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La florida expresión “dignidad humana” pretende incluir a todo ser humano y a toda conducta moral, tan solo por el hecho de partir del hombre, “acto del hombre”, como si todos sus actos, por proceder del hombre o ser actos del hombre, fuesen «actos humanos».

De esta forma se diviniza la figura humana tan solo por pertenecer a dicha especie. Es evidente que esta especie, al ser creada a imagen y semejanza de su Creador divino, está dotada del privilegio natural de la libertad y por tanto se hace responsable de sus actos al ser consciente de los mismos.

Según su uso, bueno o malo, en libertad, es indiscutible que no todos sus actos son respetables, ni todo tolerable, ni todo objeto de elogio enaltecedor. El humano es la cumbre de la creación divina en este mundo y guinda del pastel. Pero sin analizar ni juzgar su conducta consciente, no podemos darle al hombre calificativos gratuitos, pues sería una falsificación caricaturesca de su personalidad cayendo en figura autocomplaciente y en un talón sin fondo adulador, confundiendo igualdad con justicia en un intento democratizante de igualdad de apisonadora, elevando lo imperfecto al nivel que no le corresponde.

Todo esto sería fruto del actual pecado de soberbia antropocéntrica, que quiere suplantar la figura divina por la creatura. Tras el justo teocentrismo bíblico medieval, vino el geocentrismo renacentista y dando un paso más, el humano puede sentirse tentado al antropocentrismo soberbio del «seréis como dioses” del Paraíso.

Ya lo dijo Pablo VI: «este Concilio, pondría al hombre como centro», eco fiel de la masonería dinamitadora anticristiana, hija del diablo, metida en el Decreto «Dignitatis Humanae» del Vaticano II, para hacer intocables a los mayores asesinos, librando de la pena capital (doctrina católica) a toda la basura social atentatoria contra la legítima defensa del orden de la pacífica sociedad.

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Pero un Concilio no dogmático no compromete, gracias a Dios, al dogma secular ya definido. Por eso, tampoco puede obligar en conciencia.

¿Qué es dignidad? Cualidad del ser que le hace objeto de definición y clasificación objetiva. En el humano, además de clasificación específica, es calificación de conducta, merecedora de premio… o de castigo.

 

No se puede confundir la clasificación de su categoría específica, con la calificación moral de su libre conducta. Aquí ha estado el sofisma ecuménico que en nombre de esa altura categórica sobre las demás especies creadas en este mundo, ha confundido «dignidad humana» con «categoría específica», trampa diabólica, metiendo gato por liebre en el caballo de Troya del igualitarismo gratuito: de la falsa moneda halagadora, pero injusta.

 

Todas las especies y reinos naturales se supeditan, los inferiores a los superiores y estos, al fin último que es Dios, principio y fin de todo lo creado y a Quien todo pertenece en esa instauración del todo en el Reinado de Cristo. Así, todo lo creado, está en función del hombre para su uso, disfrute y posibilitación de la vida terrestre en cuanto humana. El reino mineral, el vegetal y el animal, están al servicio del racional. En esa jerarquía de perfecciones está, rematándolo todo, el ser humano; pero su categoría de especie sobre las anteriores no le hace digno de premio si no lo conquista por méritos propios (con la gracia de Dios) en su conducta moral ajustada a la virtud y obediencia al orden divino de la ley divino-positiva. Por eso, «digno» (“dignidad humana”), solo significa ser «merecedor de», sin dar por supuesto que, necesariamente sea merecedor de condecoraciones elogiosas.

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¿Qué tiene que ver su natural categoría de especie providencial, con su categoría moral que él solo puede conquistar por propios méritos o perder por sus deméritos? Es increíble que un Concilio como el Vaticano II no se haya percatado de estos conceptos, infectando tras el manejismo diabólico-masónico otros capítulos doctrinales católicos, como la falsa libertad religiosa, la prostituida liturgia, la democratizada colegialidad eclesial y el falso ecumenismo. ¿Cómo usamos nuestra verdadera libertad?

Tiranos, secuestradores, asesinos, fanáticos terroristas, basuras diabólicas y mayores enemigos de Dios y de los hombres, poseen ciertamente una ‘exquisita’ dignidad humana…

 

Autor

REDACCIÓN