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1948 El Caudillo de España Francisco Franco y su esposa Carmen Polo salen de la catedral de Santiago, tras realizar la ofrenda Nacional de España al Apóstol Santiago.
Nota: En este artículo, se han incluido íntegras, tanto la ofrenda del Caudillo de España Francisco Franco, al Santo Patrón Santiago, como la contestación del Cardenal Primado de España, doctor Pla y Deniel. Léanlas con detenimiento, pues son dos textos que reflejan de forma perfecta la esencia cristiana de nuestra querida España.
El domingo 25 de julio de 1948 la ciudad de Santiago de Compostela vivía una de las jornadas más esplendorosas de su historia con motivo del año Santo Jubilar, donde el Caudillo de España Francisco Franco iba a presentar la ofrenda Nacional de España a su Santo Patrón el Apóstol Santiago.
A pesar de que en 1943, último año Santo celebrado, el Generalísimo Franco había presidido la gran peregrinación de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS a Compostela, no había sido él quien realizase la invocación al Apóstol es su día grande, haciéndolo en aquella ocasión, en su nombre y representación, el Capitán General del Departamento Marítimo de El Ferrol, Almirante Francisco Moreno Fernández.
También en plena guerra de Liberación Española, en diciembre de 1938, el Caudillo se había postrado a los pies del Santo Adalid, Patrón de las Españas con motivo del año Santo Compostelano, que había tenido lugar el año anterior y que la guerra de Liberación Española, encendida en diferentes frentes, había colocado en un segundo plano. Ante la gran tragedia bélica en la que se hallaba inmersa España, el Papa Pío XI, prorrogaba por primera vez en la historia, el 18 de diciembre del año 1937, unos días antes del cierre de la Puerta Santa, el año Santo Jacobeo, a fin de mantenerlo durante todo el año de 1938. La iniciativa había salido del Arzobispo de Compostela, doctor Muñiz de Pablos, que contó con el apoyo de toda la curia española. Tal excepcional medida se justificaba en la posibilidad de que pudiesen ganar el jubileo todas aquellas personas que no habían podido hacerlo en 1937, debido a los combates de la Guerra Civil.
Era por tanto la primera vez que como Jefe de Estado y Caudillo de España, Francisco Franco iba a postrarse, para realizar la ofrenda Nacional de España, ante la imagen de su Santo Patrón el Apóstol Santiago, el amigo del Señor. Precisamente había sido Francisco Franco el que la había restablecido en plena guerra civil, en 1937, cuando en su nombre y representación- en esos momentos Franco dirigía al Ejército Nacional en la encarnizada batalla de Brunete- el general Jefe del Ejercito de Norte Fidel Dávila, presentó la ofrenda Nacional al Apóstol, reanudando así una celebración que databa de 1643, en época del Rey Felipe IV, y que la II república española había suprimido de forma oficial de 1931 a 1935, manteniendo durante esos años la tradición la Archicofradía del propio Santo Patrón.
En la noche anterior con motivo de los extraordinarios fuegos de artificio en honor al Apóstol, quemados en la plaza del Obradoiro, y que habían sido presenciados por varios ministros y otras numerosas autoridades y jerarquías desde los balcones del palacio municipal, la ciudad de Compostela fue recibiendo una riada constante de peregrinos, dando a las rúas del centro histórico, paseo de la Herradura y Alameda, una inusitada animación que duró toda la noche hasta la llegada del alba del día 25.
Desde las primeras horas, de esa mañana miliares de forasteros y compostelanos desfilaron por la catedra a cumplir con el rito de dar el abrazo la imagen del Patrón de las Españas. En todas las principales calles del casco histórico de la ciudad y por las que iba a discurrir la comitiva donde viajaba el Caudillo de España, y que se encontraban profusamente engalanadas con banderas Nacionales, gallardetes y reposteros, el bullicio del inmenso gentío fue enorme.
A las nueve de la mañana, fuerzas del Regimiento de Infantería de Zaragoza, núm.12 de guarnición en Santiago y un grupo del regimiento de Artillería número 28, al mando del coronel de Infantería señor Manso, formaron en la plaza de España. Las tropas de Infantería con Bandera y unidad de música y las de Artillería con banda de clarines y estandarte. Dichas fuerzas, junto a las de la Policía Armada y de Tráfico, cubrieron también la carrera oficial por las calles compostelanas hasta la plaza de España.
A las once de la mañana en la puerta del palacio de Rajoy, sede del ayuntamiento de Santiago, esperaban la llegada del Generalísimo Franco los ministros de Marina Almirante Regalado; del Aire Teniente General González Gallarza; de Industria y Comercio señor Suances; de Educación Nacional señor Ibáñez Martín; Capitán General de la VIII Región Militar, Teniente General Mújica; Capitán General del Departamento Marítimo de El Ferrol Almirante Moreu Figueroa; los cuatro gobernadores civiles de las cuatro provincias gallegas; presidente de la Diputación provincial de La Coruña; Presidente de la Audiencia provincial; rector de la Universidad de Santiago Luis Legaz; alcaldes de Santiago de Compostela y La Coruña, señores Sarmiento y Molina, así como otras autoridades civiles, militares y numerosas comisiones y representaciones.
En el cielo Compostelano aparecieron varias escuadrillas de aviones del Ejército del Aire, que en perfecta formación, sobrevolaron varias veces las torres de la catedral santiaguesa.
El Jefe del Estado llegó acompañado de su esposa Carmen Polo y de su hija Carmen Franco, así como por los jefes de sus casas Militar y Civil, teniente general Martin Alonso y Fuertes. El Generalísimo vestía uniforme de Capitán General del Ejército y tanto su esposa como hija lucían la clásica mantilla española.
Tras escuchar el Himno Nacional y pasar revista a la fuerza formada en la plaza, el Caudillo se dirigió al palacio municipal, mientras la batería de Artillería, emplazada en el paseo de la Herradura, disparaba las salvas de ordenanza.
