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La sociedad española de hoy no entendería el gesto de Gonzalo Castañón. Y más aún, lo calificaría de locura premeditada, absurda, producto de una enajenación mental o de la irascible ira surgida de un calentón temporal, reñido con la prudencia y ajeno al comportamiento de cualquier persona dueña de su sano juicio. Si hoy hubiera alguien como Gonzalo Castañón, funcionario del estado y periodista, sería destituido de mala forma, ninguneado y trasladado a la profundidad de las cloacas, porque hoy está en cuestión el orgullo español. Gonzalo Castañón (1834-1870), llegó a la isla de Cuba en 1866, poco antes de comenzar el segundo los asaltos que condujeron a la independencia de la Perla del Caribe de la corona española; los restos, junto a Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam, del viejo imperio español. Los vaivenes de la historia están fuera de la perspectiva del presente. Castañón llegó a la isla como jefe de sección del Gobierno Superior de Cuba, y fue también jefe de sección del Banco Español y consejero de Instrucción Pública. Había cursado la carrera de Derecho en Oviedo y era un periodista inquieto, fundador de algunos periódicos, especialmente, La Tradición, de corte conservador. Cuando apenas llevaba un año en la isla, fundó La Voz de Cuba, desde cuyas páginas defendió la posición española frente al enturbiado ambiente independentista que llenaba los espacios de aquella sociedad caribeña.

La posición de Gonzalo Castañón no era ajena al sentir de muchos españoles de su tiempo, que intentaron hacer prevalecer la soberanía española ante los desafíos de la geopolítica internacional, representados por la ambición de ingleses, franceses y, naturalmente, norteamericanos. Pero sobre el tablero de ajedrez en que se había convertido el Caribe, jugó con tremenda efectividad la estrategia del coloso norteamericano que, tras la guerra de Secesión, consolidó su futuro en el crecimiento, e incluía a la isla de Cuba. Y en la cristalización de esos planes fue también importante el concurso de los cándidos independentistas, que pusieron su entusiasmo en el desarrollo de un trámite que se alejaba más de ellos cuanto más empeño ponían en conseguirlo. Ese fue el papel de Juan María Reyes que, en 1870, en Cayo Hueso, puso en marcha un proyecto periodístico titulado El Republicano, con el que defendía la independencia cubana sin darse cuenta con ello que servía de comparsa a los planes norteamericanos.

Los dos estandartes de papel, de las dos posturas encontradas sobre el futuro político de la isla que había pertenecido a España desde los tiempos del Descubrimiento, se erigieron en baluartes y sus fundadores y directores enseguida encontraron motivos para citarse en el campo de la verdad. Lanzado el pañuelo por Castañón, aceptó Reyes el desafío pero condicionado por su situación de refugiado, se excusó para no presentarse en La Habana. No tardó Gonzalo Castañón en embarcarse para Cayo Hueso, acompañado por dos amigos, y presentarse en la redacción de El Republicano, del que ya no era director Juan María Reyes. Cuentan las crónicas que Castañón preguntó por él y le dijeron que aún no había llegado. Alojado en un hotel situado enfrente de la redacción del periódico, dejó dicho a los empleados que esperaba a Reyes en el restaurante Louvre. Cuando se presentó Juan María Reyes se produjo un encuentro breve. Castañón le exigió que se retractara de lo afirmado en sus artículos contra España, a lo que Reyes se negó; Castañón lo abofeteó en público y lo citó en duelo. El duelo no llegó a celebrarse porque Reyes acudió al encuentro con Castañón desarmado, según dicen los cronistas, aunque fue acompañado por cinco matones. Algunas versiones dulcifican el carácter de Reyes y ofrecen una actitud agresiva de Castañón que no se corresponde con la realidad, y enaltecen la figura de Reyes, lo que tampoco se corresponde con la realidad. El incidente obligó a intervenir a la policía local, que llevó a Castañón ante el juez, y éste le impuso una multa de 200 dólares por escándalo.

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Cuando Castañón se retiraba a su hotel, los cinco matones, que esperaban al español, le asaltaron a tiros, siendo alcanzado por dos balas: una le hirió en el cuello, provocando una herida mortal, y otra en la ingle. Castañón aún puso sacar su revólver y disparar a uno de los matones independentistas.

Viudo, padre de dos hijos menores, había dejado una carta escrita con instrucciones, por si no volvía, a su amigo Ventura Olavarrieta a quien pedía que se hiciera cargo de sus hijos hasta entregárselos a su hermana Matilde, ya en España.

La hazaña valiente, heroica, decidida, colosal y memorable de Gonzalo Castañón, de acudir a una cita con la idea de restaurar el honor de la Patria, que él consideraba mancillado por los artículos de Juan María Reyes, se enmarca en esos actos gloriosos, cada vez más escasos, motivados por el sentido del honor, la lealtad y el patriotismo, valores en desuso para los españoles de hoy, pero la actitud debe de servir de ejemplo para mantener nuestro orgullo como españoles ante la dificultad de los tiempos, y el comportamiento traidor de quienes atacan a España y a los españoles desde los privilegiados puestos del poder, o miran para otro lado, desde los privilegiados puestos de los consejos de administración de las grandes corporaciones financieras.

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