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Publicado en El Socialista,
Madrid, sábado 21 de abril de 1934
«Declaro –a los tres años de República– que no he visto nunca una situación peor para los trabajadores. En España van a ocurrir hechos de tal naturaleza, que la clase obrera necesita hacer unas manifestaciones que justifiquen su actuación»
En el salón de fiestas del Metropolitano se celebró anoche el acto de clausura del V Congreso ordinario de la Federación de Juventudes Socialistas. Presidió el compañero Felipe García, que pronunció breves palabras de salutación. A continuación el compañero Largo Caballero pronunció el siguiente discurso:
«Camaradas: Sería hipocresía disimular lo que voy a decir. Me habéis invitado a venir y lo he hecho por un deber de camaradería. Pero os declaro que ya voy fatigándome de discursos; de pronunciarlos y de oírlos. Y voy entendiendo que cada vez más es preciso alternar esta labor de agitación con otra de organización de una acción seria, eficaz y definitiva a la que se deben dedicar las mejores atenciones. Sólo he de reprocharos el que hayáis invitado aquí a un hombre que por su edad no es el más adecuado para clausurar un Congreso de Juventudes. Yo hubiera preferido que donde estoy yo estuviera hoy un joven socialista.
Yo os felicito por el éxito de vuestro Congreso, que se ha desarrollado en unos términos de serenidad y de consciencia admirables. Y que ha coincidido con el tercer aniversario de la República española.
«No podemos llegar a la indignidad en el Parlamento»
Vosotros recordaréis que hace tres años unos hombres políticos, entre los cuales me hallaba yo, tomamos el ministerio de la Gobernación y proclamamos la República. Figuraos con qué dolor, más aún, con qué indignación, veo lo que es la República a los tres años de aquel acto realizado por el pueblo español.
Vivimos, según dicen, en un régimen de democracia burguesa. Teóricamente, nuestra democracia es una de las más perfectas. Sin embargo, nadie hay que esté satisfecho. En toda República, en toda democracia burguesa, los puntales esenciales del régimen son determinadas instituciones. La principal, el Parlamento. Y yo me voy a permitir juzgar aquí, en términos generales, lo que es el Parlamento. A juicio mío, el Parlamento es un reflejo del sufragio, y no hay sufragio si no hay libertad para emitirlo. En España se ha falseado la libertad. Porque falsear la libertad no es sólo impedir, utilizando la fuerza pública, que los obreros voten a quienes consideren mejor, sino que es también la supremacía económica que la clase capitalista posee, que impide que el proletario vote a los de sus ideas. Y así vemos nosotros las elecciones pasadas. En ellas la burguesía hizo la mayor presión que cabe figurarse, y se constituyó una Cámara, en su casi totalidad, derechista. Aunque la minoría radical se denomina de izquierdas, yo la considero más reaccionaria que las francamente derechistas, porque éstas cumplen con un deber histórico; pero los que colaboraron con nosotros en la revolución política no pueden secundarlas sin abjurar de su pasado.
A mí se me presenta toda la acción parlamentaria de la clase trabajadora de la siguiente forma: el Parlamento no es inmutable, no es una institución ante la cual los socialistas tengan que arrodillarse rindiendo culto. Para mí (no sé para otros compañeros) es una de tantas armas que la clase trabajadora debe manejar para obtener sus reivindicaciones. De la misma forma que utiliza el Parlamento, la clase trabajadora utiliza la huelga, el derecho de Asociación, es decir, todas las posibilidades que le ofrece el régimen burgués. Pero cuando cualquiera de esos procedimientos es perjudicial para nuestra clase, nadie nos puede obligar a que los sigamos utilizando.
Al Parlamento se va a tres cosas primero, a hacer la crítica de los Gobiernos burgueses; después, a proponer una legislación en favor de la clase trabajadora, y por último, e impedir que la clase capitalista apruebe leyes que perjudiquen al proletariado. Yo declaro con franqueza que el Parlamento español no permite que hagamos ninguna de estas tres cosas.