En la plaza también formaban varias centurias de las Falanges Juveniles de Franco y peregrinos del S.E.U (Sindicato Español Universitario) que habían llegado a Compostela a pie desde Roncesvalles. En la puerta del ayuntamiento saludó a las autoridades que le esperaban para cumplimentarlo. De seguido, entre grandes aclamaciones y vítores del público, que llenaba por completo la gran plaza y gritos de ¡Franco! ¡Franco!, se formó la comitiva que se trasladó a la puerta principal de la catedral, donde esperaban al Jefe del Estado el obispo vicario capitular doctor Souto Vizoso, junto a los obispos de Mondoñedo-Ferrol, Tuy-Vigo, Orense, Lugo y Madrid-Alcalá, abad mitrado de Samos, presidente de la Archicofradía del Apóstol Santiago, y otros miembros de la archidiócesis compostelana.
El Caudillo y esposa penetraron en la catedral bajo palio, cuyas varas portaban miembros del capítulo cardenalicio, que lucían trajes de capellanes de honor. En la nave principal junto al Pórtico de la Gloria fueron recibidos por el cardenal Primado de España y Arzobispo Toledo doctor Pla y Deniel. Al lado del Pórtico de la Gloria figuraba el histórico gallardete de la batalla de Lepanto, que había ondeado en la nave capitana de Don Juan de Austria y que este había regalado a la Catedral compostelana hacia varios siglos.
Al llegar a la capilla mayor el Jefe del Estado y su esposa se adelantaron y arrodillados oraron durante unos minutos.
Después de orar ante la imagen pétrea del Santo Patrón de España, el Caudillo pasó a ocupar el sillón del Trono colocado al lado del Evangelio y su esposa un sitial en el presbiterio.
Poco después se organizó la procesión mitrada llamada así porque es tradición que los canónigos de la catedral compostelana porten mitra en la festividad del Santo Patrón de España. La procesión partió del Altar Mayor y recorrió las principales naves de la Catedral. Marchaban en primer lugar clarines y chirimías y a continuación el clero; Cabildo catedralicio, presidido por el deán doctor Pórtela Pazos; en el centro del cortejo, dos acólitos que portaban la copa de oro que contenía la ofrenda donada por los duques de Montpensier en el siglo XIX. Después Iban cuatro capellanes de coro que llevaban el templete argénteo sobre el cual figuraba el busto relicario de plata del Apóstol Santiago Alfeo o Santiago el Menor. Daban escolta de honor a la reliquia de Santiago los caballeros de las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, Montesa y de la Orden de Malta, entre los cuales figuraban el infante Luis de Baviera; el marqués de Santa Cruz de Rivadulla y otras personalidades.
Tras ellos el cardenal primado de España y arzobispo de Toledo con báculo; el obispo vicario capitular de la diócesis y los obispos de Tuy, Mondoñedo, Orense, Lugo y Madrid. Seguía el oferente, el Generalísimo Franco, junto a su esposa, jefes las casas Militar y civil del Jefe del Estado y demás autoridades y representaciones eclesiásticas, militares y civiles.
La procesión mitrada volvió al Altar Mayor y después comenzó la Misa de pontifical que ofició el cardenal primado de España, ayudado de dos canónigos del templo compostelano.
En el momento del ofertorio el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Francisco Franco abandonó su sitial para dirigirse al centro del Altar Mayor, desde donde realizaría la invocación de la ofrenda Nacional al Santo patrón de España Santiago Apóstol con estas palabras: “Santo Apóstol Santiago: No puede comprenderse el valor y trascendencia de vuestra obra evangelizadora si no recordásemos, aunque sea someramente, las circunstancias que presidieron vuestro indiscutible apostolado en las tierras de España.
Después de ciento dieciséis años de obstinada resistencia. Galicia había caído al fin, como el resto de España en poder del imperio romano. En el monte del Medulio de la provincia de Orense, (1) se entregaron a la muerte como luego en Numancia, los últimos restos de sus guerreros. Niños y mujeres solamente sobrevivieron a la ocupación. En los años de paz que siguieron van a realizarse el vaticinio de los profetas y a cambiar la faz del universo como el más grande y trascendente de los acontecimientos.
Había llegado la hora del nacimiento del Salvador. El matriarcado gallego de herencia celta, se conservaba cuidadosamente en el país, y la idea de un ser supremo, inmortal e invisible era todavía objeto de divinidad y adoración. La inmortalidad del alma, la creencia en otra vida para los justos, habían estimulado a los guerreros para la batalla. Las hazañas de los héroes y las virtudes de los mayores eran cantadas entre este pueblo viril, independiente y sentimental.”
“La resistencia de las mujeres no pudo impedir la captación por el país de los invasores, que acabaron cruzándose con los naturales. La generación de los niños supervivientes a la conquista presidía la vida de la región cuando el Santo Apóstol va a llegar a las tierras de Galicia.
Hacía dos años que una nueva corría de boca en boca, quinientos cristianos huyendo de las persecuciones de Palestina, se habían embarcado en Chipre para España, y llegando a Cartagena se esparcieron por las ciudades, extendiendo la noticia de la muerte y resurrección de Jesucristo, las grandes virtudes de su Madre y los milagros de sus discípulos.
No es de extrañar, pues, que a la inquietud del Santo por cumplir la misión divina y a su impaciencia por acercarse a sus nuevos hijos, respondiese la romana española de los que deseaban recibir la verdadera Fe.
El futuro había de superar a todas las ilusiones. Se acercaba a esta tierra de héroes aquel rayo inflamado de la fe divina, ardiente y apasionado Apóstol, héroe infatigable de la fe, que, a través de la Historia, habría de ser el más glorioso y el más esforzado de nuestros capitanes. Más no había de encontrar a su llegada la paz y la buena acogida. No en vano, las columnas de sus ídolos griegos y cartagineses habían extendido por la España blanda su superstición, que en dos siglos de dominación romana se había enraizado por sus ciudades.
El Caudillo de España Francisco Franco y su esposa Carmen Polo se dirigen a la catedral de Santiago de Compostela para realizar la ofrenda Nacional de España al Apóstol Santiago.
