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El propósito de este artículo es determinar las relaciones que existen entre dos fenómenos sociales de gran magnitud: el fenómeno político del Estado y el fenómeno étnico, religioso, lingüístico, cultural, etc., de la nación. Los encuentros entre ambos términos asumen una importancia especial cuando se relacionan, como habitualmente sucede, con la política. En este terreno el Estado es un factor de primera importancia reconocida. El papel de la nación en política, por otra parte, es un factor de controversia. La verdadera legitimidad de la introducción del concepto de nacionalidad, traducción de nationhood, y todos sus derivados en el mundo de la política es un tema de debate actual de importante repercusión en los Estados modernos. Los protagonistas del nacionalismo lo consideran, y a la nación detrás de él, un factor merecidamente decisivo en la historia política. Los oponentes lo consideran un factor que, a la vez, es peligroso y extraño y que se ha introducido algo artificialmente en un cuadro donde no tenía nada que hacer en el primer lugar pero que, los hechos demuestran, es de gran importancia porque pone en cuestión la soberanía del Estado.
El tema queda inevitablemente complicado por el hecho de que ningún término se entiende uniformemente en la teoría a la práctica. «Estado» es un término que se usa para denotar algo, desde el Reino Unido hasta el Sultanado de Sarawuk, desde los Estados Unidos hasta el Estado de Nevada.
Para el jurista y el perito en ciencias políticas hacia el derecho, el punto esencial de este problema terminológico es el de si confinar el uso del término a esas corporaciones políticas que con buen éxito reclaman el atributo de la soberanía, es decir, la independencia legal respecto a cualquiera otra organización humana o si extender este empleo también a aquellas entidades que reclaman y ejercen sólo una autonomía limitada como sucede en la Constitución española, que denomina nacionalidades a determinadas Comunidades Autónomas y las dota de una estructura cuasi-estatal. Para el científico con mentalidad histórica, para el sociólogo y para la mayoría de los no especialistas, el Término Estado indica una formación política de suficiente estabilidad, recursos suficientes y poder suficiente para hacer respetar sus mandatos, cuestión que no sucede con la necesidad de «imponer», en su caso, los mandatos constitucionales sobre ciertas materias a determinadas Comunidades Autónomas que se han rebelado contra el poder del Estado español.
Dificultades aún más grandes presenta el término nación. En la lengua española, nación, así como sus derivados tales como nacional, nacionalidad, nacionalismo, nacionalización, se usan para denotar conceptos íntimamente ligados al Estado, cuando menos tanto como los fenómenos conectados con los grupos étnicos supuestos.
En Estados Unidos, especialmente, «nacional» tiene otra connotación de pertenencia a la Unión como un todo; a distinción de los Asuntos que corresponden a los Estados, regiones o localidades considerados aisladamente; el criterio, una vez más es político, no étnico.
Hablamos de una nación española, francesa, etc., cuando en el círculo de personas vinculadas con éstas existen lazos de fidelidad, según los determinan las leyes de esos países. ; nacionalidad es la calidad de ciudadanía o sujeción a un Estado, que se imputa a un individuo, puesta en duda por los nacionalistas periféricos; el adjetivo «nacional», como en «interés nacional», es un atributo asumido como propio del Estado y su población tomados como un todo; «nacionalización» es la transferencia del derecho de propiedad a las autoridades estatales. Lo mismo sucede con nacionalismo, usado en la generalidad en relación con una fuerte adhesión cuyos objetos son un Estado y sus pretendidos intereses.
No está adscrito ningún sentido específico a las palabras nación y nacionalidad, por tanto, el problema español de las «nacionalidades» tal y como denomina nuestra Constitución a Cataluña y vascongadas, son el origen de los problemas étnicos, religiosos, culturales y lingüísticos que imaginariamente desunen nuestra «Nación»: la propia Constitución las contempla.
Basado en Benjamin Akzin, «Estado y Nación», Fondo de Cultura Económica, 1968.
Enrique Área Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca
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