La primera, es decir, la crítica de la actuación del Gobierno, es imposible llevarla a cabo, por la posición del mismo Gobierno y de la presidencia de la Cámara. Son innumerables las interpelaciones planteadas por la minoría socialista respecto a atropellos y abusos gubernamentales. Sin embargo, no se nos hace caso. Hace algún tiempo se nos permitió hacer la crítica de los atropellos realizados con motivo del movimiento revolucionario de los sindicalistas. ¿Sabéis para lo que sirvió? Para que la mayoría parlamentaria se mofase de los diputados socialistas cuando éstos hablaban de los muertos, los heridos y los presos habidos en el movimiento. En cuanto a los proyectos de ley, dado el espíritu de las Cortes actuales, es inútil presentarlos, porque no saldría ninguno en favor de la clase trabajadora.
La tercera de las cosas que pueden hacer los socialistas, como he dicho, es impedir que se aprueben leyes contra los trabajadores. Pues bien, el actual Parlamento español, ante la actitud de oposición de los socialistas, ha hecho lo que no se había producido jamás; aplicar la «guillotina» en el asunto de los haberes del clero hasta el punto de no permitirnos defender ni una sola enmienda. En relación con el proyecto de Amnistía, no se ha hecho lo mismo por temor a una posible actitud de la minoría de nuestro Partido. Cuando esto sucede, yo no voy a qué posición deben tomar los representantes de la clase trabajadora; pero, desde luego, no se puede llegar hasta permitir la ignominia en el Parlamento. Son necesarias resoluciones audaces, buscando para ellas el momento psicológico, la oportunidad, en la seguridad de que si nosotros sabemos buscar esa oportunidad, el país obrero estaría con nosotros.
Se nos echa de la República
Sois vosotros, jóvenes, que os vais a desplazar mañana por toda España, los que debéis propagar las dificultades que se ofrecen al Partido Socialista en una democracia burguesa. Estáis en la obligación de decir que si no se puede renunciar en absoluto al régimen democrático, a la gestión en las instituciones que son su base, no podemos atarnos tampoco en absoluto a ellas. Yo, desde luego, he de decir a este respecto que no participo de la idea de los que creen que salir del Parlamento es para ir a la revolución. Se puede salir del Parlamento sin que eso obligue a ir al día siguiente a la revolución. A ésta no podremos ir más que cuando estemos seguros del éxito. Aprovecho la circunstancia de estar representados aquí los delegados de las Juventudes Socialistas para decir que yo, que mantengo el criterio de que hay que apoderarse del Poder político revolucionariamente, y que es tonto hacerse la ilusión de que vamos a poder adueñarnos de él de otra forma, tengo que manifestar que la revolución no se hace con gritos de viva el Socialismo, viva el comunismo y viva el anarquismo. Se hace violentamente, luchando en la calle con el enemigo. Y éste no sale dando gritos, sino que cuando lucha lo hace preparado para ello. Cuando llegue este momento habrá que afrontar la lucha decisivamente. Se nos dice que esto es predicar la violencia, que esto es salirse de la República. Yo digo que no es que nos vayamos, sino que se nos echa de la República. Al Partido Socialista no se le facilitan los medios de vivir en la legalidad. En esta República, como sabéis, se destituye a Ayuntamientos por el solo delito de ser socialistas, sin motivo ninguno. ¡Eso es echarnos de la República!
En este régimen, la clase capitalista prefiere que el obrero muera de hambre, si es políticamente enemigo, a darle trabajo. Y no es sólo eso, sino que cuando el proletariado va a una huelga, el Gobierno se apresura a declararla ilegal y pone al servicio de los patronos la fuerza pública y obliga a los miembros del ejército a actuar de esquiroles. Eso es echarnos de la República.
En esta República los órganos de prensa no tienen más misión que calumniar, difamar a los hombres del Partido Socialista. Han sido ellos los que nos han echado de la República. Son ellos los que están pidiendo cada día que el Partido salga de la legalidad. Y si siguen tiempos como los actuales, no pasará mucho sin que el Partido Socialista tenga que actuar en la clandestinidad. (Ovación.)