Esto explica que a su presencia, y ante su ardiente palabra, que truena en las calles y en las plazas de Ilíberis, la bella ciudad granadina, al convertirse las gentes por su verbo arrebatador, los fariseos concertasen sus fuerzas eternas del mal para prenderle y para destruirle. Allí tuvo lugar, según la tradición, el primer milagro de Nuestra Señora, que, a la invocación del Santo Apóstol, le libera de la cautividad en que le tenía y aún le asiste y le conforta en sus tribulaciones por el martirio, en aquella, ciudad, de sus primeros discípulos. Primer acto de protección a España de la Santísima Madre de Dios.
Marcha hacia el Norte nuestro glorioso Apóstol, por Toledo, Zamora y Portugal, buscando, sin duda, aquellas tierras que, por haber ofrecido mayor resistencia a la absorción del pueblo romano, gozaban de mayor respeto y libertades, y donde unos rudimentos de que en un Dios único y desconocido habían de ofrecerle protección frente a los romanos y campo fecundo para la siembra. Pueblo predestinado para el servicio de la fe, que se conmueve a la palabra evangélica, aumentando rápidamente el número de los discípulos, de cuyos nombres perdidos en el transcurso de los siglos, se conservan aún los de Capito, o Capitón, los de Anastasio, Teodoro, Torcuato, Tesifón, Segundo, Indalecio, Cecilio, Hesiquio y Eufrasio, con los que funda iglesias y dilata en Galicia su estancia, más para emprender pronto la marcha, ya que, como el rayo, su vida había de ser corta, y el Espíritu Santo, iluminándole, había de estimularle a la rapidez de sus empresas.
Recorre León, y el Norte hasta Guipúzcoa, baja a Aragón por el valle del Ebro, y a orillas de este río tiene lugar aquel acto trascendental de la visita en carne mortal de la Santísima Virgen, anuncio de la voluntad de Dios por ella, expresado en la erección del templo dedicado a su santo nombre, estableciendo así su especial patrocinio sobre nuestra Nación, a la que si Dios había otorgado en buena hora un Patrón que le ayudase en las empresas difíciles, establecía, desde, los primeros tiempos, sobre ella, el patrocinio de su Santísima Madre.
Pronto había de partir nuestro Apóstol, con un grupo de sus discípulos, camino de la muerte. Más la semilla había caído en el surco y con ella dejaba un plantel de nuevos labradores para cuidarla.
Truena en Jerusalén de nuevo su palabra, crecen y se multiplican los prodigios, arrebatando al pueblo a la conversión, y se suscita el nuevo complot que en breves días había de decapitarle, en la misma ciudad, día y hora en que había muerto por nosotros Nuestra Señor Jesucristo.
Pero era la voluntad de Dios que sus restos reposasen en las tierras que había evangelizado, y, milagrosamente guiados por la luz e inspiración Divina, sus discípulos condujeron a España los restos de su Santo Maestro. Relaciones, crónicas, bulas pontificias, antiguos breviarios, centenares de templos dedicados a su nombre, testimonios grabados en la piedra que dejaron los siglos, confirman y ratifican estos hechos.
Desde aquella hora, la suerte de España va íntimamente unida al predominio de la Fe. La introducción de la religión católica fue para España, como más tarde para los pueblos de América, el ascenso a la civilización. El templo fue el aula y el sacerdote el guía y el celador de la moral. Sin la organización religiosa, la vida de España hubiera discurrido en la obscuridad y la barbarie.
¿Qué hubiera sido de nuestra nación, a la hora del derrumbamiento del Imperio romano y de la invasión de los bárbaros, sin el auxilio poderoso de su fe católica? Sólo la organización diocesana y parroquial sobrevivió a la hecatombe y dio unidad a la nación frente a los nuevos Invasores. Y la grandeza de esta fe acabó subiendo hasta las gradas del trono con el gran Rey Recaredo, a quien correspondió la gloria de realizar la unidad católica de nuestra Patria,
Desde que el obispo Teodomiro descubre el sepulcro, olvidado durante varios siglos, en estos mismos lugares, el cielo alumbra maravillas y prodigios que mueven a todo el orbe y se levanta esta catedral magnífica y nace esta populosa ciudad sobre la pública y firme creencia. De allí en adelante, una etapa de milagros ininterrumpidos llena de celestial esplendor y claridad divina esta basílica, traspasa la fama y la gloria hasta los últimos rincones de Europa, con noticias de portentos famosos, de maravilloso efecto para la caridad y el celo apostólico de los pueblos del Universo. Se abandonan las comodidades de las casas, y, sin tener en cuenta la lejanía de las patrias ni las dificultades ni los peligros de los caminos, caravanas humanas atraviesan nuestras fronteras para venir a postrarse en el “Humilladero”, al descubrir las torres de la Santa Basílica y pisar la tierra en que predicó el glorioso Apóstol de todas las Españas.
1948 El Caudillo de España Francisco Franco y su esposa Carmen Polo en la ofrenda Nacional de España al Apóstol Santiago.
Peregrinos de todos los países, rubios del Norte, habitantes de lejanas tierras, a pie y descalzos, cruzaron procesionalmente el Pórtico de la Gloria, alabando al Señor en su santo Apóstol. Príncipes, soberanos, legados pontificios, santos varones, hoy canonizados, mitrados excelsos, famosos capitanes, que abandonan su gloria para depositar a los pies del Apóstol bendito su ofrenda de fe y su juramento de servirla, mientras el Apóstol derrama sobre todos ellos sus gracias, otorgando a los príncipes el acierto y prosperidad de las empresas, salud a los enfermos, consuelo a los desventurados, arrepentimiento a los pecadores y paz, conformidad y alivio a cuantos interesan su patrocinio.
Es desde entonces cuando nuestros buenos monarcas piensan, como San Ambrosio, “que no puede haber prosperidad sin religión, ni se puede mandar bien a los hombres sin obedecer bien a Dios»”, atrayendo en esta forma la bendición de Dios sobre su pueblo.
