendo de los partidos políticos, las asociaciones de empresarios, los sindicatos de clase y las autonomías.

LEER MÁS:  ¿El peor momento para marcharse? Por Eloy R. Mirayo

Se había demostrado el auténtico valor de unas ideas y la eficacia y eficiencia de un Estado construido sobre dichos postulados. Entonces ¿por qué se liquidó el Estado del 18 de julio en cuanto falleció el caudillo de la guerra y de la paz, Francisco Franco?

Sencillamente, porque sus poderosos enemigos y principales damnificados con el doble triunfo nacional de las armas y del trabajo, Comunismo y Capitalismo Financiero, atemorizados por las repercusiones generalizadas que pudiera tener el demostrado éxito del Régimen español, decidieron aliarse para estrangularlo con una doble acción, la presión persistente desde fuera, pero también la corrosión interior que incluía la división, el terrorismo y la traición.

Cuando muere el Generalísimo, gran parte de la labor desestabilizadora se había completado, y sólo hizo falta el empujón definitivo de la Reforma política (realmente ruptura), impuesta gracias al clima desencadenado de miedo y engaño, dirigida desde el exterior y protagonizada por los herederos privilegiados del sistema, en la mayor felonía que se recuerda en la historia de España.

Pero, ante cualquier posible comparación entre el régimen del 18 de julio y el del 6 de diciembre, el pavor que invade a nuestros actuales desgobernantes es tan inconmensurable, que, en vez de dedicar sus mayores esfuerzos en conseguir la convivencia y el bienestar de los españoles (que tanta falta nos hacen), están obsesionados en extirpar y en reprimir cualquier recuerdo, relato, estudio, opinión, actuación, que no sea para condenar -sin posible réplica- el odiado “franquismo”. Y eso que han pasado casi 47 años.

A su innegable maldad, suman la ignorancia, pero no tanta como para desconocer que la verdad -tarde o temprano- prevalece, y que, cuando esto suceda, la vuelta a un sistema similar al del 18 de julio va a ser le reclamación esperanzada, entusiasta e imparable del pueblo español.

Autor

REDACCIÓN