En esta República se prohíben las reuniones a los obreros frecuentemente; el derecho de asociación es casi nulo; en una palabra: a los tres años de República yo declaro que no he visto nunca una situación peor para la clase trabajadora, ni aun en los tiempos heroicos de nuestro Partido. Y conviene que esto lo sepa el pueblo español y que se sepa más allá de las fronteras. En España van a ocurrir hechos de tal naturaleza, que es preciso que la clase trabajadora haga unas manifestaciones que justifiquen su actuación en el porvenir, porque esa actuación corresponderá a la que ahora se sigue con nosotros. Es indudable que en un momento determinado el proletariado se pondrá, como se dice vulgarmente, en pie, y procederá violentamente contra sus enemigos. No se diga entonces que somos unos salvajes sin civilizar, porque de nuestra conducta de entonces responde la conducta de ellos ahora. (Muy bien.) Y en aquel momento no les extrañe que los corazones se hayan endurecido, que se hayan dejado a un lado sentimentalismos inútiles, porque a los que hoy están viendo morir de hambre a sus hijos porque se les niega el trabajo no va a pedírseles un armisticio cuando la clase obrera esté en el Poder. (Aplausos.) Así, de una manera tan absurda y tan estúpida, se nos conduce a una situación como la actual.
Los que fueron a la República por satisfacer odios personales
Todavía comprendo que algunos sectores de derecha lleguen a querer provocar una situación semejante. Pero es incomprensible que algunas personas, por la posición en que están y por la en que estuvieron, lo hagan, como no sea que las anime un sentimiento de odio… (Gran ovación y mueras a los enemigos del proletariado.)
Un político republicano ha dicho que le daba repugnancia la actual política española. No dijo por qué. Pero yo me figuro que no es sólo por lo que ocurre en el orden político, sino por lo que está aconteciendo en el orden administrativo. La prensa se ocupó hace poco de un asunto inmoral. Se habló mucho, se enfurecieron algunos grupos políticos y hubo uno que retó a los que habían lanzado estas manifestaciones a que las sostuvieran en el Parlamento. Los aludidos dijeron unos que estaban a la disposición del jefe del Gobierno y otros a la de quien quisiera hablar. Pero nadie habló. (Aplausos.)
La contextura moral de estos partidos se sabía ya en el período prerrevolucionario. Y a mí lo que me subleva precisamente en los hombres (y quizá esto sea un vicio mío) es la inconsecuencia, porque cuando hubo personas en las cuales no se tenía confianza para la revolución, no me explico cómo ahora se deposita la confianza en ellas. (Los asistentes tributan una ovación, en pie, a Largo Caballero.)
Es ahora cuando se ve claramente (y qué ciegos estábamos nosotros, y conste que yo me acuso de esta ceguera) que tras aquellos semblantes que nos invitaban a la revolución había unos fines poco nobles. Los hombres tienen a veces momentos de ingenuidad. Nosotros creímos entonces en la sinceridad y en la buena fe. Luego pudimos ver que se había ido a la República por satisfacer odios personales. (Grandes aplausos.) No por amor al nuevo régimen, sino por rencor contra Alfonso CCI. (El público vuelve a tributar a Caballero una imponente ovación.)
Lo que es una enormidad es que la política española gire alrededor de esas miserias humanas, que no haya ideas, abnegación para dirigir el país. Entre una monarquía y una República hay diferencia. En la primera se hereda la corona. En la segunda el mandato es temporal. Pero, ¿es que no puede suceder que el que desempeñe temporalmente la jefatura del Estado se deje dominar por las mismas miserias que un monarca? Yo he sacado el convencimiento de que hay que buscar el medio de sustituir rápidamente a los que no cumplen con su deber. Algún periódico decía días atrás que se procedía mal al censurar las instituciones republicanas. ¡Más vale que nadie las hubiera deshonrado para no tener después que censurarlas! (Muy bien.)
O con la clase obrera o con el capitalismo
Todos sabéis que estos días se han unido unos hombres que tienen el propósito de rescatar la República. Algunos han sido excelentes amigos, colaboradores leales. Pero tengo que decirles: ¿Cómo piensan rescatar la República? Porque no basta decir: «Vamos a rescatar la República». Hay que decir cómo. Por lástima nos encontramos con unas leyes que dicen que al presidente del Gobierno lo designa el jefe del Estado. Y yo afirmo que durante algunos años el señor Hazaña no será presidente del Gobierno de la República. ¿Por qué? Porque es republicano y honrado. Yo lo reconozco. Podrá no coincidir con las ideas socialistas; pero es honrado, y ésa es la peor mácula que puede tener un republicano para gobernar ahora a España. (Ovación.)