Todos nuestros reveses de la Historia han sido consecuencias de los desvíos de la fe de nuestro pueblo o de la perversión o mal obrar de sus monarcas, así como las etapas de gloria, expansión y grandeza, van unidas a las virtudes de sus jefes, de las que las de los pueblos son reflejo. Así, la perversidad de un Mauregato echó sobre España el infame y execrable tributo de las cien doncellas, del que nos libra Don Ramiro I, con su piedad y el auxilio de nuestro Santo Apóstol, en la célebre batalla de Clavijo contra Abderramán II, origen del voto a Santiago. Apariciones constantes a través de los siglos, a Recaredo y Wamba, a Don Pelayo, a los Reyes Católicos, a Hernán Cortés, a don Alfonso el Casto, a Ramiro II, a Fernando el Magno, al conde Fernán González, al Cid, a Fernando II, a Alfonso VIII, al Santo Rey Fernando, a Alfonso el Sabio, a Pedro de Aragón, a don Gonzalo Fernández de. Córdoba, a Francisco Pizarro, y a Pedro de Alvarado. Las invocaciones a Santiago constituyeron gritos de guerra en nuestro batallar en el camino de la Fe. Donde hay un capitán español, una empresa noble y una invocación a nuestro Santo Apóstol, allí está el auxilio del evangelizador de nuestro pueblo.
Véase la historia del mundo, recórranse las tierras del universo, y se tropezarán con las empresas fabulosas de los españoles para llevar la luz del Evangelio a los más apartados lugares, empresa de titanes que no podrían comprenderse si un poder sobrenatural, si una voluntad superior, no marchase delante de la espada de nuestros capitanes.
Y, sin embargo, cuando el abandono de nuestra fe, los vientos de la Enciclopedia penetran en nuestro solar, el ateísmo internacional manda sus embajadas y hallan tolerancia sus manejos impíos y licenciosos, y en las Cortes de Cádiz se niega hasta el patronato de nuestro Santo Apóstol, patronato de origen divino, ya que fue el Espíritu Santo quien congregó a los apóstoles e inspiró el reparto de los lugares para la evangelización. Príncipes y nobles se olvidan de su fe, se despoja a la Iglesia y se reparten sus bienes, sin que sean bastante a detenerlos ni anatemas ni excomuniones, España, desangrada en luchas intestinas, pierde lo mejor y lo más florido de su Imperio, y así, lo que se conquistó y logró a fuerzas de siglos y de esfuerzos, se pierde en este otro siglo bobo y desgraciado en que la alta sociedad española dio al pueblo el ejemplo más pernicioso en impiedad, torciendo su buen natural, llevando a los ignorantes y a los incautos por el camino del error, mientras la anti-España preside lo hora de nuestras desdichas,
No en vano San Isidoro de Sevilla había pronosticado, a su muerte, a la nación española “que si se apartaba de la verdadera religión, sería oprimida; pero sí la conservaba, sería levantada su grandeza sobre las demás naciones”, lo que a través de la Historia se viene sucediendo sin interrupción.
He aquí el fundamento de toda la mística de nuestras Cruzadas. Para comprenderla hay que creer en la verdad de Dios. No faltaron en ellas las empresas difíciles y comprometidas, las duras luchas, las pugnas en determinados puntos esenciales para la victoria; pero la duda no embargó nunca nuestro ánimo; al luchar por España luchábamos por la causa de Dios que no podía abandonarnos.
Muchos han sido los hechos casuales, pero que por su dificultad, trascendencia y repetición podríamos tener por providenciales, y en que se ve la mano del buen Dios guiando nuestros destinos.
Las mayores victorias se resuelven en los días de mayores solemnidades de nuestra Santa Iglesia y en ella no está ajena la intervención valiosa de nuestro Santo Patrón. No en vano por ser hijos suyos nos tenemos, pero, como decía Pablo, nos ha engendrado en Cristo por el Evangelio
¿Quién pudo dudar de ello en aquel julio de 1937, cuando siendo mi propósito reanudar personalmente la ofrenda a nuestro Santo Patrón, visitando su basílica, lo impidió la importante batalla de Brunete, en que la rotura del frente por aquel lugar ponía en peligro la situación del Ejército y la Madrid sitiada? La batalla se presentó dura y empeñada. Las brigadas comunistas internacionales apegadas a las ruinas de aquel pueblo, bajo un calor de fuego y un trepidar de muerte de ametralladora y de aviones, disputaban el terreno palmo a palmo a nuestros soldados; los numerosos carros rusos hormigueaban en aquella meseta cómo gusanos. Se mantuvo indecisa la batalla durante varios días, hasta la mañana de la fiesta, de nuestro Apóstol, cuando, después de pedir a Dios por la victoria e invocar su valiosa y eficaz intervención a las doce de aquel día hizo crisis la batalla y una victoria retunda y terminante fue la expresión más clara de la ayuda de Dios en al difícil hora.
Lo mismo que en Oviedo, cuando nuestras tropas alcanzaban la vista de la ciudad y la resistencia de sus defensores se acercaba al agotamiento, y nuestros adversarios cantaban ya la próxima, victoria, cuando tanto desesperaban, un esfuerzo más y la invocación y auxilio de nuestro Apóstol nos permitió confiar todavía en la victoria que en breves horas se lograba.
Y hasta en la batalla de la paz, en este complot que el sectarismo y la maldad organizaron contra nuestra nación, igualmente presentimos el poder de su valiosa intercesión, demostrando una vez más que poco puede la confabulación de las fuerzas del mal contra la razón y la fe en Cristo.
¿Cómo iba a ser estéril la sangre generosa de sus hijos derramada por nuestra Patria y nuestra fe? Nada más fecundo que la sangre de los mártires.
Así la de Santiago, que, como dijo San Buenaventura, “antes que los demás Apóstoles retornó a Cristo el amor que del mismo había recibido, siendo el primero que se entregó a la muerte”, dejó a España, con su blasón, el ejemplo que imitaron después, con su heroísmo, sus apóstoles en tierra extraña, derramando una vez y otra su sangre generosa por la fe, semilla evangélica de su Maestro. Así, el sacrificio de nuestros santos mártires de la Cruzada nos trajo las horas de paz y de tranquilidad que disfrutamos.
