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Lo único que importa a nuestra casta política, con los socialcomunistas a la cabeza, es que su gato cace los ratones necesarios para mantenerse en el poder. Al precio que sea y sin importarle que el ratón perseguido o atrapado sea colilargo, hocicorromo o de laboratorio. Y medrando siempre mediante la genuflexión ante los amos, en este caso los plutócratas del NOM.
Estos representantes del Estado, después de transformar la función política en una chirinola por mor de su codicia, servilismo e hispanofobia, llevan décadas vendiendo la patria a los postores globalistas, al moro y al resto de nuestros enemigos. Y lejos de ser arrastrados por las calles de pueblos y ciudades tras sufrir una inflexible oposición, se encuentran ante la indiferencia, la pasividad o la aceptación de ese gentío con el que te cruzas diariamente por la calle, amable lector.
No hay horror, impostura, perjurio, crimen, transacción infame, robo cínico, saqueo descarado o vieja traición que estos funcionarios desleales no hayan hecho o no estén haciendo día a día, bajo el amparo de su natural malicia y de su comprada impunidad, y con el pretexto de los secretos o de las razones de Estado. Secretos o razones perversas que no caen del cielo, que tienen nombres, apellidos e intereses concretos y que sólo se justifican por el odio a España, por la abyecta ambición y por la rastrera zalamería ante los patrones globalistas.
La muchedumbre gobernada, sin embargo, no parece interesarse en conocer a fondo los rostros, las huellas o las complicidades de estos agiotistas de la política, implicados en actos o silencios criminales encaminados a arruinar la patria de todos, y menos aún a denunciarlos y encausarlos; ni tampoco en boicotear al coro de cantores que distorsionan la realidad y ayudan a que los crímenes queden en el silencioso vacío de la ilegalidad impune.
La muchedumbre gobernada es incapaz de comprender que, bajo el régimen de poder instaurado por sus gobernantes, que han hecho del Estado su pesebre, no hay ni puede haber un sistema representativo, pues cada miembro de la casta comparece ante el público con solo dos ideas de representación, la suya propia y la de su partido o cofradía, y con una sola idea política, la de cumplir, a cualquier precio, los objetivos marcados en las agendas de sus jefes.
El poder no está para disfrutarlo en beneficio personal, pero los dirigentes que ha parido la nefasta Transición son unos profesionales del engaño que no pretenden sino enriquecerse a costa de mantenerse en el poder y sin más ideología que el oportunismo y la traición. Y para ello no dudan en defraudar lo excelente, buscando posiciones de ventaja y denigrando siempre al adversario por el hecho de serlo y porque en ello les va la ganancia.
Piden sacrificios al ciudadano, le roban la libertad y el patrimonio asfixiándolo con inacabables prohibiciones y arbitrarios impuestos, y lo hacen para ocultar sus errores o promesas incumplidas y careciendo además de autoridad moral para imponerlo. Nunca nadie ha mentido tanto y tan desvergonzadamente como ellos. Pero si algo positivo han ofrecido estas recientes décadas ha sido revelar la descomposición de sus actores, lo ominoso de sus farsas y la impostura de sus prédicas, además de su rencor hacia las libertades y la patria.
Estamos engordando a una clase política que se aprovecha del dinero de la ciudadanía mientras la humilla, y que se pelea por el poder absoluto, sin ideales ni méritos generosos que justifiquen su impúdica pretensión. Es la suya una pasión de poder que derrocha energías individuales y comunes en busca del puesto de mando, no para alcanzar el bien social, sino los poderes políticos y económicos que se cuecen en los entresijos del Estado. El control y la apropiación del propio Estado, su cortijo.
A lo largo de su historia, el socialcomunismo viene aliándose -ahora ya sin caretas- con el capitalismo multinacional. Revelando así que la escala de valores de las izquierdas impostoras y resentidas -democracia, justicia, solidaridad, igualdad- es pura filfa, y que ha acabado siendo sustituida por otros patrones más provechosos para su codicia -hedonismo, perversión, desnaturalización del ser humano, miseria para las multitudes y riqueza para sus elites-. Y que en su objetivo final prima el despotismo de los más fuertes sobre los más débiles o los más críticos.
El problema, pues, con las reglas del juego corrompidas, no se cifra en quién gane unas elecciones o quién alcance el poder, sino en el estado de confusión moral y desorientación social en que se sumerge a la sociedad, desprestigiando de manera definitiva al mismo sistema democrático. Porque si se anulan los elementos utópicos -ilusionantes- y se desactivan los controles judiciales existentes en toda sociedad sana, fomentando de paso un descarnado y pragmático despotismo, en beneficio de una mitificación del poder para unos pocos, nos encontramos con un proceso degenerativo que traiciona los ideales democráticos supuestamente defendidos.
En este caldo de cultivo la democracia ha muerto, y la ciudadanía-rebaño, esa muchedumbre carente de opinión propia ante las ideas dominantes, acepta o repite las consignas del Sistema como si fueran verdades inapelables, evidentes por sí mismas. Y aunque se les vea el provecho de sus mentiras, los falsos demócratas, componentes de la partidocracia, no dejan de ser peligrosos, pues con la impunidad asegurada y los restantes triunfos en la mano, saben lo que van a obtener por medio de sus fraudulentas elecciones, en las que harán votar al gentío lo que el agitprop oficial les diga.
De este modo, desembarazados ya del lastre de las viejas ideologías, los nuevos régulos y sus sicarios opresores han podido convertir el engaño en verdad, lo defectuoso en corrección y lo perverso en pensamiento único, conformando una realidad a la carta, que es, en resumen, su gran sueño, el objetivo final de sus delirantes agendas.
Dado que esta fauna política que padecemos, integrada por vagos, delincuentes y mediocres a la caza del hombre libre, de la sinecura y del botín, ha traicionado sus juramentos, ha violado todo código de principios y ha saqueado a la ciudadanía, ésta queda liberada de cualquier obligación y respeto para con ellos. Mantener una actitud de rebeldía, organizarse civilmente y desafiar a los apoltronados que se van pasando el poder unos a otros, para seguir abusando y engañando al pueblo y arruinando a la nación no es una tesis arbitraria, sino una consecuencia razonable e imperativa.
Si bien es cierto que la ínfima condición de los frentepopulistas y sus cómplices es hoy un sombrío reflejo de la sociedad, eso no impide el propósito de acabar con ellos. Y no es desde dentro de la vida política, dada su absoluta corrupción, desde donde se puede regenerar el Sistema. Es preciso, así mismo, acabar con el mito electoral. Las elecciones, tal como están montadas actualmente, sólo suenan como excusas de instalados y colaboracionistas. Como coartadas de la hipocresía dialogante y del posibilismo para seguir justificando todo tipo de delitos políticos o de claudicaciones ciudadanas.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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