Yo insisto en preguntarles cómo van a rescatar la República. No me han contestado. Pero me figuro, porque los conozco, que me contestarían: «Vamos a ganar la opinión en unas elecciones.» Ese es, en efecto, el procedimiento democrático, constitucional. Pero yo les digo que si quieren rescatar la República no lo conseguirán por ese procedimiento. No se hagan ilusiones. Actualmente estamos más divididos que nunca los españoles en dos clases: capitalismo reaccionario y proletariado. ¿Cuál de esas dos clases va a votarles? ¿La reaccionaria? No lo creo. ¿La de los proletarios? Mucho menos. (Muy bien.) Pues entonces no podrían rescatar la República más que si alguien, en un momento de lucidez, les da el Poder. Y es inútil esperar ese momento.
Es que esos partidos republicanos conservan aún la ilusión de hacer un partido de clase media. Se han constituido varios partidos cuya única aspiración es ésa. No se dan cuenta de que la clase media española no ha comprendido cabalmente su misión histórica. Se cree capitalista y odia a la clase obrera. Y cuando se lucha en la política, esa clase media cree que su puesto está, no en los partidos republicanos, sino en los de la derecha más intransigente. Para que la clase media les votase, los republicanos a que aludo tendrían que hacer lo que hoy el señor Lerroux. No creo que lleguen a esto, y si no llegan, no podrán tener opinión. No olviden que España, a pesar del analfabetismo, se ha dividido más claramente que en otros sitios en dos clases: burguesía y proletariado. A los elementos que aludo no les queda más que un recurso: venir al Partido Socialista. Si no, tendrán que irse con las derechas. No deben malgastar el tiempo en decidirse, porque todo el que pase será perdido.
La alianza de los proletarios
No deben olvidar que el fascismo comienza a desarrollarse. Aún suenan en mis oídos las palabras de un republicano que no creía en el fascismo. No se puede ser tan ingenuo. El fascismo progresa, y si no progresa más, no es por la actitud de los republicanos, sino por la de la clase obrera, que hace todo lo posible por impedir su desarrollo, a pesar de la protección que al fascismo presta el Gobierno actual.
Si no ha progresado es porque la clase obrera española no es susceptible de ser conquistada por el Fazio. Todos los cronistas extranjeros que han estado aquí preguntaban si la clase obrera se inclinaba hacia el fascismo. Y cuando se les explicaba eso que se llama espíritu anárquico de las masas españolas, se quedaban admirados. He ahí el motivo principal de que el fascismo no prospere: hay en España una clase obrera vidente, con un espíritu de independencia individual que no hay en otros países, sin la disciplina que en Alemania entregó sin lucha al fascismo toda la organización obrera. Esa indisciplina anárquica de las masas obreras españolas impide el avance del fascismo, y tenemos que decir a este respecto lo mismo que dicen los católicos: «Bendita sea una indisciplina como ésta.» (Muy bien.)
Yo quiero haceros ver el esfuerzo que es preciso desarrollar para derrotar a estos enemigos, porque no tendremos que ir sólo contra ellos, sino contra las fuerzas coercitivas del Estado. Figuraos el esfuerzo que hay que realizar para vencer a éstas. Yo no me cansaré de deciros que os preparéis para luchar en condiciones de vencer. Porque o nos entregamos mansamente o llegará un día en que tengamos que medir nuestras armas con el adversario. Y por eso insisto en que hay que ahogar las querellas internas y unirnos todos. A mí me acusan de que prefiero la unión con los anarquistas a la unión con los republicanos. ¡Naturalmente! (Aplausos.) Entre un radical y un anarquista no hay duda.