Más la persecución del comunismo ateo no azota hoy ya nuestro solar, sino a las tierras de Europa. Hoy no son las tristes doncellas de Mauregato la presa codiciada, sino otros millares de vírgenes cristianas las que en la Europa cautiva son mancilladas al paso bestial de los ejércitos invasores; millones de niños inocentes, en medio de un clima corruptor, carecen de lo más elemental para la vida, y los apóstoles del Señor son perseguidos y encarcelados; y hasta en las tierras del Oriente Medio, y en el lugar donde la sangre del Redentor se derramó, y la de nuestro Apóstol, por la paz y la buena voluntad entre los hombres, truena el cañón y la guerra de nuevo se levanta.
Señor Santiago, padre espiritual y Patrón de las Españas: Auxilia, como nosotros, a esta Europa desdichada, que allí también corre la sangre fecunda de los mártires; confunde a sus enemigos y abre de nuevo en el “telón de acero”, el camino a Compostela de los peregrinos; vuelve la virtud del Evangelio a las costumbres, toca el corazón de tanto hijo descarriado; conmueve a los remisos; estimula a los desalentados, y si el mundo, en su locura, no puede librarse de la guerra, protege una vez más a esta querida España.” Que así sea”
El Cardenal Primado de España, Monseñor Pla y Deniel contestaría de la siguiente forma a la invocación que el Generalísimo Franco acababa de realizar al Santo Adalid Patrón de las Españas: “Excelencia: acabáis de recordar que en el Año Santo de Santiago, de 1937, os habíais propuesto presentar personalmente a nuestro Apóstol y Patrono Santiago la ofrenda nacional y os lo impidió la peligrosa batalla de Brunete; pero el glorioso Patrono de España, en el día de su festividad, os hizo a vos y a España la ofrenda de la victoria en aquella dura batalla. Hoy, once años después, en otro año Santo, venís aquí como Jefe del Estado español a presentar personalmente con toda devoción la ofrenda nacional a Santiago. ¡Gran Patrono tiene España y ha experimentado en el decurso de los siglos; los frutos de tal Patrono!
Santiago fue uno de los tres apóstoles, a los cuales dio Cristo Jesús, según el fiel relato de los evangelistas, reiteradas muestras de predilección. Con Pedro y con Juan fue Santiago uno de los testigos presenciales de la transfiguración de Cristo, como con ellos en Getsemaní, fue elegido por Cristo para que con él orasen al Padre en la víspera de la Pasión.
Cardenal Pla y Deniel.
Santiago fue también el primero de los Apóstoles que derramó su sangre por Cristo. Apóstol de España, diríase que ha transmitirlo a nuestra amada Patria esta predilección del Amor de Cristo de que él gozara durante la vida de Jesús.
España en vida de la Santísima Virgen María, recibió su visita en carne mortal a Zaragoza; España recibió el grande don de la unidad católica en el III Concilio de Toledo; España experimentó la valiosa ayuda de Santiago con sus apariciones en las luchas de la Reconquista contra los musulmanes. España fue elegida por Dios para que descubriese un Nuevo Mundo, y fuese quien principalmente llevase la Luz y la Fe a veinte naciones en el descubierto continente. España dio a la Iglesia en el Concilio de Trento contra la herejía protestante, los mejores teólogos.
España dio en Lepanto sus mejores capitanes para vencer al turco que amenazaba a Europa. España ha engendrado a las dos águilas de la mística cristiana: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. España ha dado a la Iglesia una legión de fundadores insignes de Ordenes y Congregaciones religiosas; Santo Domingo de Guzmán con su Orden de Predicadores; San Ignacio de Loyola con su Ínclita Compañía de Jesús; San José de Calasanz, con sus Escuelas Pías; el beato Claret, con sus misioneros del Corazón de María; Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, con sus Religiosas Adoratrices, a las que hay que añadir los grandes reformadores como Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y San, Pedro de Alcántara.
Entre los tres apóstoles predilectos de Jesús, Pedro fue elegido como piedra fundamental de la Iglesia, como Vicario de Cristo, y por ello sus sucesores tienen el primado de jurisdicción universal y también inmediata sobre toda la Iglesia. Esta es la herencia de los sucesores de Pedro; y España se ha distinguido siempre por su filial devoción a los Vicarios de Cristo, recibida de sus primeros obispos, de los siete varones apostólicos, consagrados obispos por San Pedro. España, con su gloria y su romanismo, mantiene también su herencia jacobea, y han sido y son los romanos Pontífices los que han exaltado y exaltan la gloriosa misión y los altos destinos de España en la Historia de la Iglesia. Por ello, Jerusalén, Roma y Santiago, han sido los lugares de las grandes peregrinaciones para la Iglesia Universal.
Cuando en Europa había la unidad de Cristiandad, el camino a Santiago era una de las rutas de la gran familia Cristiana.
Roma tenía sus años santos; los tenía y los tiene todavía Santiago, por preciado privilegio pontificio.
Aun los tres apóstoles que gozaban de la predilección de Cristo tuvieron sus faltas antes de la recepción de la plenitud del Espíritu Santo en Pentecostés, también las naciones que gozan de la predilección de Cristo pueden tener sus faltas y las ha tenido España. España, que en los tiempos gloriosos de Recaredo había proclamado la realeza de Cristo y en el III Concilio toledano hecho profesión de la Unidad católica, relajó sus costumbres, y en la batalla de Guadalete se consumó la ruina de España y su invasión por las huestes sarracenas. Una epopeya de ocho siglos (que habría sido más breve sin divisiones intestinas) reconquistó toda España, a la cual devolvió la unidad del glorioso reinado de los Reyes Católicos.
