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La justificación de las conductas corruptas en el ámbito político son muy claras, aunque a tal propósito hay que distinguir según los cargos de quienes las practiquen.
Por un lado están aquellos que exigen un esfuerzo personal permanente, director general, subdelegado provincial, que lógicamente hay que retribuir; y es cabalmente en este punto cuando entra en juego la corrupción porque ¿con qué criterios y con qué alcance deberá retribuirse a los titulares? Como mínimo habría que compensarles lo que están perdiendo por abandonar su profesión originaria, ya que, de no ser así, muy pocos se decidirian a «servir al país» desatendiendo sus obligaciones privadas. Ahora bien , este criterio implicaría una diferencia entre un gobernador cirujano y otro que fuera un modesto empleado de Banca. En consecuencia se ponen iguales retribuciones para uno o para otro. Lo que significa que con el nombramiento oficial el modesto empleado aumenta sustancialmente sus ingresos y el cirujano los reduce.
A lo que hay que añadir una nueva desventaja: como la ocupación de los cargos públicos es, por definición, intermitente, he aquí que cuando llega la hora del cese el abogado que torna a la ocupación privada se encontrará con un despacho sin clientes y el empleado sin haber sido ascendido. El cargo público se convierte así en una carga para su titular.
La tentación a la corrupción salta a la vista cuando se piensa en el futuro, puesto que los privilegios del cargo político son, por naturaleza, fugaces. Hay que aprovechar los años de verano y ahorrar como hormigas laboriosas, aunque sea por el camino, el único disponible, de la corrupción; hay que preparar el camino haciendo buenos amigos, compaginando la vida política con la privada. Prevenir es de sabios y así han hecho siempre como describía el preámbulo del Decreto de 12-10-1923 firmado por Primo de Rivera.
En la actualidad la corrupción política se encuentra agravada por la influencia del partido, del que depende el destino político, y aún personal, de sus miembros. Mientras que el agradecido conservará su puesto o llegará a otro mejor el rebelde verá abrir un hoyo bajo los pies del ingrato.
Este agradecimiento sumiso es una tentación gravísima que empuja a una variante de la corrupción hoy tan extendida: la corrupción en beneficio del partido que, por las razones dichas, tiene a sus militantes en el puño, es voraz y les extorsiona, pidiéndoles dinero. Presión ciertamente fortísima pero ligera de llevar porque quien realmente paga es otro y, antes de remitir la cosecha al partido, es fácil que algo de la mies segada se quede en las manos del operario.
La corrupción se mueve así entre el desapercibimiento y la trivialización: o no existe y, si existe, no tiene importancia y, si la tiene, se considera inevitable porque todos la practican y, en último extremo, lo que vale son las prestaciones, ya que, si los servicios públicos funcionan, igual da que los gestores sean honestos o corruptos y, por el contrario, poco remedia que las autoridades públicas nada roben si están administrando mal.
Basado en Alejandro Nieto, «Corrupción en la España democrática», Ariel, Barcelona, 1997.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería
Doctor por la Universidad de Salamanca
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