Y a propósito de esto quiero decir unas palabras. Estamos hablando a diario de la alianza obrera. Yo soy de los que creen que hay que realizarla de buena fe y para una acción concreta, no para estar todos los días en la calle produciendo motines. La alianza ha de hacerse para dar la batalla definitiva al enemigo. Si tenemos perseverancia, oportunamente controlaremos la virtud de esta alianza.
Hay comunistas que dicen que no pueden aliarse con los socialistas. No me explico esa posición. Nosotros hemos aceptado íntegramente los principios del «Manifiesto comunista». Igual que ellos. Todos sabéis que el mismo Marx ha explicado que el «Manifiesto comunista» se llamó así, y no socialista, para no confundirse con otros partidos de carácter reaccionario que en aquel entonces se llamaban también socialistas. Pero coincidimos en la teoría. Además, el comunismo y el Socialismo son dos etapas en absoluto diferentes. Después del triunfo de la clase obrera, la primera etapa, la transición del régimen capitalista al colectivista, lo que pudiéramos llamar dictadura del proletariado, que no tiene más objeto que ir dominando y destruyendo al capitalismo, eso es el Socialismo. Durante esta primera etapa subsistirá el Estado; no más tiempo. Y con esto salgo al paso de algunos anarquistas que no han comprendido bien nuestras ideas. Marx declaraba que el Estado desaparecería al desaparecer el capitalismo. Porque el Estado es un instrumento de dominio de una clase sobre otra. Y en cuanto no existan clases, el Estado desaparece y se entra en el período llamado de comunismo. No nos diferenciamos, como se habrá podido ver, en nada de los comunistas. Supongo que no nos pedirán que vayamos a especular en estos momentos teóricamente sobre la mejor organización del régimen comunista. Yo creo, pues, que debe hacerse la alianza proletaria; pero no para estar en la calle constantemente, sino para realizar el acto definitivo que dé el triunfo total a la clase obrera.
Hay que crear un ejercito proletario
Yo recuerdo –añade Largo Caballero– que en nuestro campo, cuando se planteó la organización de las milicias socialistas, hubo quien se echó las manos a la cabeza.
Sin embargo, yo creo que hay que organizar estas milicias. Hay que crear un ejército revolucionario que poder enfrentar con nuestros enemigos. Y es preciso organizarlo militarmente, de manera que los hombres que compongan dicha organización hagan promesa de obediencia, porque de esta forma es como está organizado el ejército enemigo. Yo no tengo escrúpulos en decir ante vosotros que hay que organizar nuestro ejército. (Muy bien.) Ya veis lo de El Escorial. No irán a desfilar con fusiles. Pero están preparados para manejarlos en cuanto estimen conveniente. Los compañeros que se oponen a que nos militaricemos hacen un servicio al enemigo. Es preciso esa militarización para defendernos, primero, y luego para conquistar el Poder. Hace poco decía Gil Robles que el Poder había de conquistarlo, fuese como fuese. Lo mismo decimos nosotros. También vamos a la conquista del Poder como sea. (Muy bien.) Y si requiere esfuerzo, lo realizaremos. Porque sin el Poder es imposible hacer nada. Conste que para mí el Poder no es tener un Gobierno de socialistas y una mayoría parlamentaria. Si los socialistas gobiernan respetando las instituciones burguesas llegará un momento en que tendrán que devolver el Poder al enemigo. Yo, cuando hablo del Poder y de la creación de una fuerza adicta, me refiero a lo que dije en Biarritz: que una de las primeras medidas de un Poder socialista (medida incluida en nuestro programa) es la supresión del ejército y el armamento general del pueblo. Hay quien dice que si se arma al pueblo vendrá la anarquía y la catástrofe. Son los que llaman anarquía y catástrofe a perder sus privilegios de capitalistas. Pero, ¿qué mayor anarquía que el mundo actual?
Hoy hablaba yo con un financiero de gran prestigio, que me decía: «Yo voy al Socialismo convencido. He estudiado la situación española y estoy en la seguridad de que si se quiere salvar al país hay que ir a una economía socialista.» Y es que el capitalismo, como decía Marx, va cavando su propia tumba. A medida que racionaliza la producción, aumenta el ejército de obreros parados. Y al aumentar este ejército disminuye la capacidad de consumo de una gran masa de población y, por consiguiente, disminuye a su vez la producción. Como el capitalismo no tiene soluciones para esto, es al Partido Socialista, no ya en España, sino en todo el mundo, al que cumple resolverlo. En el orden militar preconizo, pues, el criterio del armamento general. En el orden económico, la socialización de la tierra y de las industrias.