España, ante la gran herejía protestante que rompió la unidad religiosa de Europa, fue fiel a su misión. En España, el protestantismo no pudo echar raíces, y mientras en Trento los teólogos españoles defendían la pureza del dogma y preparaban las definiciones conciliares, un valeroso capitán, herido en Pamplona, bajaba de Montserrat a Manresa para practicar y componer los Ejercicios espirituales, el libro que más conversiones y reformas debía producir en el decurso de loa siglos siguientes y que debía engendrar la aguerrida milicia de la Compañía de Jesús, especialmente destinada por la Providencia a combatir al protestantismo.
Si España fue adalid fiel de la Iglesia Romana contra el protestantismo, tal cual resultó inmune, y debía llegar al cénit de su gloria en el siglo XVI, cuando el sol no se ponía en sus dominios y evangelizar a un Nuevo Mundo, ente el laicismo de la Enciclopedia del siglo XVIII y el liberalismo del siglo XIX, do cuyo influjo no quedó inmune absolutamente ninguna nación de Europa, tampoco lo fue España.
Los consejeros de Carlos III le empujaron a la expulsión de España de la Compañía de Jesús, que era una de sus glorias en el orden religioso y en el de la cultura.
Comenzó la desamortización. Desde las alturas del Trono se preparaban las revoluciones del siglo XIX, el siglo del liberalismo en toda Europa y en nuestra España, el siglo de los incendios de conventos y de matanzas de frailes, de la desamortización y empobrecimiento de la Iglesia, de las guerras civiles, de la liquidación del Imperio español, de la leyenda negra contra España, Inventada por extranjeros, y apoyada por españoles que habían perdido el verdadero espíritu nacional, de la decadencia de la cultura española y del servilismo al extranjero. Lo ha proclamado en su ofrenda y la Historia lo evidencia, La gloria y la pujanza de España ascienden y descienden al ritmo de la fidelidad a la fe católica y a su destino de brazo de la Iglesia romana.
España entró en el siglo XX, perdida su categoría de gran Potencia, sufriendo un complejo de inferioridad, sin buscar en los tesoros de las gloriosas tradiciones de su siglo de oro los elementos de una verdadera restauración autóctona en el orden de la cultura y de la vida civil, política y social. A la generación que hemos vivido la primera mitad del siglo actual, sí fuera de España nos ha tocado contemplar dos guerras mundiales, dos nuevos atlas de las naciones de Europa, nacimiento y hundimiento de imperios y de formas políticas, en nuestra España, nos ha tocado no sólo presenciar, sino sufrir, vivir y algunas veces actuar en vaivenes que han conmovido, toda la vida de la nación y la estructura misma del Estado.
Hemos asistido a un reinado enmendado con el nacimiento, pero terminado antes de la muerte del monarca, con el hundimiento de una institución multisecular, hemos presenciado en el segundo lustro una semana trágica, localizada entonces en una reglón, pero preludio de otros años trágicos, de incendios de iglesias, de asesinatos de prelados, de sacerdotes, de religiosas y también de millares de seglares de toda España y hemos asistido a golpes de Estado, suspensión de la Constitución, de Gobiernos dictatoriales de urgencia, implantación de una nueva forma de Gobierno con una constitución laica, que no se había dado nunca en España; hemos presenciado un abocamiento al comunismo hace doce años.
Grandes responsabilidades para todos los españoles las de 1936. Se preparaba el asalto del comunismo a España; en cada ciudad, las listas negras concretaban las futuras víctimas que en media España fueron ciertamente Inmoladas. Todo estaba en peligro; la misma Constitución laica había sido vulnerada y desbordada. Si para el Ejército había llegado el momento en que debía resolver, si debía actuar para salvar, no intereses de clase o de partidos, sino los valores permanentes de la Patria, para el teólogo y el moralista había llegado la precisión de resolver si la debida sumisión al Poder constituido, norma ordinaria para los ciudadanos católicos, debía conjugarse con la defensa de la suprema salud de la nación, cuando era el Poder público el que se ponía fuera jerarquía eclesiástica española, se planteaba una situación delicada y dificilísima.
Es cierto que la jerarquía no pueda Intervenir, ni aun moralmente, en una mera guerra civil. Podía haber sido esta en la guerra de 1936-39, si el Poder constituido no hubiese sido desbordado por las masas comunistas, si hubiera contenido a estas y hubiesen funcionado sólo los órganos legales; mas, desgraciadamente no fue así.
Sin ningún proceso legal en la inmensa mayoría de los casos, fueron asesinados los doce obispos, los millares de sacerdotes y de feligreses, millares también de seglares; fueron incendiados millares de templos y fusilada la misma imagen del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Se quería aniquilar la religión en España; algunos su gloriaban de haberlo conseguido. Era la hora de ofrecerse al martirio, y es una gloría del clero español que ni un solo sacerdote apostatase para evitar el martirio, ¡¡Glorioso Apóstol Santiago, los obispos y sacerdotes españoles tuvieron la gloria de ser imitadores y seguidores vuestros en dar su sangre por Cristo!
¡Como vos, supieron perdonar y algunas veces convertir a sus mismos perseguidores!; más los prelados que no merecimos la gloría del martirio ante un estado anárquico semejante a aquel en que hoy tantas naciones gimen bajo la tiranía comunista, ¿no debíamos también ser defensores civitates, no empuñando precisamente armas pero si ejerciendo nuestro magisterio doctrinal en horas difíciles y procurando con el peso moral de nuestra autoridad la salvación de la religión y de la Patria? Esto es lo que hicimos los prelados españoles con nuestra carta colectiva de 1937, que mereció una respuesta favorable de los obispos de todo el mundo.
A Vuestra Excelencia cupo llevar a la España Nacional a la victoria; y como siempre habéis reconocido que la victoria no se consigue sin el auxilio divino, en el cual siempre tuvisteis fe y confianza, y ofrendasteis vuestra espada victoriosa en 1939, ante la imagen del Santísimo Cristo de la Batalla de Lepanto, transportada para esta acto de Barcelona a Madrid, guardando esta espada en su tesoro la catedral primada de Toledo.
