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Me rindo ante las evidencias: China es la única potencia que crece en tiempos de pandemia. La evolución trimestral del PIB fue del 11,5%, el más alto del mundo. China, el país que originó la crisis del coronavirus, crece económicamente de forma imparable mientras seguimos comprando mascarillas fabricadas allí. El mundo se encuentra inmerso en un conflicto, no solamente económico sino cultural, y habrá que asumirlo y tomar partido con lo que ello conlleva.
En este nuevo escenario mundial por un lado tenemos a Estados Unidos, en el que aún se encuentra un Donald Trump encarnando un modelo cercano al soberanismo populista, que guste más o menos, sorpresivamente consiguió derrotar en parte, o al menos acorralar, a los poderes globalistas de lo políticamente correcto dentro de sus fronteras, al poderoso progresismo cultural y mediático, dejando en evidencia al llamado Deep State o Estado Profundo de las Familias del Poder históricas del capitalismo norteamericano.
Trump no es el Partido Republicano, Trump es Trump, un outsider que volvió a poner en valor para su pueblo a Dios, a su Patria y la Familia con todos los fallos, errores, marchas y contramarchas que puedan adjudicarse a su complicada gestión, pero que objetivamente hasta antes de la pandemia y a pesar de la enconada oposición interna, ha conseguido logros económicos y sociales históricos hasta entonces. Es evidente que Trump es el objetivo a batir por el mundo demoliberal y progresista de lo políticamente correcto. Es su bestia negra por antonomasia, dentro y fuera de su país.
Por otro lado, y enfrente tenemos a China, que encarna el modelo de la dictadura totalitaria del maocapitalismo, un comunismo mutado con el poder financiero del dinero, evolucionado tecnológicamente y con aspiraciones imperialistas a nivel global. El modelo chino es el de un Estado vigilante total, una sociedad controlada por el reconocimiento facial, la geolocalización, el “Google” local del PCCH, el control poblacional, en definitiva, la consolidación del dominio rojo del 5G, con TikTok para las masas obedientes.
Ante esta situación objetiva de descalabro económico mundial, salvo China, y con una pandemia aún sin fecha de caducidad, ¿dónde estamos nosotros, los españoles y europeos que nos encontramos en medio, no solo geográficamente sino estratégicamente en este pulso entre los Estados Unidos y China?
Los europeos, con o sin Unión Europea, deberíamos pensar cómo afrontar la nueva estrategia geopolítica en curso, definir posiciones, modelos factibles acordes con nuestra cultura, lo que necesitamos y queremos y lo que no. La actual UE ha demostrado ser una estructura endeble e ineficaz ante los desafíos actuales. Podría no serlo en un futuro si cambian los vientos políticos del continente. Si así fuese, Europa, recuperando su auténtica e histórica identidad, debería despojarse del lastre que representa el americanismo con cara obamista que intenta recuperar el control y el poder hoy mermado.
Un Estados Unidos opuesto al modelo globalista y progresista podría ser un aliado estratégico de una Europa soberana. Con ello no digo convertirnos ni en súbditos ni en satélites o menos un protectorado de USA, sino lo contrario, ya que una Europa fuerte sería un interlocutor poderoso y que podría sumarse al necesario muro de contención ante la avalancha del tecnocapitalismo de rostro maoísta. Si Estados Unidos continua en la estela soberanista y Europa cambia el rumbo actual de laboratorio globalista, habría posibilidades de frenar el desastre.
China hoy es la potencia militar, económica y comercial más agresiva e invasiva del mundo. Su modelo totalitario es absolutamente incompatible con nuestra Tradición y Cultura. Si finalmente consiguiera la hegemonía mundial sería una distopia hecha realidad. Ya son propietarios de las riquezas de media África, en Hispanoamérica poseen incluso pseudo bases científicas militarizadas, consolidando un mercado cada vez más dependiente, e incluso son dueños de gran parte de la deuda norteamericana. En Europa avanzan con acuerdos privados y gubernamentales tales como los de la Nueva Ruta de la Seda, o la implantación de la tecnología 5G, con una red capilar de infraestructuras y tecnologías repartidas por el continente. Ya no ocultan su plan estratégico geopolítico y económico por la implantación de su modelo a escala mundial.
Vivimos un conflicto sanitario, económico y cultural nuevo y ante ello no sirven las viejas soluciones. Una época de problemas radicales necesita de audaces soluciones también radicales. Ni capitalismo de Estado ni poder global del mundialismo. Ante estas alternativas podríamos considerar una Europa soberana con acuerdos estratégicos puntuales, incluso alianzas, donde también podría estar la Rusia patriótica -que tampoco es un modelo muy compatible- pero que podría jugar un papel estratégico importante en algún momento ante el nuevo tablero mundial que tenemos por delante.
Hoy poseemos más interrogantes que respuestas ante nosotros, más incertidumbres que certezas. No se trata de escoger el mal menor o cambiar de amo, sino de ver cuáles son los peligros más inmediatos y dañinos para lo que aún conservamos de nuestra civilización y ponerse a resolverlos. Evitar la catástrofe es la prioridad, que de suceder no tendría remedio, no habría marcha atrás. Para ello debemos preservar siempre la identidad, la libertad y la cultura milenaria que aún poseemos, en un mundo donde cada día que pasa nos parece más ajeno y hostil.
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