¿Quien fue el autor de la iniciativa
para expropiar a la nobleza?
Se aproximan momentos muy graves. No es posible tolerar la situación política presente. Los jóvenes sois precisamente quienes tenéis que hacer la crítica del régimen actual. No creáis que es cierto, como dijo el actual presidente de la República que ésta era la última de las revoluciones políticas y sociales. Porque entonces no se hizo la revolución. Se creía en la buena fe. La revolución habrá que hacerla de nuevo. Se vitupera por todos este concepto por lo que tiene de violento. Un ministro reformista dijo en el banco azul que la violencia era vituperable. Pero no recordaba que su jefe había participado en la huelga de agosto del 17. ¿Por qué no le pareció vituperable entonces la violencia? ¿Quizá porque entonces íbamos a darle el Poder a los republicanos?
Y ahora que hablamos de esto, yo quiero contestar a unas manifestaciones hechas en el Parlamento, donde se ha acusado a los socialistas de no haber ido a la huelga de diciembre. En este local precisamente hice yo la crítica de la gestión de algunos compañeros. Pero en España quienes hicieron algo en ese movimiento fueron los obreros. Si alguien no cumplió con sus deberes no fuimos nosotros. El Comité revolucionario distribuyó a sus miembros en diversos puestos de lucha. Al señor Lerroux se le había destinado a Burgos. Pero Lerroux no fue a Burgos. En cuanto vio cómo iban las cosas procuró marcharse. Por consiguiente, los que decían que no habíamos cumplido con nuestro deber hubieran debido recordar que Lerroux no fue a Burgos tampoco. Otro detalle que conviene escuchéis es éste: hoy se ha aprobado la amnistía. Tan monstruosamente, que pone en la calle a los militares que se sublevaron contra la República, y a los sindicalistas complicados en lo de diciembre, no. En esa amnistía se devuelve la tierra a los expropiados el 10 de agosto. Y yo ahora tengo que decir que esa iniciativa de expropiar a los complicados en lo del 10 de agosto no fue del Gobierno. fue de alguien que está más alto que el Gobierno. (Gran ovación.)
Cuando ahora se promulgue esta amnistía, ¿no se pudrirá interiormente nadie? Yo declaro que aquello de las expropiaciones fue una iniciativa realizada a instigación del que ahora va a sancionar con su firma la ley de amnistía. (Muy bien.)
En esa amnistía se deroga le suspensión de haberes pasivos para los ministros de la dictadura. En cambio, se ha dejado en las cárceles a millares de trabajadores. Y yo digo que esa amnistía no viene a pacificar los espíritus. Al contrario, nosotros, en todos los actos, tenemos que manifestar que no puede haber tranquilidad en España hasta que no se dé una amnistía a los obreros.
Tranquilidad de espíritu
Ya se ha visto esta tarde en el Parlamento… De lo que se trataba con la amnistía es de poner en la calle a los elementos monárquicos. España y la clase obrera deben juramentarse para que esos trabajadores que están en la cárcel sean amnistiados, y debemos procurar que después de esa amnistía no haya más que una amnistía: la que demos nosotros con el Poder en las manos. (Ovación.)
Ese puño cerrado en alto con que me habéis recibido al entrar significaba la decisión de realizar el esfuerzo necesario para transformar el régimen presente.
¡Camaradas! Organizad la lucha final. Y en esa lucha, abnegación, sacrificio, heroísmo. La batalla será cruel y larga. Mas si vamos con ánimo de triunfar, entonces nos podremos burlar del aparato coercitivo del Estado burgués.»
Una formidable ovación, que dura varios minutos, acoge las últimas palabras del presidente del Partido. El público, en su mayoría jóvenes, da vivas a la revolución, al Partido, a las Juventudes y a Largo Caballero, con el puño en alto. Se canta el «Himno de las Juventudes» y «La Internacional».
Autor
-
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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