Solo unos meses transcurrieron desde el fin glorioso do la Cruzada española y el desencadenamiento da la horrible tragedia de seis años de guerra mundial por tierra, por mar, por aire y por debajo del mar. España tenía claramente decidida su posición de neutralidad en una guerra en la cual vio como de una cooperación para el reparto de una nación víctima, se pasó al de guerra entre los que se la repartieron. Siempre es muy difícil mantener una neutralidad entre poderosos contendientes, y resistir a contrapuestas presiones; más cuando las divisiones del ejército de un bando están sobre la frontera y los barcos y aviones del otro están en una enclavación dentro del Territorio geográfico. La Providencia divina, el Patronato de Santiago, sostuvo la posición de neutralidad tomada por Vuestra Excelencia en nombre de España.
Una potencia comunista había sido recibida como aliada y tenía por tanto voz y voto, y aun sin tanta lógica, derecho a voto en las conferencias y organizaciones internacionales, Esta potencia comunista había soñado en 1936 someter a España al comunismo y había sido vencida en sus nefastos propósitos
En la hora de su participación en la victoria mundial, desencadenó una ofensiva diplomática, que se concretó en el mayor bloqueo mundial que ha sufrido jamás pueblo o régimen alguno. Destituida de sólido fundamento tal campaña ante el evidentísimo pacifismo de España y su derecho indiscutible, como el de toda nación independiente, a resolver sus cuestiones internas, a los tres años, gracias también a la protección por vos invocada de nuestro Patrón el glorioso Santiago, esta, campaña con sucesivas rectificaciones, está tocando a su fin. El haga que termine totalmente para que sin ninguna presión exterior, y en un sentimiento de unidad y de fidelidad a las grandes tradiciones patrias, que no ha de ser de estancamiento, sino de adaptación a todo un proceso legítimo y buscando lo contrario de lo que produce el comunismo, régimen tiránico y de esclavitud al pueblo aun cuando sea ejercido en nombre de la clase obrera como fruto de la desesperada lucha de clases del marxismo, se vaya perfeccionando un régimen de fraternidad social, de elevación del nivel de vida de las clases humildes, de distribución más equitativa de la riqueza y de los frutos del trabajo.
Si de nuestra cruzada ha surgido, como era natural, un estado católico y social, la Iglesia en España no aspira a un estado teocrático, no quiere asumir responsabilidades que son propias de la autoridad civil. Su misión es continuar el apostolado de Santiago, el adoctrinamiento del pueblo en todas sus clases sociales, promover la moralidad de costumbres, el cumplimiento de los mandamientos divinos y de los respetivos deberes profesionales la verdadera fraternidad y extinción de odios y rencores.
No quiere confusión con el estado ni con ningún régimen; si amistosa, cordial y fructífera colaboración, tan eficaz para la verdadera civilización, como lo demuestra la historia en todos los países, donde ha existido, por gozar del gran bien de la unidad espiritual religiosa, y sobre todo en nuestra España, acción y colaboración calificada de paralela y de convergencia para el bien común en uno de los últimos discursos del Vicario de Cristo.
Señor Santiago, todo lo esperamos de vuestro glorioso patronato de predilección por España. Amparad siempre a S.E el Jefe del Estado y a toda la Nación española. Interceded también por la paz de este mundo conturbado, y de un modo especial en los lugares sagrados santificados con la Vida y la Muerte de Jesús y con vuestro mismo martirio. Así sea.”
Después de la contestación del arzobispo a la invocación del Caudillo de España continuó la solemne Misa. Una vez finalizado el oficio de la Misa el Jefe del Estado, acompañado por el alcalde de Santiago, subió al camarín del Santo y le impuso la medalla de oro de la Ciudad que le había sido concedida por la corporación municipal compostelana.
El Caudillo de España abandonó la catedral de Santiago a las dos menos cuarto de la tarde. Hasta la puerta del Obradoiro fue acompañado por el cardenal Primado de España y el clero. A la salida el Generalísimo fue de nuevo aclamado por la inmensa multitud entre los que se encontraban afiliados al SEU de toda la geografía Nacional, que acababan de peregrinar a Compostela; mocedades portuguesas y un gran número de peregrinos franceses.
Tras cruzar la plaza de España a pie, entre vítores y aclamaciones, y ya en el salón de sesiones del ayuntamiento compostelano el alcalde de Santiago señor Sarmiento, hizo entrega al Caudillo de España de una estatuilla de azabache del Apóstol Santiago, quien agradeció la deferencia con vibrantes palabras, haciendo votos por el renacimiento de la Fe, para que se poblasen de nuevo todos los caminos para peregrinos de todo los lugares del mundo pudiesen venir a postrarse ante el Apostal Santiago.
De seguido el ministro de Educación Nacional señor Ibáñez Martín presentó a los 120 peregrinos del SEU -que desde Roncesvalles habían cubierto todo el camino hasta Santiago- al Generalísimo Franco, quien estrechó la mano de cada uno de los jóvenes peregrinos.
El ministro subrayó en su intervención que el grupo de los romeros universitarios representaba a la mejor juventud española, traspasada de anhelos patrióticos, fruto, el mejor entre los mejores, cosechado por el régimen que el Caudillo encarna “vienen a renovar la fe absoluta y total a vuestra persona, la fidelidad al ideal de nuestro pensamiento”. El ministro finalizó invocando la protección del Apóstol sobre la persona insigne del Caudillo, sobre su genial y gigantesca tarea.
Tras la intervención del Ministro, que fue muy aplaudida, el Caudillo dirigió o los escuadritas del SEU las siguientes palabras: “Después del acto solemne que hemos tenido en la gran catedral de Santiago, de haber caminado por sendas y por carreteras hasta este lugar, parece sobran las palabras. Sin embargo, sois la flor de la juventud española, la representación más genuina de nuestra Universidad, que ha traído a los pies de Santiago la voluntad la firmeza y el juramento de una Juventud española, que no es solo de hoy, que es de todos los tiempos, que lo ha sido siempre en las horas difíciles de España, porque universitarios vienen siendo los que desde el siglo XIX, a raíz de las grandes crisis, vienen renovando nuestros Ejércitos,
Así, en aquella gloriosa gesta de nuestra Independencia, la base de los cuadros de oficiales del Ejército se construyeron con los universitarios y estudiantes españoles, lo mismo los del Batallón Literario de Santiago que los del Batallón Universitario de Toledo que en el extremo sur de España, en San Fernando, nutrieron la primera Academia General a base de la oficialidad del pasado siglo. Lo mismo que ocurre en nuestra guerra civil cuando la magnitud del empeño exigió todos los esfuerzos de España. No bastaron los profesionales, sino que una vez más fueron las juventudes universitarias las que llenaron, nuestras Escuelas de Alféreces, para formar la nueva generación de oficiales españoles.
Así, las selecciones militares se forman con las selecciones intelectuales de la nación. Solamente, un siglo maldito, unas teorías materialistas y liberales, pudieron romper aquella hermandad.
Se negaron los méritos y la selección, se quiso unificar a los hombres por los de más bajo nivel, y el patriotismo y la fe se refugiaron en los cuarteles y en los claustros, queriéndose que los hombres fuesen grises, indiferentes y escépticos. No somos grises ni iguales: la naturaleza lo acusa a cada paso; lo veis en las aulas, donde los hay que discurren más o menos, jóvenes con fe y jóvenes escépticos. Por ello tienen obligación siempre los mejores, las minorías selectas, de encuadrar a los otros hombres, de arrastrarles, con su fe y con su voluntad de no renunciar jamás, porque la vida es lucha y sólo se gana si ven siempre en esa batalla delante los mejores. ¡¡Arriba España!!
Después el Jefe del Estado acompañado de su esposa e hija, de los ministros del Aire, Industria y Comercio, Marina y Educación Nacional, y demás personalidades, pasaron al despacho del alcalde, donde fueron obsequiados con un vino español en su honor.
La muchedumbre no cesó de vitorear a España y al Caudillo y de gritar: ¡Franco, Franco, Franco! Ante estas aclamaciones unánimes y continuas, el Caudillo se asomó al balcón principal del palacio de Rajoy, recibiendo una atronadora salva de aplausos, flamear de pañuelos y vítores entusiásticos que se prolongaron durante largos momentos.
1948 Peregrinos del SEU en Santiago de Compostela con motivo del año Santo Jubilar.
Tras haber sido cumplimentado de nuevo por autoridades, jerarquías, y personalidades, el Generalísimo, su esposa e hija y séquito, abandonaron el Ayuntamiento a las dos y media de la tarde. Al aparecer otra ver en la Plaza de España el Jefe del Estado, la multitud que aguantaba a pie firme el fuerte calor que se dejaba sentir, prorrumpió otra vez más en fervorosas y entusiásticas aclamaciones. Los muchachos del Frente de Juventudes de toda la región y los peregrinos del S.E.U agitaron al aire sus boinas rojas al grito de ¡Franco, Franco, Franco!
Carmen Polo y su hija Carmen Franco salieron en dirección al Pazo de Meirás. El Caudillo se dirigió a pie al Palacio arzobispal. La carrera de los escasos cien metros entre ayuntamiento y palacio arzobispal fue cubierta por fuerzas del Ejército. El paso del Caudillo fue arropado por el constante clamor de la muchedumbre que le acompañó en su corto recorrido.
A las tres en punto de la tarde tenía lugar en el Palacio episcopal el almuerzo oficial con que el obispo vicario capitular de la diócesis de Santiago doctor Souto Vizoso, obsequió al Generalísimo y al que asistieron entre otras las siguientes personalidades: cardenal primado de las Españas; Monseñor Pla y Deniel; ministros de Marina, Aire, Industria y Comercio, y Educación Nacional Almirante Regalado, Teniente General González Gallarza y señores Suances e Ibáñez Martin: obispo vicario capitular de la diócesis de Santiago; obispos de Madrid-Alcalá; Lugo, Tuy, Orense y Mondoñedo, abad mitrado de Samos, embajador de la República Argentina señor Radio; capitán general de la región Militar, Teniente General Mújica; Gobernador Militar de La Coruña general Ferrater; Capitán General del Departamento Marítimo de El Ferrol del Caudillo Almirante Moreu; almirante jefe de !a Escuadra, Almirante Moreno; alcaide de Santiago señor Samaniego; General Rubio, Jefe de la Región Aérea Atlántica; director general de Seguridad señor Rodríguez: Vicesecretario General de! Movimiento, señor Elola Olaso; Gobernadores civiles de las cuatro provincias de Galicia; presidente de la Audiencia Territorial de La Coruña; secretario particular del Generalísimo, y otras autoridades militares y civiles.
Finalizada la comida, el Jefe del Estado, se despidió de todas las autoridades y emprendió el regreso a su residencia veraniega del Pazo de Meirás.
P/D. (1)
Con la batalla de Monte Medulio, librada el año 22 a. de C., como final de las guerras cántabras, Roma culmina la conquista de Hispania, que tendría su término en el año 19 a. de C., con el triunfo de Agripa, convirtiendo a aquella batalla en el último intento, en la última esperanza, de las tribus cántabras y astures de escapar del yugo de dominación romana.
Historiadores y escritores romanos, como Dion Casio, Floro u Orosio, señalaron que el Monte Medulio posiblemente se encontraba en Cantabria. Dión Casio no hace referencia a su nombre de Medulio, pero refiere que “los cántabros se degollan, se queman y se envenenan antes de caer prisioneros de los romanos”. Por su parte Orosio, señala que los romanos en sus ataques contra los cántabros cercaron el Monte Medulio sobre el río Miño. Sin embargo investigaciones muy posteriores, que inició el Padre Enrique Flórez, en su obra “La Cantabria” publicada en 1768, continuadas por otras en los siglos XIX y XX, se inclinan por la localización del Medulio en las Médulas de El Bierzo, en el límite del marco provincial de León y Orense, en la Sierra de la Encina de la Lastra, en las tierras bercianas y de Valdeorras, a orillas del Río Sil.
Carlos Fernández Barallobre.
Autor
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Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.
En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.
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